Opinión

Violencia en las redes: No la define mi anonimato, sino el tuyo

Violencia en las redes: No la define mi anonimato, sino el tuyo

Violencia en las redes: No la define mi anonimato, sino el tuyo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Es ampliamente conocido que Twitter es un pozo autodestructivo de críticas, de sadismo dialéctico y de insultos generalizados contra todo aquel que discrepa. Aunque la red social del pajarito se ha ganado la peor de las reputaciones al respecto, la agresividad de los usuarios es un fenómeno repetido en casi todas las redes, desde Facebook hasta Instagram, pasando por YouTube. Y estoy seguro de que en las nuevas ‘apps’ que un millennial rezagado como yo no domina, como TikTok, también hay dosis de irascibilidad y odio.

Para comprender el grado de agresividad que se maneja en las redes no hay lugar mejor que los comentarios de YouTube, un verdadero campo minado para cualquiera que trate de desarrollar una discusión civilizada. No es necesario que el video trate algún tema político polémico, no. Hace pocos meses, un youtuber español, que tiene un canal llamado Turbo Plant, publicó un largo video exponiendo sus amplias dudas sobre la legitimidad del famoso canal mexicano ‘De mi rancho a tu cocina’.

Más allá del intríngulis de la cuestión, que el lector o lectora que desee descubrir puede investigar por sí mismo, o misma, fue descorazonador ver como había que hurgar entre la lluvia de insultos y descalificaciones que le cayó al muchacho para encontrar algún comentario que expusiera que “quizás” alguna de sus dudas ampliamente desarrolladas eran “razonables”.

Como buen millennial, he dedicado años de vida, de procrastinación, a las redes sociales. Y esta experiencia me ha llevado a percibir diferencias en las actitudes que los usuarios toman en estas redes. El tono y la actitud que una persona usa varía según si la discusión se desarrolla con un amigo, con un conocido de un amigo, con una persona con su nombre, apellidos y foto o, por ejemplo, con un nombre de usuario más o menos abstracto y sin fotografía. Eso, independientemente del grado de anonimato del propio usuario.

De forma casi inequívoca, el nivel de agresividad desarrollado en la discusión es directamente proporcional al grado de cercanía que exista entre los usuarios. Si por ejemplo mi yo hipotético discute con un amigo sobre política, tratará de no herir sus sentimientos y de expresarse con respeto. Si discute con un conocido de este, por ejemplo a través de Facebook, quizás será algo agresivo de entrada, porque no lo conoce, pero evitará que la cuestión escale al grado del insulto, por el debido respeto al amigo en común.

En cambio, las cosas cambian enormemente cuando el debate se desarrolla con un completo desconocido, pongamos por ejemplo, en los comentarios de una noticia colgada en Facebook por un medio de comunicación famoso. Supongamos que es la CNN; allí, Ahmed de Pakistán y Joao de Brasil, ambos con su nombre y fotografía en el perfil, y escribiendo en inglés, no dudarán en llamarse absolutamente de todo si discrepan sobre cómo debe manejar Estados Unidos la crisis con Irán.

La situación es todavía peor cuando enfrente no encontramos un nombre ni una foto reales, algo que ocurre con mayor frecuencia en Twitter y en YouTube. Cuando, por decir algo, Juan Pérez Molina, radicado en Bogotá, discrepa con la opinión expresada por otro usuario, llamémosle SirJackman666, que puede tanto ser un señor gordo del medio oeste estadunidense como un adolescente blanco húngaro, en el hilo de comentarios –incluso si lo ha hecho con respeto—, es altamente probable que la primera o la segunda palabra sea un insulto del peor calibre.

Es necesario que aprendamos como sociedad a comprender que detrás de cada usuario, de cada nombre y de cada foto, existe una persona real que, de entrada, merece respeto. Admito que no sé cómo debería articularse esto a nivel normativo, pero me queda claro, bajo mi experiencia de años, que es necesario que las redes sociales requieran obligatoriamente que cada usuario corresponda a un nombre completo y fotografía reales. Eso, al menos, mientras no logramos dar a las futuras generaciones una educación emocional suficiente con especial énfasis en el uso de internet.

marcelsanroma@gmail.com