Opinión

Volvieron los perros a ladrar

Volvieron los perros a ladrar

Volvieron los perros a ladrar

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El rompecabezas de Culiacán se empezó a armar después de que el propio Presidente reconoció que el operativo respondía en ese estado a una orden de captura contra el hijo del Chapo con fines de extradición a los Estados Unidos, pero tras la respuesta logística del cártel de Sinaloa en su sucursal matriz (Anabel Hernández) valoraron dejar a Ovidio Guzmán en libertad. La respuesta presidencial al reportero de Reforma, con la que dio por concluida la conferencia del viernes, fue desafortunada; pero reconoció el error y evidenció que se le dio prioridad a la vida de cientos y quizá miles de ciudadanos frente al músculo de un cártel que tiene sucursales en el 70% de los países del mundo, armado hasta los dientes, de acuerdo nuevamente con los datos de Anabel Hernández. ¿De qué se espantan los miles de cretinos que opinan como expertos en seguridad nacional? Se priorizó la paz por encima de la segura sangría que Calderón, el autor del negocio de la guerra contra al narco llamaba con cinismo “daños colaterales”.

He leído en redes sociales cada estupidez con respecto a los sucesos en Culiacán, que pasé del enojo al asombro; una mutación similar le está sucediendo al Estado. Transita del Estado fallido, corrupto y administrador del crimen organizado desde el gobierno mismo, al Estado débil. Es parte de un proceso y desde luego de una herencia siniestra con mucho poder todavía, pero se trata de un avance, no de un retroceso.

Estamos en el difícil tránsito de un Estado débil con alta legitimidad por sus resultados en las urnas, a un Estado que requiere más capacidad de maniobra. Ese proceso implica varias fases que grosso modo dividiría en tres: saber en dónde estamos parados; seguir combatiendo las fuentes de desvío de recursos, pero con resultados más visibles que el encarcelamiento de una funcionaria con un largo historial de corrupción o un abogado de ladrones; y ejercer la autocrítica desde un cambio gradual de retórica.

Reconocer la debilidad del Estado no es lo mismo que tacharlo de claudicante, como lo han hecho con mendacidad un mosaico de personajes de variopinta calaña. El Estado claudicante ya lo padecimos, lo prohijamos con nuestra indolencia y nuestra falta de participación en los asuntos más inmediatos de nuestra vida pública o incluso cívica; el Estado claudicante permitió el robo descarado del erario, desmanteló paraestatales que nos representaban ingresos, desmanteló gradualmente la educación pública y enriqueció sin ejercer justicia a políticos en activo o en retiro: ministros, líderes sindicales, jueces, gobernadores, traficantes de influencias, funcionarios del poder ejecutivo y familiares, es decir, engendró una mafia funcionalista y plutocrática que todavía quería el poder por otros seis años y que gracias al hartazgo de treinta millones de electores que dijimos basta, pero también a la ruptura cupular de la propia mafia, fue posible el inicio pacífico de un cambio de régimen.

La cabeza de hidra que representan los cárteles de la droga obliga a la 4T a encarar el problema de otra manera, como no lo podría haber hecho el Estado fallido. Ya se están congelando cuentas de varios pillastres, ya hay órdenes de búsqueda de un buen número de funcionarios del pasado Gobierno y de otras administraciones estatales, incluidos funcionarios del Mancerato. Lo que sucedió el viernes, también propició, al menos en el discurso, un acuerdo para frenar el tráfico de armas proveniente del país vecino, otro negocito del rápido y furioso expresidente que protegió al cártel de Sinaloa y dejó en libertad a Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, en la víspera del cambio de estafeta al último socio presidencial de la mafia: Peña Nieto. Liberación, dicho sea de paso, que se dio en un contexto similar al que tuvo lugar la semana pasada en Sinaloa.

Subestimar la fuerza de la economía y cultura del narco en territorios o estados donde tiene largo arraigo fue un error que pagó caro el Gobierno de la República y que desde luego le dio vuelo a sus detractores. ¿Pero se imaginan cuál hubiera sido el costo político y social de la captura?

El Estado débil no puede avanzar si se retrae a sí mismo y le apuesta todo al asistencialismo clientelar. La Guardia Nacional está dando resultados a pocos meses de su creación, pero está diseñada para contener, no para batirse a balazos con un poder que lo supera en armamento y tecnología. Aunque necesita más integrantes en sus filas, eso sí.

La seguridad seguirá siendo un problema que no va a resolverse en el corto plazo y demanda darle celeridad a otras banderas de campaña de la 4T, más allá de los patrullajes. La iniciativa de Olga Sánchez Cordero en el Senado coincidió con este momento político y no debe detenerse por pruritos moralizantes, por ejemplo. No es con más violencia ni con más armas como va a regresar la paz a nuestro país. Hay que impulsar la economía, no romper los puentes de diálogo con la academia ni con el sector productivo ajeno al extractivismo, dejar de cosificar a la sociedad civil que quiere el progreso de su país y tiene iniciativas novedosas que le apuestan a la reconstrucción del tejido social que sólo los más rancios militantes de Morena conciben como monopolio del Gobierno.

Y bueno, lo cierto es que a quienes veían una inminente militarización del país que propiciaría la relección del “populista”, también se les cayó el teatrito.

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