
Las redes sociales así como las plataformas se han convertido en un espacio de socialización fundamental para buena parte de las sociedades modernas. Aquellas personas que tenemos acceso a teléfonos inteligentes o a computadoras, interactuamos más en X o en Instagram, en TikTok, que en persona.
¿Tienes alguna amistad realmente cercana, que en persona no conoces, pero que surgió de esa interacción virtual? Muy probablemente sí.
Esta posibilidad de interactuar con quienes comparten nuestros gustos o aficiones (a veces, aflicciones) se da en espacios físicos, por ejemplo, si te gusta Tool y acudes a sus conciertos, te encontrarás con personas con las que tienes varias coincidencias. Pero esto también se da en las redes, a partir de los temas que sigues o comentas, y ni qué decir en las aplicaciones, entre las que existen varias dedicadas a vincular personas con intereses o gustos similares.
Pero, ¿has notado que hay términos, incluso nombres, que no se pueden utilizar en redes o en plataformas? Seguro estás pensando en algunas y algunos…
Desde luego hay una obligación por parte de las empresas dueñas de esas redes o aplicaciones para evitar actos delictivos, violencia de género, etc., y también es responsabilidad de todas las personas que interactuamos en las mismas el expresarnos de forma respetuosa.
Lo que quiero apuntar es que, derivado del control que realizan las redes, está surgiendo una neolengua. Cuando se utilizan términos que la plataforma o red (mediante un monitoreo con IA o atendiendo denuncias) considera inadecuados, el post o publicación se elimina o, dependiendo de la red, se limita su alcance.
Esto provoca que, al aprender que hay palabras que no pueden decirse o escribirse, se usen otras que sí se permita, ejemplo: desvivido, neotérmino que no requiere mayor explicación.
Desde luego es posible que la revisión que se hace de las publicaciones permita esos términos o que los cancele, caso en que surgirán otros. Lo que me interesa apuntar es este fenómeno que se está generando.
Cierto, la lengua es un producto cultura vivo, no hablamos como lo hacía nuestro padre o nuestra abuela, y tampoco quienes vengan después lo harán como lo hacemos hoy; comunicarnos mediante el leguaje es un acto vivo en constante evolución, por loque las academias de la lengua cumplen la función de mostrar cómo es o se usa el idioma en un momento determinado, más allá de regularlo de una manera casi jurídica.
Con lo anterior no tengo problema. Lo que me preocupa son los criterios de selección de lo admisible o lo inadmisible por parte de las empresas que administran las redes y plataformas; perdonen mi suspicacia, pero no estoy del todo seguro que sus criterios sean únicamente de respeto a los derechos humanos, asumo que también incidirán cuestiones de tipo económico.
Esto es, les interesa que haya tráfico en sus redes, que sean utilizadas, que la gente interactúe, porque de esto obtienen ingresos.
Así, mi reflexión gira en torno a la necesidad de reconocer que, nuestro idioma siempre cambiante, también se modifica en redes y aplicaciones, no por el uso o la práctica, sino por el control que ejercen las empresas que las administran.