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Xu: el niño del pijama de harapos que levantó un imperio que se desmorona

Auge y caída de quien fuera el hombre más rico de China y tiene al mundo financiero nervioso por los problemas con su inmobiliaria Evergrande

Xu: el niño del pijama de harapos que levantó un imperio que se desmorona

Xu: el niño del pijama de harapos que levantó un imperio que se desmorona

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El dueño de Evergrande, el gigante inmobiliario chino que lucha por no quebrar, solía narrar su propia vida, en conferencias y documentales, como la de un sueño hecho realidad, aunque no exactamente como entendemos el “sueño americano”, sino el “sueño chino”, el que alaba las bondades políticas del régimen comunista, a cambio de que le permitiera explotar su negocio de capitalismo salvaje.

Xu Jiayin, de 62 años, ya no vive ese sueño, sino una pesadilla, la que podría dilapidar su fortuna, que para 2017 fue de 45 mil millones de dólares, según Forbes, superando así a la hasta entonces estrella imbatible de los multimillonarios chinos, Jack Ma, fundador de Ali Baba. En la actualidad, tras revelar los serios problemas de deuda y de liquidez de su imperio, le quedan en su cuenta de banco apenas 7.33 mil millones de dólares, luego de que las acciones de Evergrande —de las que posee el 70%— siguen en caída libre. En un año, el valor de la compañía en la Bolsa de Hong Kong se ha desplomado un 88%.

Pero esa caída del podio de los más ricos sería el mal menor. Si Evergrande entra en suspensión de pagos y no es rescatada por el gobierno chino, se quedarían sin empleo directo 200 mil personas y afectaría seriamente a otros 3.5 millones de trabajadores que dependían indirectamente de esa maquinaria gigantesca de levantar rascacielos y cientos de miles de viviendas al año.

Harto de pan hervido

La historia del todavía uno de los hombres más ricos de China es de las que podrían inspirar a cualquier director para hacer una película hollywoodense de superación personal. Xu no sólo nació en 1958 en el seno de una familia pobre, sino en un país pobre que recién se había embarcado en la desastrosa campaña maoísta del Gran Salto Adelante para industrializar China a marchas forzadas. Cuando tenía cinco años, los muertos por hambrunas se contaban ya por millones. Pero él se salvó, comiendo poco más que masa de pan hervida.

Para llenar aún más de dramatismo el comienzo de su vida, Xu se quedó huérfano de madre a los pocos meses de nacer en una aldea de la provincia de Henan, una de las más afectadas por aquella catastrófica planeación del dictador Mao. Tras la tragedia, su padre, un antiguo soldado, se marchó a buscar empleo en otra parte y el pequeño fue criado por su abuela paterna.

“Mi ropa y las sábanas estaban llenas de remiendos por todas partes. Quería marcharme del campo en cuanto fuera posible, encontrar trabajo en la ciudad y poder comer mejor”, relataba de su infancia, ya convertido en un joven y exitoso empresario.

El gran salto… a Shenzhen

Cuando acabó la Revolución Cultura —otro desastre del régimen maoísta— y se reabrieron las universidades, Xu se formó en Metalurgia y trabajo una década en ese ramo, hasta que el ambicioso joven, animado por la apertura de Deng Xiaoping, decidió mudarse, precisamente, a donde el nuevo líder de China decidió que iba a fundar la ciudad-símbolo de la nueva China: la aldea de Shenzhen, en la frontera con la entonces colonia británica de Hong Kong.

Ni Deng ni Xu se equivocaron en su apuesta. Para cuando se instaló en Shenzhen, en 1992, la ciudad era un hervidero de jóvenes emprendedores y el crecimiento de la ciudad fue meteórico, hasta convertirse en la capital tecnológica del gigante asiático.

En 1996, Xu fundó Evergrande. Al principio apostó por promociones modestas en áreas de precios accesibles, pero pronto comprendió que podía apostar cada vez más alto. Todo lo que construía se vendía en un país con un crecimiento vertiginoso de población y del PIB.

Para cuando Evergrande empezó a cotizar en la Bolsa de Hong Kong, en 2009, la compañía fundada por el niño de los harapos ya era un imperio, y él, camino de convertirse en el hombre más rico del país.

Pero su éxito no habría sido posible de no haber sabido relacionarse con el poder. Su estrecha amistad con el vicepresidente de China, Zheng Qinghong, le abrió contratos por todo el país. Para 2018 era tan influyente y hablaba tan bien públicamente del régimen —a diferencia de otros que fueron cayendo en desgracia, como el propio fundador de Ali Baba— que participó en el Congreso del Partido en el que el presidente chino, Xi Jinping, consiguió que se abolieran los límites formales a su mandato.

La caída

Pero la buena fortuna de Xu no pudo impedir esa regla que advierte que hasta los imperios más grandes acaban cayendo.

Paradójicamente, la fórmula que ayudó a Xu a convertir su empresa en un imperio fue la que acabó llevándolo al borde de la quiebra… con la ayuda de quien fuera su hombre más admirado: el presidente Xi.

El talón de Aquiles de Evergrande era el endeudamiento. La compañía acudía al crédito, fácil de conseguir, para financiar sus promociones. Con la venta de inmuebles antes de que estuvieran terminados sufragaba otros proyectos. Todo iba bien, hasta que la crisis pandémica hizo más patente el estilo de vida de los millonarios chinos y el resto de la población.

Cuando en 2020 el gobierno de Xi endureció el límite de endeudamiento de las empresas, se cortó el grifo del crédito anticipado, por lo que Evergrande no pudo financiar nuevas obras ni vender casas antes de terminarlas.

Fue el momento en que pinchó la burbuja inmobiliaria y que ha llevado a Evergrande a la situación crítica en la que se encuentra ahora.

Lo último que se ha sabido de Xu fue cuando hace dos días escribió una carta a sus 200 mil trabajadores para asegurarles que “saldremos de este momento oscuro”.

Todo con tal de no volver a la pesadilla del pijama harapiento y a comer masa de pan hervida.