Opinión

El futuro y el atraso que conviven

De los adelantos del futuro hay uno que me parece magnífico: el de crear productos cárnicos más saludables y sostenibles, mediante plantas y hongos. Seguramente un lama tibetano diría que tanto las plantas como los hongos son seres vivos, acaso sintientes. Pero comer carne de animales sometidos al matadero, bajo procedimientos brutales, no es la solución más civilizada ni la más ecológica y de ninguna manera compasiva. Las vacas, los cerdos, los pollos y demás reconocen su destino, aterrados, poco antes del sacrificio, que es lo que a mí me parece: un acto sacrificial espantoso

Yo dejé de comer carne en 1991, cuando comencé a meditar. Hoy, los videos de granjas sobrepobladas, de las que saldrán becerros, cerditos, carneros etcétera rumbo al cadalso, me eriza la piel, me entristece, me hace odiar a los humanos. Nuestra alimentación consiste en comerse a las otras especies. Por eso, lograr el mismo grado nutricional y de sabor mediante un proceso en el que no interviene la crueldad y que, incluso, a la larga resultará más barato y beneficioso para la Tierra, es ideal.

A la larga, ni siquiera se requerirán plantas, ya que todo se reduce a la química y a la manipulación de átomos. Por lo tanto, si usted ordena un stake tirando a crudo, un roost beaf “sellado” o una hamburguesa que todavía suelta jugos y un poco de sangre puede ser posible que le sepa igual a un trozo de carne animal, pero elaborada en un laboratorio. Cero colesterol, cero culpa. Lo mismo ocurrirá con los mariscos: suculentos camarones, pulpos y peces surgidos de una máquina.

¿Le parece poco apetecible, prefiere al animal en sus jugos, lastimado y habiendo vivido una muerte horrorosa? ¿A usted le da igual si se alimenta de un ser viviente y sintiente ya muerto? Hasta ahora han sido así las cosas desde que los primeros seres humanoides habitaron la Tierra y se dedicaron a la caza y a la pesca? Pero ¿ y si sabe igual, pero sin salvajismo y dolor y probablemente sin trigiclécidos? ¿Ni así se le antoja? Pues váyase haciendo a la idea.

En el año en que se propagó el coronavirus, se invirtieron más de 17,000 millones de dólares en tecnología alimentaria en los Estados Unidos. La carne de origen vegetal alimentará a millones de humanos muy pronto. Con esto se terminarán las hambrunas. Basta leer acerca de la terrible situación en Afganistán, dominada por los talibanes, donde es difícil enviar ayuda humanitaria, para saber que la gente tiene hambre. Habrá algún momento en que el auxilio pueda traspasar las medidas talibanas y quizá, no mediante carne fresca y perecedera, nutrir a la población.

Por otro lado, en este futuro que, en ciertas cosas, felizmente nos alcanza, hay ya relojes pulsera, como se decía antes, que toman la presión, que avisan al 009 si el portador (a) ha sufrido un accidente y se encuentra inconsciente. Es Apple, desde luego.

Qué decir de los automóviles eléctricos, del metaverso que impondrá el dueño de Facebook y con ello un mundo paralelo (como si no hubiera muchos ya entre la desigualdad y los ambientes favorecidos, por ejemplo).

Entretanto leo hoy (12 de enero de 2022) en la columna de Raymundo Riva Palacio en El Financiero y los textos de Daniel Blancas en Crónica, que en la construcción del Tren Maya, se rellenaron cenotes con cemento, porque no se habían visto en el trazo original, para que el tren pueda pasar y seguir su camino. O sea, que el futuro sigue siendo una trampa, en la que el pasado continúa vivo y coleando, el pasado que ignora las necesidades ecológicas, la vida del planeta y que apuesta, en México, por la energía eléctrica y no por la renovable, que construye los rieles de un tren, que en este presente, resulta fantasmagórico y probablemente inútil.

Foto: Daniel Blancas

Foto: Daniel Blancas