Opinión

Lo bueno, lo malo y el oso

Una de las cuestiones más inentendibles de este tiempo, es que la coalición morenista y su liturgia en torno a López Obrador, no han dejado de obtener una y otra vez, jugosos triunfos electorales a nivel federal, estados y municipios. Y sin embargo, a pesar de esas ganancias, han hecho de la destrucción del mismo sistema electoral que las organiza, el objeto de su manía destructiva. ¿Por qué aniquilar una serie de instituciones que han garantizado y legitimado -a ojos propios y extraños- su propio avance político? Una misteriosa y absurda venganza, fuera de mi comprensión.

Cuartoscuro

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Para confirmación del hecho, lo bueno, lo mejor de la jornada del domingo es que el entramado electoral volvió a lucir preciso, irreprochable en su organización, confiable y garante en todos su detalles. Registros, limpieza, boletas, campañas, casillas, participación de la ciudadanía, contabilidad de votos, resultados la misma tarde-noche de la elección, transparencia, claridad… nadie, ninguno de los neuróticos actores de la jornada, se atrevió a sugerir siquiera “fraude electoral”. Pocas veces atestiguamos una elección más aceptable para todos.

Cada detalle funcionó con precisión relojera y la coordinación entre el INE y los seis organismos locales (Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas) demostró la factibilidad del modelo “híbrido”: las autoridades federales se encargan de las urnas, la capacitación de los ciudadanos y las casillas, mientras que los organismos locales, de todo lo demás. Esta demostración de trabajo coordinado es lo mejor, lo bueno, lo que garantiza el piso de estabilidad política en el país.

La abstención es ya un espectro demasiado ancho como para ser ignorado. Estamos, probablemente ante las elecciones menos participativas en el siglo XXI y tal vez en décadas, para unas gubernaturas: Tamaulipas 53 por ciento de participación; Durango 49; Hidalgo 47; Aguascalientes 46; Quintana Roo 40 y Oaxaca ¡solo 38 por ciento de participación! En conjunto -reporta el Laboratorio Electoral de México- la participación descendió 11 por ciento en relación a las competencias similares de 2016.

Quedan un montón de incógnitas que son la clave para entender el fenómeno principal: el avance de Morena a pesar de los malos resultados de sus gobiernos y a pesar de su inocultable instinto autoritario y destructivo. ¿Es la abrumadora presencia del presidente López Obrador y su incesante influjo discursivo? ¿La ilusión de estar protagonizando la fantasmagoría de un cambio histórico? ¿La selección de candidatos relevantes y competitivos, superiores a los de la oposición? ¿La dependencia vital, reforzada por transferencias y dádivas a millones? ¿Las seguridades que este gobierno ha venido a ofrecer a los más viejos? ¿El rechazo que continúa al PRI, al PAN y a los “partidos tradicionales”? ¿La creencia de que se pertenece a un proyecto que apoya de veras, por primera vez, a los más pobres? ¿El hartazgo y el resentimiento hacia políticos, partidos, gobiernos de una época que jamás se compadecieron de la mayoría? ¿El espejismo de respaldar al primer gobierno “de izquierda” desde Lázaro Cárdenas? Todo eso y más que se impone como la primer tarea de cualquier análisis opositor o no: comprender las motivaciones de ese, el electorado real.

Finalmente, el oso de la jornada se lo llevan los dirigentes nacionales de Morena y de Acción Nacional. A las siete de la tarde del domingo, mientras todo transcurría con normalidad y rigor técnico, decidieron “adelantarse” sobre sus adversarios y de ese modo, uno declaró “cinco victorias contundentes” y el otro “tres elecciones en las que vamos adelante”. Sin evidencia, fruto de la pedantería, de la inercia, se lanzaron al concurso de confusión a la opiníón pública. ¿Que necesidad tenían si en cuestión de minutos, las autoridades electorales despejarían el panorama? Nadie los tomó en serio. Ni siquiera sus correligionarios. Todos los datos, encuestas y recuentos coincidían. No quisieron ser los dirigentes serios de grandes organizaciones que importan a la república, sino dos personajes que, sin motivo ni elementos, estaban urgidos de mentir a la opinión pública. Desmentidos media hora después. Un oso.