Opinión

COVID-19 largo: una nueva enfermedad crónica

El primer caso de COVID-19 en México se detectó en marzo del 2020; dos años después se han diagnosticado alrededor de 5.7 millones de casos, aunque se estima que un número mucho mayor de gente tuvo COVID-19 leve a moderada, sin haberse hecho pruebas diagnósticas. En un universo de varios millones de sobrevivientes (por cierto, en crecimiento constante) la mayoría no tendrán mayores problemas en las actividades cotidianas, pero algunos desarrollarán lo que se conoce como COVID-19 largo, una serie de manifestaciones persistentes primordialmente neurológicas, cardiovasculares y pulmonares.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud Primero, el COVID-19 largo es un conjunto de problemas de salud nuevos, recurrentes o continuos que algunas personas pueden experimentar cuatro o más semanas después de tener COVID-19, duran al menos dos meses y no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo.

Los síntomas comunes incluyen fatiga, problemas de concentración, confusión (la llamada neblina mental), insomnio, ansiedad y depresión, así como palpitaciones, tos o dificultad para respirar, problemas que impactan negativamente el funcionamiento diario. Los síntomas pueden aparecer después de la recuperación inicial de un episodio agudo de COVID-19 o persistir desde la enfermedad inicial. Los síntomas también pueden fluctuar o recaer con el tiempo. Aunque predominan en personas que requirieron manejo hospitalario, estos efectos pueden ocurrir independientemente de la gravedad inicial de la infección. Además, sabemos que ocurren con mayor frecuencia en mujeres, en personas mayores de 65 años de edad que padecieron enfermedad grave, o entre quienes tuvieron episodios de confusión y desorientación durante la hospitalización (llamado médicamente delirium).

Un estudio publicado hace unos días por el grupo de la doctora Liron Sinvani en la revista Frontiers in Medicine identificó que aquellos pacientes que antes de padecer COVID-19 usaban medicamentos psicotrópicos (incluyendo antipsicóticos, antidepresivos, anticonvulsivantes y estabilizadores del estado de ánimo, benzodiacepinas y medicamentos antiparkinsonianos) o tenían delirium eran quienes tuvieron mayor propensión a desarrollar manifestaciones demenciales un año después de padecer COVID-19.

Respecto a porqué el COVID-19 largo es más común en mujeres, hay varias posibles explicaciones, pero un fenómeno llamado dimorfismo sexual de la respuesta inmune parece tener un papel importante. ¿A qué me refiero con esto? Es bien sabido que las mujeres tienen mejor respuesta a vacunas y que controlan mejor y más rápido las infecciones. Este estado de privilegio inmune en mujeres puede ocasionalmente tener costos, incluyendo un mayor riesgo de desarrollar enfermedades autoinmunes, presentar reacciones adversas a vacunas, o como en este caso, tener problemas de largo plazo post-COVID-19.

Aún no entendemos de forma integral las causas. El disparador que parece tener mayor impacto es la inflamación persistente en diferentes órganos. El virus SARS-CoV-2 no parece infectar directamente a las neuronas, pero si a otras células del sistema nervioso central llamadas glía, que son indispensables para el funcionamiento neuronal adecuado. Al ser infectadas pueden interferir con las capacidades mentales e intelectuales a largo lazo. Esta puede ser la causa de fenómenos tales como fatiga, sensación de niebla mental, o intolerancia al ejercicio. Esto puede magnificarse en personas que estuvieron hospitalizadas por periodos prolongados, particularmente quienes requirieron de ventilación mecánica, en quienes el daño a músculos y nervios periféricos, algo conocido como miopatía y neuropatía del paciente en estado crítico, aumenta la discapacidad y reduce la tasa de recuperación. La disautonomía es debida a una alteración selectiva del sistema nervioso autónomo, encargado de evaluar de forma constante los cambios en el medio interno y responder de forma adaptativa e inmediata a las necesidades generadas por tales cambios. Las alteraciones del sistema nervioso autónomo pueden repercutir en mareos, síncope (lo que se conoce como desmayos), e incluso intolerancia al ejercicio o palpitaciones.

Las alteraciones pulmonares persistentes se presentan en alrededor de la mitad de los pacientes y que hacen que la persona tarde semanas o meses en volver a sentir que respira de forma normal. Tales alteraciones son debidas tanto al daño directo de la inflamación sobre el tejido pulmonar, como a la formación de trombos (coágulos) en la circulación pulmonar.

Un estudio reciente de investigadores de Fred Hutchinson Cancer Research Center, Washington University y Stanford University publicado en enero pasado en la revista Cell reportó cuatro grandes factores predisponentes a síntomas prolongados: diabetes mellitus, carga viral elevada de SARS-CoV-2, reactivación de la viremia por el virus Epstein-Barr (un virus común y generalmente inocuo, aunque también asociado a enfermedades tumorales y autoinmunes) y la presencia de auto-anticuerpos. Estos últimos pueden ser disparadores potenciales de problemas autoinmunes, aquellos en los que las defensas dejan de reconocer lo propio y lo atacan como ajeno, una especie de guerra civil.

¿Qué podemos hacer para evitar o tratar estos problemas? Dado que COVID-19 largo es un problema de salud recientemente identificado, los estudios que abordan su prevención o manejo a largo plazo apenas se están realizando. Por ser un tópico que puede tener repercusiones profundas y medibles en la salud de grandes segmentos de la población, es esperable que pronto comencemos a saber cuáles intervenciones funcionan y cuáles no. Sin embargo, hay una serie de medidas simples que parecen ser prometedoras, incluyendo el ejercicio aeróbico a tolerancia, así como mantener una hidratación adecuada que puede reducir los mareos y desmayos. Un análisis publicado en línea en febrero pasado por la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido indica que quienes han recibido esquemas completos de vacunación tienen menos riesgo de COVID-19 largo que quienes tienen solo esquemas incompletos y más aún, de quienes no habían recibido vacuna alguna al momento de desarrollar COVID-19. Por tanto, vacunarse parece tener efecto benéfico para evitar no solo el COVID, sino en caso de enfermarse, también el COVID-19 largo. Ese estudio sugiere además que las vacunas aplicadas después de padecer COVID-19 también reducen el riesgo y magnitud del COVID-19 largo. Finalmente, la mayoría de los síntomas suelen mejorar con el tiempo y seguramente pronto sabremos de más y mejores estrategias de prevención y manejo post-infección. Si el amable lector tuvo COVID y pasadas las semanas aún no se sienten del todo bien, puede tener COVID-19 largo.

Dr. Sergio Iván Valdés Ferrer*

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

*Por invitación

Las personas que habían superado la covid tenían una edad media de 48 años y, de ellas, 67 no necesitaron hospitalización, 17 sí y 16 pasaron por la UCI.

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