Opinión

Gente en situación de calle, nuevos programas de salud mental y Alcira en la Facultad de Filosofía y Letras

El domingo pasado un joven estudiante de ingeniería en físico-matemáticas resultó mal herido, mientras departía en compañía de su padre, dentro de una taquería de la colonia Roma, la cual, como muchos otros lugares de comer, sobre todo a raíz de la pandemia de Covid-19, se encuentra abierta hacia la calle. Resulta que un energúmeno se metió al sitio y le arrojó un tabique en la cabeza. El padre se levantó de inmediato de la mesa para perseguir al sujeto, pero no logró darle alcance. Desde entonces, el futuro ingeniero físico-matemático del Instituto Politécnico Nacional se encuentra ingresado en un hospital privado.

Gente en situación de calle, nuevos programas de salud mental y Alcira en la Facultad de Filosofía y Letras

Sidarta

El agresor se hace llamar Sidarta y tiene antecedentes de haber lesionado a un ciclista y a una mujer que hirió en una pierna. El papá del estudiante, después de haber reconocido al violento personaje, detenido el mismo domingo, informó que, de acuerdo con las autoridades, Sidarta no padece de sus facultades mentales. Estrictamente, quizá, no, pero como es un hombre en “situación de calle” podría recurrir a drogas que le provocan un estado de locura, una esquizofrenia no orgánica, por ejemplo.

¿Qué hace el gobierno con hombres y mujeres que viven a la intemperie, que no son cobijados por una familia y que se han enajenado? Muchos, si cometen actos violentos, son llevados a penitenciarías provistas con atención psiquiátrica. Se trata de un cuidado médico limitado. Pero, a pesar de todo, los tratan, ya sea de una auténtica enfermedad mental o provocada por enervantes. ¿Qué sucede después con estos presos sui generis? Lo ignoro, pero habría que averiguarlo, aunque las autoridades y la Secretaría de Salud harán un seguimiento pertinente, creo yo. La pregunta, si embargo, es ¿si los rehabilitan o los echan a la calle?

A principios de los años ochenta, mi marido y yo estudiábamos en Nueva York. Entonces, la falta de apoyos económicos para tratar las enfermedades mentales era evidente en este Estado de una Unión Americana. Muchísimos homeless, es decir, vagabundos, deambulaban por las calles de la Gran Manzana. Había un hombre joven, con el que me topaba en mi camino rumbo a la Universidad de Nueva York, que a la entrada del metro, por ahí de la calle 14, pedía limosna y se tapaba la cara con un cartón. Era como el personaje cervantino de El Licenciado Vidriera, que, debido a una pócima de amor, cree que es de vidrio y nadie lo puede tocar. El muchacho de Nueva York, por su parte, escondía el rostro y se ponía muy mal si alguien intentaba verle el rostro.

Un joven residente en un hospital psiquiátrico perteneciente a la Secretaría de Salud, contaba en una sobremesa sobremesa que de la 300 y pico camas del hospital donde realiza su residencia sólo se ocupan 120. No hay dinero, explicaba, para tratar a más pacientes psiquiátricos hospitalizados.

Hace poco se anunció que cerrarían los hospitales psiquiátricos del gobierno. El presidente Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, acaba de especificar que no será así. Esos hospitales continuarán su cometido. En el nuevo programa de Salud que la Cuatroté prepara para equipararnos con el sistema de salud danés, se agitan transformaciones. Por ejemplo, todo centro de salud contará pronto con la atención de un psiquiatra. El problema estriba en que el psiquiatra actuará solo, sin infraestructura: ni enfermeras ni medicinas ni manera de enviar, si se necesitara, a un enfermo mental grave a un hospital específico. ¿Qué podría hacer, además, el psiquiatra o la psiquiatra asignados a un centro de salud con pacientes adictos al alcohol o a las drogas? Por supuesto que existen instituciones en México que se dedican a las adicciones, pero casi todas son privadas y las que no lo son no cuentan con las instalaciones y los medios técnicos para tratar a los adictos.

El nuevo sistema de salud que se organiza dotará a los pacientes de las medicinas que necesiten. Lo conflictivo es que los médicos tendrán que conectarse a una suerte de central para solicitar los medicamentos, lo cual les llevará varios minutos robados a la consulta. El paciente psiquiátrico, como todos los demás, aguardará el tiempo que se requiera para que se le provea de medicinas. Y ese tiempo será el que dicte la burocracia.

¿Habrá también un programa concreto para las adicciones? Ojalá.

Años atrás pululaba por la Facultad de Filosofía y Letras una poeta uruguaya, Alcira, quien, durante la ocupación del ejército en la UNAM en 1968, había permanecido varios días encerrada en los baños de la Torre I de Humanidades. Liberada la Universidad, Alcira se convirtió en una suerte de mascota. Llegó a tener una oficina, según recuerdo, aledaña a la de la gran poeta Elsa Cross y el muy terrible y querido Huberto Bátis, investigador y jefe de redacción del diario Unomásuno en sus buenas épocas. Alcira perseguía a los estudiantes y a los maestros (as) por los pasillos para vender sus poemas. Se tapaba la boca con una mano porque estaba casi desdentada. Algunos profesores, como la extraordinaria Annunziata Rossi, le dieron cobijo en su casa, igual que lo hizo Ruth Peza, hoy abogada y siempre trabajadora universitaria. La ultima vez que Ruth la tuvo en su casa, Alcira le inundó el departamento. Era un desastre la poeta y , con el tiempo, su minada cordura se fue desmoronando. A uno de los directores de la Facultad le echó encima ropa sucia. Era agresiva de palabra si uno no se detenía a escuchar sus poemas o los oía pero no se los compraba. Cuando el escritor Arturo Azuela dirigía la Facultad, me permití sugerirle, como parte de su staff en ese entonces, o así lo quiero recordar, que ingresaran a Alcira en un hospital psiquiátrico . Estuvo hospitalizada un par de semanas, mientras Ruth Peza gestionó que la UNAM le pagara a la poeta el viaje de regreso al Uruguay, donde la aguardaba su madre.

Me pregunto qué habría sucedido con Alcira Scaffo, que así se llamaba, si su Facultad hubiese sido Psicología o Medicina. Pienso que la habrían atendido, que le hubiera evitado días y noches de sufrimiento y a los demás que quisieron velar por ella también. Alcira murió en Uruguay en 1997. Ignoro en qué condiciones. Su imagen no sólo quedó en la memoria de los asistentes a Filosofía y Letras de una larga época sino que permanece inscrita en varias páginas de los Detectives salvajes del famoso escritor chileno Roberto Bolaño.