Opinión

El ideario siniestro de Vladimir Putin

La invasión de Vladimir Putin al país soberano de Ucrania resulta una guerra santa, según el concepto del mundo del dictador ruso, que sólo tiene que ver con la amplia zona euroasiática que perteneció a la Unión Soviética durante varias décadas del siglo XX. La amplia geografía de Occidente, para él, significa una enemiga religiosa y étnica. El año pasado, en el mes de julio, Putin describió a Ucrania como una colonia, con un gobierno títere, donde la Iglesia Ortodoxa peligra. Ante la perspectiva de que Ucrania pudiera participar como miembro de la OTAN, (la Organización del Tratado Atlántico Norte, una alianza intergubermental que se rige por el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949. Los países fundadores son Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Noruega, Italia, Canadá, Países Bajos. Se han integrado Dinamarca, Islandia, Luxemburgo y Portugal. El objetivo de la OTAN reside en garantizar la seguridad y la libertad de su miembros), Rusia, o más bien Vladimir Putin, ha reaccionado con absoluta beligerancia. Pero no es eso, el presidente ucranio Volodímir Zelenski, que se ha desdicho de que su país desee pertenecer a la OTAN, significa, para Vladimir Putin, un impostor, un judío, que nada tiene que ver con el ideal euroasiático al que Putin se adhiere.

Manifestación contra Rusia en Tel Aviv, llena de carteles que comparan a Putin con Hitler (EFE)

Manifestación contra Rusia en Tel Aviv, llena de carteles que comparan a Putin con Hitler (EFE)

En un artículo del diario New York Times de esta semana, la doctora en historia Jane Burbank, explicó la dos escuelas de pensamiento a las que se adhiere Putin directamente o a través de la KGB, en donde sirvió como agente de inteligencia.

Después de la disolución de la Unión Soviética, muchos rusos se inflamaron de amor por el dinero. Las condiciones se dieron y hoy no es extraño que haya varios oligarcas rusos. Muchos de ellos apoyan a Putin. Por otro lado, los avances o necesidades imperiales de la Rusia zarista heredada por la larga y oscura época soviética, a pesar de las enormes diferencias entre una Rusia y otra, quedaron heridos con la desintegración del gobierno soviético. Un fallido intento de golpe de Estado contra Gorbachov, que sucedió entre el 19 y 21 de agosto de 1991, provocó el proceso final de desunión de los países soviéticos, inducido por Estados Unidos y Gobiernos aliados. Comenzaba una nueva era.

Sin embargo, desde 1990 en el centro de lo que había sido la gran Rusia renació la necesidad de congregar de nuevo a los países que la habían formado. Resurgió entonces el fantasma del conglomerado euroasiático, que se había recorrido Rusia desde antes de 1917. Es decir, la re inclusión a la madre Rusia de las entidades eslávicas, túrquicas y otros pueblos deviene en necesidad.

Nikolai Troubetzkoy, explica la doctora Burbank, un lingüista, de la alta realeza rusa y fundador de la fonología estructural y de morfología de la lengua, fue recuperado por algunos seguidores rusos. Este lingüista, en su momento, había solicitado a los intelectuales rusos que se liberaran del colonialismo occidental y del eurocentrismo para actuar como un gran Gengis Khan y crear un continente único. Enfatizó la cualidad de la ortodoxia rusa de congregar a varias culturas y religiones. Con la Perestroika, una respuesta consistió en despertar el modelo euroasiático. Para el príncipe Troubetzkoy, en su artículo “sobre el problema ucraniano”, publicado en 1927, los ucranianos pecaban de ser tremendos individualistas.

Lev Gumilyov, un extraño geógrafo, que pasó 13 años en las cárceles soviéticas y en los forzados campos de trabajo emergió como gurú en los años ochenta. Por principio revaloraba la diversidad étnica de la otrora gran Rusia y creó el concepto de etnogénesis, especificando que sólo bajo la influencia de un líder inteligente y carismático se podía producir una gran nación de culturas y etnias mezcladas. Sin duda, desde entonces, Vladimir Putin se sentía el llamado para tal empresa.

En 1997, el filósofo Alexander Dugin siguió abonando de su cosecha para la creación de una Rusia euroasiática. Para este hombre el nuevo oponente no era sólo Europa sino el mundo allende el océano atlántico, liderado por los Estados Unidos.

En su artículo del lunes del diario Reforma (21-03-22), Jesús Silva-Herzog Márquez aborda la figura de Ivan Ylin, un hombre religioso y filósofo político (1883-1954), que al principio se entusiasmó con la revolución de 1917 y luego se desencantó. Fue encarcelado varias veces por su franca posición anticomunista, hasta que en 1922, los soviéticos lo expulsaron junto con otros intelectuales y los sacaron de la URSS en la llamada “La nave de los filósofos”. Se refugió en Alemania y murió en Suiza. El presidente Vladimir Putin organizó el traslado de sus restos a Rusia y consagró su tumba.

De acuerdo con Silva–Herzog Márquez, este personaje, fue un admirador de Hitler y , muy especialmente, de Mussolini. Para él, “La única salvación frente al caos era esa voluntad que no se sometía a la ley”. Como muchos otros fascistas, Ylin veía en la nación a un organismo espiritual.”, dice J.S.H.M. Por supuesto, destacó como antipluralista. Para él, la democracia significaba el irresponsable átomo humano” y no creía en la libertad electoral.

Todo este se aviene con Vladimir Putin, con su guerra anti Occidente en la Ucrania “rebelde”. Lo cual debe despertar nuestro pavor. No en vano el presidente Joe Biden cree que Putin podría iniciar una guerra nuclear, que, al final, vapulee a la inmensa y deshonrosa geografía y culturas occidentales, para que entonces Rusia, la impoluta, reine sobre una enorme franja de Europa y una parte de Asia como en la época de los zares y de la Unión Soviética.