Opinión

Y vivieron felices...

Y vivieron felices...

Y vivieron felices...

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En mis estantes hay un libro que, por las razones más diversas, consulto una y otra vez. Es del historiador Götz Aly (La utopía ­nazi: cómo Hitler compró a los alemanes) Crítica, 2006. En uno de sus capítulos más penetrantes se pregunta: “¿Cuál es la primera tarea del fascismo? Respuesta: “…resignificarlo todo, absolutamente todo”. Si esta operación política e ideológica no se lleva a cabo, sencillamente no hay cambio político ni de su régimen. A continuación viene un pasaje muy notable.

Como dentro de una ensoñación, una rubia joven ojo azul, bellísima, yace en su suntuoso lecho, sin despertar, soñando con Alemania desde hace muchos años. De repente, un príncipe dinámico, ágil (no podemos decir que hermoso) acude allí, a besarla apasionadamente y así, consigue despertarla. El amor entre ambos es instantáneo y se marchan del escenario montando un corcel blanco que se difumina entre la bruma montañosa. ¿Necesito agregar que el príncipe de esta puesta en escena no podía ser otro que Adolf Hitler?

Subraya Aly: “la Bella Durmiente es el alma profunda del pueblo alemán” —pura y buena— cómo no. Durante siglos los grandes hombres germánicos intentaron despertarla. Martin Lutero, Federico el Grande, el Barón von Stein, el canciller Bismarck, de un modo u otro intentaron rescatar a la princesa pero no fue sino hasta el siglo XX con el nacionalsocialismo que por fin, el Führer, lo logró.

¿Lo ven? Nuestras leyendas, fábulas y cuentos son un concentrado de antigua sabiduría e inmemorial realidad nacional (aria, gala, norteamericana, brasileña, mexicana, qué más da) que algún día deben volver y encarnar en el presente. Este conocimiento (léase estos cuentos de hadas, estas creencias) son el bagaje cultural y humano del pueblo y en donde se expresa su pureza.

En aquellos años precedentes a la II Guerra Mundial, nada, absolutamente nada, existió que no fuera re-procesado y al que no le fuera asignado un nuevo significado. O dicho en el idioma oficialista: todo debe recuperar su significación antigua y popular. Lo de menos es la explicación, por chiflada o disparatada que suene.

La maquinaria nazi se encargó de poner en fila india a literatos y filósofos para que “demostraran” que las creencias, mitos históricos, leyendas y cuentos populares tenían su origen más primordial en los países arios del norte, pero la operación fue más allá.

Los Nibelungos por supuesto, todos los héroes, todos los amores míticos de la Germania, buenos y malos, heroísmo y honestidad, razas y pueblos y hasta Blancanieves y la Bella Durmiente pasaron por la gran licuadora de la re-interpretación para consolidar el gran propósito reeducativo que, para nuestro historiador, resultó un componente indispensable, sin el cual hubiese sido imposible aquella utopía que se quería hegemónica.

No partían de cero, sino de las creencias históricas o simplemente mitológicas, pero que eran bien conocidas, arraigadas y formaban parte del patrimonio más querido de los alemanes.

No sé si los populismos de hoy tengan esta vocación y ese grado de maldad (pienso en Trump o en Bolsonaro, por ejemplo) pero la explotación de prejuicios es sólo una parte de su política. La otra consiste en saltarse evidencias históricas, evadir el debate razonado y sustituirlo por metáforas, mientras más sencillas y cercanas al sentimiento promedio, mejor.

Dice Madeleine Albright, “el populismo, el pre-fascismo y el fascismo siempre han hecho gala de unas capacidades comunicativas formidables… basadas en mentiras colosales que sus crédulos seguidores asumieron sin problemas porque tocaron las fibras más sensibles de masas agraviadas (Fascismo: una advertencia. Paidós, 2017).

Demasiados fracasos sociales por demasiado tiempo: pobreza, violencia, inseguridad y corrupción ¿no es mejor entregarnos al sueño y creer que viviremos felices para siempre?

Presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática

ricbec@prodigy.net.mx

@ricbecverdadero