Opinión

¿Y si Trump no acepta su derrota? ¿Habrá que sacarlo a patadas de la Casa Blanca?

¿Y si Trump no acepta su derrota? ¿Habrá que sacarlo a patadas de la Casa Blanca?

¿Y si Trump no acepta su derrota? ¿Habrá que sacarlo a patadas de la Casa Blanca?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el complejo circo electoral estadunidense, la única verdad absoluta es que un minuto después del mediodía del último viernes de enero, la Casa Blanca debe estar desocupada para que viva en ella el candidato ganador de las elecciones, que deben haberse celebrado el primer martes de noviembre. Por tanto, si el presidente saliente se atrinchera (literalmente) en la Casa Blanca, el ganador -quien momentos antes juró como presidente y también como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas- puede ordenar al Servicio Secreto o incluso a los militares que derriben la puerta y lo saquen por la fuerza.

En una situación normal, el próximo 29 de enero de 2021 Joe Biden debería jurar el cargo en las escalinatas del Capitolio, darse un baño de masas y luego pasar su primera noche en la Casa Blanca. Pero Estados Unidos vive en una irrealidad tan dramática que el propio jefe del Estado Mayor Conjunto, general Mark Milley, ha tenido que declarar que los militares “no tendrán rol alguno en esta elección". De hecho, EU vive una realidad paralela desde el 20 de enero de 2017, cuando Trump juró el cargo y su primer tuit fue presumir de haber reunido en su ceremonia a mucha más gente que Barack Obama, cuando las fotos aéreas demuestran, justamente, lo contrario.

En 244 años de historia de EU, nunca un presidente se ha negado a abandonar la Casa Blanca después de haber perdido una elección. Cuando en 2000 Al Gore exigió el voto por voto en Florida y la Corte Suprema falló en su contra, el demócrata aceptó las reglas de juego y aplaudió a George W. Bush cuando juró como presidente, en enero de 2001.

Desde el pasado sábado, cuando Biden ganó Pensilvania y superó los 270 votos que lo convierten en presidente electo, Trump no ha dejado de enviar señales de que a él no lo sacan de la Casa Blanca, para alegría de ese 76% de votantes republicanos que le cree cuando dice que le han robado la victoria, y para estupefacción del resto de la sociedad estadunidense.

La estrategia de Trump es maquiavélica. Está recaudando fondos de emergencia para que sus abogados presenten querellas por fraude en los estados disputados donde no ganó, con la esperanza de que alguna corte estatal le dé razón y fuerce a que sean los nueve jueces de la Corte Suprema quienes decidan las elecciones y no los más de 75 millones de ciudadanos que votaron por Biden (cinco millones más que los que votaron por Trump). A fin de cuentas, para eso nombró el mandatario republicano a tres jueces afines, para que el máximo tribunal tenga mayoría conservadora y falle a favor de él.

Afortunadamente, Estados Unidos no se ha convertido (aún) en una república bananera y puede evitar un golpe autoritario del presidente. El principal contrapeso es, precisamente, el Poder Judicial, que permite al presidente (o a su oponente) presentar querellas por fraude electoral, pero que no admitirá que le tomen el pelo. ¿De dónde saca Trump que el voto por correo es ilegal después del día de las elecciones, cuando la Constitución lo permite? ¿Por qué casualmente considera que hubo irregularidades en el escrutinio de los estados muy disputados que perdió, como Michigan y Pensilvania, pero no ve fraude en los que ganó por estrecho margen, como Ohio, Florida y la propia Texas?

En su mejor escenario, Trump debe demostrar que hubo fraude en el voto por correo de tal magnitud que habría ganado un determinado estado y que, además, habría sido determinante para ganar la elección. Sólo así, la Corte Suprema estudiaría el caso. De momento, Trump ha logrado que haya recuento en Georgia, donde lleva ventaja Biden. Pero, si el voto por voto confirma la victoria del demócrata, la credibilidad de Trump quedaría por los suelos y pasaría como lo que es: un mentiroso compulsivo.

Llegados a este punto, como dijo Biden el domingo, o se va Trump o lo echan por la fuerza… a no ser que el presidente cometiera un último acto supremo de locura: llamar a sus seguidores para que le protejan físicamente y que defiendan con las armas su victoria, incluso si para ello tienen que enfrentarse a los militares o al FBI. Por eso, porque Trump tiene sus facultades mentales perturbadas, su círculo familiar, los republicanos y los jueces deben convencerle de que debe dejar el poder por las buenas y ahuyentar el fantasma de una guerra civil, que nunca ha dejado de sobrevolar Estados Unidos.

fransink@outlook.com