Opinión

Descubrimientos y mordazas

Ayer un joven estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras presentó su examen profesional, como muchos otros. 8:22 二.2.P.2. trata a un personaje muy interesante, al escritor Miguel N. Lira que fue poeta, narrador, editor, profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, promovió la Fundación del Seminario de Cultura Mexicana y del Instituto de la Creación del Libro, ayudó a reestructurar la Escuela de Pintura La Esmeralda y participó en la creación del Colegio de México. Entre otros quehaceres, ocupó una silla en la Academia Mexicana de la Lengua y trabajó treinta años en el servicio público. Fundó la imprenta Universitaria y se encargó del Departamento de Publicidad y Propaganda de la Secretaría de Educación Pública, de 1941 a 1944, y escribió un libro infantil, entre otras exploraciones con este tipo de literatura para lectores en edad escolar. Transcurría la presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). En 1944 Jaime Torres Bodet fungiría como Secretario de Educación. Era una época de aires nacionalistas. Los libros de texto gratuitos aparecerían hasta 1959, con la presidencia de Adolfo López Mateos.

El caso es que la tesis a la que me refiero me informó de un escritor que nunca había leído y que, autor del libro La Escondida, que se llevó a la pantalla con María Félix y Pedro Armendáriz en 1956, dirigió publicaciones infantiles y publicó un libro de literatura infantil. Justamente la tesis del sustentante en la licenciatura de Lengua y Literaturas Hispánicas propone al libro Mi caballito blanco de Miguel N. Lira como un texto no sólo pedagógico sino expresamente literario. El alumno hizo un estupendo trabajo, su réplica fue excelente y obtuvo Mención Honorífica. El presidente del sínodo, el gran poeta David Huerta, señalo la capacidad poética de Lira en Mi caballito blanco. Los otros dos jurados le dimos la razón y aprendimos con sus explicaciones sobre el conocimiento poético de Lira.

Esto me lleva a la Secretaría de Educación Pública el día de hoy. En una nota de El Universal de María Cabadas ( 2 de febrero) se dice que “la SEP eliminará palabras y conceptos que considera neoliberales como “calidad educativa”, “competencia”. “sociedad del conocimiento”, “eficiencia” y “productividad” de los planes y programas de los libros de texto gratuitos de educación básica”. Muchos de esos conceptos son estrictamente pedagógicos y no creo que hayan surgido de una pedagogía del “neoliberalismo”. Escribe María Cabadas en su nota que “la SEP advierte que desde 1990 en las reformas educativas de sexenios anteriores intervinieron actores como la OCDE, ONG (sic) y sectores empresariales y se introdujo el concepto de calidad para medir el desempeño del sistema educativo con indicadores como “eficiencia terminal”, “equidad”, “rezago”, etcétera.” Desde luego esta propuesta antiliberal proviene del escritorio de Marx Arriaga, director general de Materiales Educativos de la SEP, el mismo que afirmó hace unos meses que uno no lee por gusto. Recientemente, en el contexto de omitir la ideología neoliberal, especificó que, dice la nota de M Cabadas, “las evaluaciones y las pruebas diagnósticas se diseñaron para promover una ética laboral que justificara la desigualdad y los abusos en que vivimos”.

No soy pedagoga, así que cito directamente de Google, una sola de las “concepciones neoliberales” de la educación:

“Se entiende como competencia pedagógica a una serie de conocimientos, capacidades y habilidades, destreza, actitudes que posee el docente para intervenir en la orientación del alumno (a)”. En lo personal, me parece correcto que el docente tenga todas esas habilidades. No cualquiera es buen profesor (a) y en primaria y secundaria especialmente es necesaria la sensibilidad y la maestría del o de la que enseña. A enseñar deleitando, como decían Horacio y Baltazar Gracián, pero con conocimiento y a su aire, sin duda, sin sujeciones ideológicas de ningún tipo.

Todo esto me conduce a otro asunto y que tiene que ver con los editores, no de los libros de texto sino de literatura. Una querida amiga escritora me platicó de una serie de inclusiones intertextuales (derivadas de otros libros) que utilizó en una nueva novela, donde aparece un autor de hoy, que murió pronto, apenas iniciada la cincuentena, como le ocurrió a Miguel N. Lira. La escritora a la que me refiero incluyó como personaje al autor contemporáneo en un juego literario. Ese mismo autor hizo lo mismo con poetas de su generación. Me parece sumamente interesante este ejercicio lúdico, sobre todo si no se trata de agredir a la persona. Otros escritores han experimentado con esto. Me viene a la memoria el cubano Guillermo Cabrera Infante en su novela Tres tristes tigres (España 1965), donde arremeda a otros escritores cubanos como José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier entre otros. Nadie en la editorial Seix Barral se preocupó por esto. Se valía, mientras que ahora hay que temerle a los legatarios y prescindir del ensayo intertextual.

El problema no es neoliberal, sino que se imbrica en las decisiones de los herederos de los escritores (as). Nadie hoy en México pondría a Juan Rulfo de personaje o emularía como experimento su maravillosa prosa. Sería motivo de demanda por parte de su familia, supongo. Pero ¿por qué no? Se justifica en los ensayos, pero no en la creación literaria, es una extraña manera de sacralizar a los autores, cuando justamente la literatura surge de la libertad.

La intertualidad, recurro a Google y no a los teóricos Genette y Kulia Kristeva, especialistas en el término: “la intertextualidad es un recurso estilístico que permite establecer una relación entre dos textos de manera implícita o explícita, citando a uno dentro de otro, textos de la misma época o de otra, literales o parafraseados, del mismo autor o más comúnmente de otros”. Yo incluiría, ¿por qué no?, a los autores, y, desde luego, a los personajes históricos. 

Descubrimientos y mordazas.

Descubrimientos y mordazas.