Opinión

…Y llegó el sistema métrico decimal

…Y llegó el sistema métrico decimal

…Y llegó el sistema métrico decimal

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Después de trescientos treinta y seis años, en que los novohispanos primero y luego los mexicanos recién independizados habían medido su vida cotidiana con arrobas, quintales y varas, mezclados con la herencia de las medidas del mundo prehispánico, el gobierno liberal de Ignacio Comonfort, siguiendo las tendencias progresistas de Europa y Estados Unidos, se resolvió a instituir en México el sistema métrico decimal. Pero la tarea fue compleja y accidentada; pasarían décadas antes de que los habitantes de este país comenzaran a pensar en metros, litros y en kilogramos.

Era un 15 de marzo de 1857 cuando el gobierno de Comonfort emitió el decreto que dispuso el empleo oficial del sistema en territorio nacional. Pero no se ordenó que fuera obligatorio. Tendrían que pasar cuatro años, y una guerra civil para que ese factor decisivo se incluyera. Benito Juárez, que se reacomodaba en la ciudad de México después de la guerra de Reforma, eligió el mismo día que Comonfort para revitalizar al sistema métrico decimal en México.

Tal vez no se imaginó lo complicado que iba a ser, que los habitantes de este país se acostumbraran y lo aplicaran en su vida diaria, tal como estaba ocurriendo en ese mismo 1861, con todas las normas que se derivaban de las leyes liberales y la constitución de 1857.

No, definitivamente no fue sencillo.

ENTRE CARGAS, CENMAITL, VARAS, VARAS MEXICANAS Y PALMOS

No fue sencillo porque los mexicanos de 1857 tenían en las costumbres y en los hábitos trescientos años y poco más de una curiosa mezcla de pesos y medidas donde se articulaba el sistema llegado con los españoles y las formas de los pueblos indígenas, que tenían sus propias medidas establecidas a partir de las proporciones del cuerpo. Sabemos, por ejemplo, que “Cenmaitl” era la distancia entre una mano y otra mano con los brazos extendidos, la cual oscilaba entre 1 metro con 60 centímetros y un metro con 65 centímetros.

Una medida, mencionada con frecuencia, es la “carga”, que servía para definir al conjunto de 20 mantas, y cuando se hablaba de granos de cacao, se refería a un conjunto de 24 mil granos. La leña se medía por “zontles”, y se refería a un conjunto de 400 piezas.

Después de la Conquista, algunos elementos indígenas sobrevivieron, como las cargas que llevaban los tamemes, los tradicionales cargadores prehispánicos. Poco a poco, aquellas medidas encontraron sus equivalentes europeos: la carga indígena era más o menos equivalente a la media fanega española, que equivale a 27 litros. En términos de peso, la carga era equivalente a dos arrobas, y esto equivalía a 23 kilogramos.

Además, había numerosas “medidas” que funcionaban para las miles de pequeñas operaciones cotidianas y que se basaban en el tamaño de los recipientes empleados. Hoy, todavía, podemos comprar, en ocasiones, productos por “medida” y no es extraño que se trate de una lata grande de sardinas. El origen de esta práctica está en los siglos virreinales.

También había medidas de volumen, complejas a la comprensión de los habitantes del siglo XXI por su subjetividad: se llamaba cempopolli a la cantidad de líquido que podía absorber una bola de algodón del tamaño de medio huevo.

Así habíamos pasado tres siglos, resolviéndonos la vida y comerciando con huacales, con chiquihuites; viajando y midiendo el recorrido en leguas, comprando telas en varas, y midiendo también en varas el terreno necesario para la cría de ganado o para establecer una casa.

Todo eso era lo que se pretendía unificar con el sistema métrico decimal.

LA ACCIDENTADA INSTITUCIÓN

A pesar de las buenas intenciones de los gobiernos de Comonfort y de Juárez, la adopción del sistema métrico decimal fue muy complicado. Para empezar, los enormes índices de analfabetismo impedían la rápida comprensión del modelo. Y la gente siguió usando -¿Por qué les iba a importar lo que quería el señor Comonfort?- las numerosas medidas locales y hasta caseras. Desde luego, al entendimiento de las clases populares les traía muy sin cuidado las sesudas reflexiones de los integrantes de la Sociedad de Geografía y Estadística, y las opiniones de los señores del ministerio de Fomento.

A eso, que olía intensamente a fracaso, se sumó la inestabilidad política: sobrevino la invasión francesa y llegó el Segundo Imperio.

Para incomodidad de ciertos personajes del conservadurismo, bastante amoscados desde antes con las actitudes liberales del archiduque Maximiliano, lo que hizo el príncipe Habsburgo fue refrendar las disposiciones de Comonfort y de Juárez, es decir el uso del sistema de manera obligatoria. Pero tampoco tuvo tiempo de consolidar la difusión y el uso del sistema de pesos y medidas. Ni siquiera don Benito, al restablecerse la República, ni don Sebastián Lerdo, lograron concretar esa “oficialidad” del sistema, declarada en 1861 y que no acababa de traducirse en las muchas necesidades de la vida nacional.

De hecho, el asunto se volvió de verdad oficial, en términos internacionales, hasta 1875, cuando se firmó en París el Tratado del Metro, que formalizó la validez internacional del sistema métrico decimal, y las naciones del mundo empezaron, poco a poco a integrarse. México lo hizo ¡Hasta 1890!

Eso no cambiaba las cosas en el terreno de la vida diaria. Encima, la prensa se burlaba de las ocurrencias del gobierno federal. Hubo un gracioso que llegó a asegurar, en 1896, cuando entró en vigor la ley que presionaba para la adopción del sistema, que no faltarían quienes, embarullados, acabarían pidiendo en la carnicería “dos kilómetros de costillas”, y a la Secretaría de Fomento llegaban cartas de ciudadanos indignados, de esos que, creyentes del progreso y de la civilización, salían de la ciudad de México, y se encontraban con que el sistema métrico decimal no se aplicaba, o era considerado una curiosidad de salón o un entretenimiento teórico.

Pasaron muchos años, con tareas de enseñanza y difusión, para que la gente hiciera suyo el sistema. El gobierno de Porfirio Díaz recibió, por sorteo, y en París, el Kilogramo Número 21, es decir, el patrón a partir del cual se generarían otros patrones de referencia para empezar, en realidad a llevar a la población el sistema de pesas y medidas. También se recibió un Metro. Todo eso ocurrió el mismo año que nuestro país suscribió el Tratado del Metro.

Se sabe que se invirtió una suma considerable en el embalaje de aquellas dos piezas, que fueron traídas a la ciudad de México, y depositadas en la Dirección General de Pesas y Medidas, en cajas de hierro. Y qué bueno, porque poco más de 100 años después, al sobrevenir los terremotos de 1985, aquellas cajas de hierro protegieron los patrones, cuando el edificio que los resguardaba se vino abajo.