Opinión

El final del año y la lectura de La cura de Schopenhauer de Irvind David Yalom

No sé si lo fines de año devienen extraños, con carga de dolor ,de euforia o de desesperanza. Seguramente se encuentra en nuestro inconsciente colectivo la idea de la muerte de la tierra que deja proveer durante el invierno y los necesarios ritos que invocan el regreso a la vida. La tierra volverá a producir y todos los ciclos recomenzarán. Me refiero al convencimiento del eterno retorno, sin llegar al concepto nietzscheiano de que todas las situaciones del mundo pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente. Hago mención, nada más, a las fiestas que concitaban a la gente para pedirle a los dioses prosperidad y abundantes cosechas. Las festividades religiosas, con el tiempo, se llenaron de significados, como la Navidad. Mi padre era ateo, mi mamá decía que no era observante del catolicismo, pero celebraban la Nochebuena, arraigada en la cultura española. Sin embargo se quejaban cada 24 de diciembre de no estar en España, con su familia. A mí eso me entraba por un oído y me salía por el otro. Lo verdaderamente importante era la llegada de Santa Claus y con él, los juguetes. Mientras mi hijo era niño, procuramos mi marido y yo que tuviera alegres navidades.

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Este año llegó casi a su final con un gran acontecimiento, el nacimiento de mi nieto Sebastián. Para mí, abrazarlo y mirarlo es la afirmación de la continuidad de la vida. Apenas cinco días después murió de pronto mi hermana. El mundo se extinguió y con mi nieto volvió a crearse. Justo el día en que nació, mi consuegra, psiquiatra psicoanalista, mientras hablábamos del feliz acontecimiento, la conversación tomó otros rumbos, y me reveló que mi ex psiquiatra, muy querido y respetado por mí, había muerto. Yo llevaba más de tres años jurándome que le llamaría para hacerle saber que dejé de verlo porque, mientras él se reponía de una fractura de pierna, yo tuve la imperiosa necesidad de consultar con otro profesional. Nunca marqué su teléfono. Me lo impedía la culpa. Sentía que lo había traicionado después de 30 años o más de haber sido su paciente. Esto es motivo de otro argumento, que ayer mismo comencé a tratar en mi terapia psicoanalítica, con un psiquiatra psicoanalista que igual quiero y admiro.

Como en vacaciones no apuro los libros que trataré en mis clases de la UNAM sino lo que me da la gana, estoy justamente leyendo una novela fascinante de Irving D. Yalom, famoso psiquiatra psicoanalista, que se dio a conocer como novelista con Executioner´s Love (1989), después de haber publicado libros muy leídos sobre terapia grupal. Cuando yo vivía en Washington, D.C. durante una misión diplomática de mi finado marido, me topé con la escritura novelística de Yalom y en las vacaciones en México, a quien le traje algunas novelas de regalo fue al doctor Fernando Ruiz Cortés. Las comentamos muy entusiasmados. Los psiquiatras son siempre cultos y buenos lectores.

El caso es en esta pausa de las fiestas paso parte de mi tiempo leyendo o pensando en una nueva novela de mi cosecha, cuando no corro a visitar a mi maravilloso nieto. Hace pocos días me decidí por la lectura de La cura de Schopenhauer, The Schopenhauer Cure (2005) que leo en el inglés original y en mi Kindkle.

Acongojado por la posible existencia de un melanoma, el doctor Julius Hertzfeld busca a un paciente suyo, Philip Slate, a quien trató por su adicción al sexo hace más de dos décadas. Julius describe a Philip como un hombre muy guapo, nada compasivo, sin ningún sentido del humor, apegado al dinero y solitario. Lo quiere ver para enterarse si lo ayudó o no. Sospecha que no lo hizo. Ambos entran en contacto y Philip Slate es ahora un asesor filosófico, una suerte de terapeuta que basa sus tratamientos en lo escrito por los grandes filósofos occidentales. Sospecha que Julius padece una enfermedad terminal y le propone a su ex psiquiatra acercarlo a la muerte mediante el filósofo Arthur Schopenhuaer (1788-1860), cuyas lecturas lo salvaron de su incontrolable búsqueda de relaciones sexuales. A cambio, le pide que lo avale oficialmente como terapeuta “filosófico” . Julius Hertzfeld se resiste en un principio a realizar este faústico convenio, detesta a Philip Slate y la novela nos acerca a la posible e insólita terapia, mediante novedosas propuestas psicoanalíticas. Al mismo tiempo se nos cuenta la vida de Schopenhuaer. Créanme que el libro es entretenidísimo y nos asoma al existencialismo del filósofo alemán, a su visión pesimista de la vida , para el que la “la vida es sólo la muerte aplazada”. No es que me sirva para procesar la muerte de mi hermana Pepita, pero, sin duda, la lectura de Yalom abre horizontes insospechados. Ojalá lo lean. Está editado en español.