Opinión

Cocaína, bikinis y elecciones

Usar la cocaína como atractivo turístico llevó a la ruina a Acapulco como destino de grandes ligas. Sigue funcionando porque la lealtad de los chilangos y mexiquenses a la bahía más bella del mundo es a prueba de balas, pero ya no está en el circuito de los destinos internacionales importantes y del glamour ni hablamos.

Cuartoscuro

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Siempre ha habido forma de conseguir sustancias ilegales en el puerto, el problema detonó cuando la cocaína apareció en la Costera Miguel Alemán. Ante las pingües ganancias todo mundo le entró. Autoridades, policías, dueños de antros, taxistas, había para todos. El modelo de drogas al alcance de cualquier turista funcionó un tiempo. Su éxito fue su condena. Traficantes de grupos antagónicos comenzaron a disputarse el mercado a sangre y fuego. Acapulco terminó siendo un lugar donde “los cadáveres se broncean en la playa”, como escribió en uno de sus cuentos Juan Villoro.

La pregunta que recorre el Caribe mexicano en los últimos días es si los destinos turísticos de Quintana Roo correrán la misma mala suerte que Acapulco y terminarán siendo un destino de medio pelo para turistas mexicanos que no les temen a las balaceras. Me parece que están a tiempo de impedirlo, pero tienen que tomar medidas drásticas a partir de un principio básico: la cocaína atrae ganancias, pero también disparos. Van juntos. Conforman un tándem.

Es un error llevar la droga a los camastros de los turistas y servirla como quien sirve un mojito, una margarita o una cerveza, porque detrás de la droga aparecen tarde o temprano los sicarios ajustando cuentas encima de las bañistas en bikini. Vender en la Quinta Avenida o en las discotecas, facilitarles a los adictos su consumo, es un sueño de opio que termina en pesadilla de plomo. Como es un negocio rápido, quedó dicho, todos lo entran.

¿Cuál es la situación en Quintana Roo? Según notas de la prensa local varios de los grupos delictivos dedicados al narcomenudeo tienen en sus filas ex policías que conocen el terreno, conocen a sus ex colegas uniformados con quienes alcanzan acuerdos y no se tientan el corazón para jalar el gatillo. Hay un camino de regreso, pero la sociedad en su conjunto tiene que ponerse de acuerdo para recorrerlo. La comunidad empresarial turística de Quintana Roo puede y debe encabezar el rescate.

En Acapulco la delincuencia organizada tuvo un triunfo cultural porque la gente comenzó a ver natural que un amigo o un familiar anduviera en malos pasos, nadie se sorprendía. Sobra decir que a la venta de droga siguen perversiones como sexo con menores de edad. Es un grave error darles a los clientes lo que piden. Si los turistas quieren droga o chamaquitos hay que decirles que no, decir que sí hace a la sociedad cómplice. Que los turistas adictos o pederastas se queden en la Isla del Padre, en Estados Unidos, como lo hicieron los insufribles Spring breakers.

Es importante reparar que la crisis de seguridad en Quintana Roo detona justo al arranque del proceso electoral. Este año hay elecciones y las bandas del crimen organizado pueden ser los grandes electores. Es un riesgo enorme y no veo que las autoridades federales y estatales lo estén calibrando de manera adecuada. Es un riesgo, pero también una oportunidad de que los ciudadanos elijan el camino correcto en las urnas. No tienen derecho de equivocarse. Ellos conocen a los candidatos y candidatas, saben de qué pie cojean, si de todas formas los eligen que se atengan a las consecuencias.