Opinión

Apariencias y realidades

Las apariencias son parte de la realidad, no son la realidad. Las apariencias suelen ser la envoltura de fenómenos sociales complejos. En la política el discurso, las palabras edulcoradas o el lenguaje cargado de adjetivos descalificadores al adversario, suelen ser la envoltura de las intenciones profundas de los actores políticos.

Cuartoscuro

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Daniel Augusto

Intentar drenar el pantano en que con frecuencia se convierte el discurso político, para acceder a las verdaderas intenciones conlleva el riesgo, en un ambiente tan profundamente polarizado ideológicamente, de ser descalificado como chairo o como FiFi.

La polarización discursiva ha sido un denominador común en la narrativa de Andrés Manuel López Obrador como candidato en 2000, y durante su gestión como Jefe de Gobierno del D.F. Esa estrategia lo convirtió en un candidato presidencial altamente competitivo, quebrando el sueño de quienes consideraban que la democracia perfecta era la construcción de un sistema bipartidista PRI-PAN.

El naufragio electoral de 2006 fue un golpe, en buena medida consecuencia de una campaña de propaganda exitosa que lo presentó como un “peligro para México”. En 2012, el revés electoral transitó por la meticulosa construcción de la imagen del candidato priísta Enrique Peña Nieto y, según indicios de investigaciones judiciales en proceso, del flujo incuantificable de dinero no legal.

La coyuntura de la elección presidencial de 2012 prohijó el Pacto por México, matriz de las reformas estructurales, que modificaron la Constitución, con una sólida coincidencia PRI-PAN, con disidencias parciales del PRD y MC. Esas reformas fueron la culminación de las políticas de desmantelamiento del Estado como rector del desarrollo nacional y de predominio del libre mercado y de atar el camino económico de México a la esfera de influencia de los Estados Unidos.

La candidatura de López Obrador en 2018 fue la excepción, porque se comprendió que la coyuntura no era un caldo de cultivo adecuado para posiciones excluyentes. Su construcción se inició desde 2012, con la estrategia de distinguirse de la clase política que prohijó el Pacto por México y de un discurso incluyente y tolerante para construir una coalición electoral dominante con un objetivo común: ganar la presidencia de la República. La versatilidad política permitió otorgar posiciones a miembros del PAN, PRI, llegando al extremo de aceptar a miembros del Yunque. Esta estrategia fue acompañada con un discurso moderado, tolerante.

El arribo al poder hizo dar el giro discursivo, regresando a la retórica inaugurada en el año 2000. Los discursos polarizantes se manifiestan con regularidad durante las campañas electorales; lo inusual es, que quienes ganan las elecciones le den continuidad en la acción de gobernar. Aunque no podemos olvidar que este tipo de discurso descalificador se inició en la campaña presidencial de 2006 señalando a López Obrador como un peligro para México.

La dicotomía es la regla básica de este tipo de discurso, porque, está demostrado, es el más penetrante psicológicamente. Iniciamos con la dualidad fifis y chairos, pasamos a liberales y conservadores. Ahora arribamos, como resultado de la discusión de la reforma constitucional en materia eléctrica y la inclusión de la explotación del litio como actividad exclusiva del Estado, a la dicotomía de patriotas y traidores.

La consulta popular sobre el enjuiciamiento de expresidentes, la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, el reciente ejercicio de revocación de mandato, las iniciativas de reformas constitucionales, la eléctrica, ya presentada, y la electoral y de la Guardia Nacional que vienen en camino se han convertido en el centro de la construcción del discurso político, desde el poder, rumbo a la elección presidencial de 2024.

El objetivo es estructurar un discurso muy polarizante. Se ha construido un escenario político en donde no hay para dónde hacerse: se es patriota o traidor. Si Freud tenía razón y creo la tiene, el inconsciente colectivo existe, se busca apelar al sentimiento nacionalista, tan soterrado durante mucho tiempo, con el fin de obtener ventajas electorales sobre la oposición.

El argumento del PAN-PRI-PRD de que salvaron al país “de una de las peores reformas que se han visto, la cual pudo provocar altos niveles de contaminación, afectación a la salud de los mexicanos, elevados costos en los recibos de luz, y aún más pérdidas de inversiones y empleos”, mediáticamente está en total desventaja frente al eslogan de “patriotas y traidores”.

Hace unos días una pregunta obvia bullía en el aire ¿por qué el presidente insistía en impulsar la reforma constitucional en materia energética, si era la crónica de una derrota anunciada? La respuesta, aunque sea parcial, la están dando las encuestas de la semana.

Mientras, según los medios de comunicación los legisladores de la oposición festejaron su triunfo brindando con Champagne. La encuesta de líderes globales que realiza Morning Consult Political Intelligence (MCPI) entre presidentes y primeros ministros de 22 países nos da una respuesta. Ubica a López Obrador con el 71 por ciento de aprobación. Su índice de desaprobación es de 22 por ciento.

Los datos fueron recopilados del 13 al 19 de abril de 2022 —justo cuando se debatía la Reforma Eléctrica—, entre residentes adultos de Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, República Checa, Francia, Alemania, India, Irlanda, Italia, Japón, México, Holanda, Noruega, Polonia, Corea del Sur, España, Suiza, Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos.

López Obrador se ha mantenido como el segundo mandatario mejor evaluado entre la selección de líderes globales de esa consultora. El gran fenómeno de la lista es Narendra Modi de la India, quien tiene 77 por ciento de aprobación y 18 por ciento de rechazo. Es de Perogrullo, pero existen derrotas que fortalecen. El presidente perdió una votación y, al día siguiente, se aprobó la reforma a la ley minera. Ambos sucesos fortalecieron su legitimidad.

La otra encuesta es sobre las preferencias electorales para gobernador en Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas. Desde el año pasado Morena se perfilaba a obtener la mayoría en cuatro estados, la excepción eran Aguascalientes y Durango. El sondeo confirma la delantera de Morena en cuatro estados, pero ahora suma a Durango con una pequeña ventaja.

De presentarse las iniciativas de reforma electoral, por cierto, en algunos aspectos francamente regresiva, y la de la Guardia Nacional no serán aprobadas, pero servirán como elemento propagandístico para señalar a la oposición como partidaria de mantener privilegios y de negarse a contribuir a fortalecer la seguridad pública.

Es necesario dejar claro que el discurso polarizante ha sido abonado por ambos bandos. En este juego por el poder no hay inocentes. Sin duda quienes han obtenido la cosecha política más favorable son el presidente y Morena. Aunque se debe señalar que el promoverlo es delicado en las condiciones del país porque, indiscutiblemente, existe un resentimiento social contra las élites, económicas y políticas.

La escalada verbal de ambos contendientes pavimenta el camino a las expresiones de odio. Lo grave sería el tránsito del odio verbal a actos de violencia. Eso es peligroso para la gobernabilidad. Aunque no hay que olvidar que la violencia verbal, exacerbada en este momento, se ha dado desde tiempo atrás.

En el caso de la reforma constitucional eléctrica y de la explotación del litio, ninguno de los dos bandos estuvo dispuesto a conceder nada y, sobre todo, a dialogar. Salta a la vista que la clase política solo están viendo por sus intereses en torno al poder. En la primera mitad del sexenio se aprobaron todas las reformas constitucionales propuestas por el Ejecutivo, excepto la de disminuir el financiamiento a los partidos.

La proximidad de la elección presidencial ha elevado el tono de la intransigencia de la clase política. Es de lamentar su falta de seriedad, responsabilidad y cortedad de miras, al no tener capacidad para discutir un problema nacional tan importante como es la energía. Sólo están viendo la próxima elección y no las condiciones en que vivirán las siguientes generaciones.