Opinión

Lectura de las elecciones

La lectura de las elecciones de 2022 obliga a los partidos políticos a hacer reflexiones complejas, que vayan más allá de la búsqueda de la aprobación de la gayola. Sólo así podrán diseñar estrategias ganadoras rumbo a citas electorales futuras. Estas reflexiones implican hacer análisis cualitativos, pero también cuantitativos de los procesos y resultados. Las reacciones de botepronto para lo único que sirven, es para abonar en la idea de que tenemos una clase política superficial y frívola.

Van, entonces, algunas reflexiones preliminares sobre lo sucedido el domingo 5 de junio, a reserva de que habrá otras posteriores y de que toca a los partidos que quieran ser exitosos hacer un análisis detallado y sin condescendencias de lo sucedido.

PACHUCA, HIDALGO, 05JUNIO2022.- Julio Menchaca, candidato de la coalición

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Mario Jasso

Lo primero que hay que subrayar es el buen papel de las autoridades electorales en la organización y gestión del proceso electoral. Las campañas fueron vigiladas, los ciudadanos votaron, los votos se contaron y la gente se fue a dormir sabiendo cuáles eran los resultados. Fueron resultados transparentes y efectivos.

Vale decirlo y repetirlo. El INE es un gran activo que tiene México. Y también las OPLEs. La operación de campo de la estructura profesional del Instituto y la labor de los ciudadanos que ponen y vigilan las casillas, hacen que las elecciones sean una de pocas cosas que funcionan bien en este país.

Ese activo que da confianza vale la pena cuidarlo, es parte fundamental de la transición democrática. Quienes lo torpedean, en realidad desean moverse hacia el autoritarismo. Si no se cuida, lo que sigue sale sobrando.

Pasemos a los resultados generales, que estuvieron más o menos en sintonía con lo que prefiguraban las encuestas. Morena gana en cuatro estados y lo hace muy ampliamente en tres de ellos, a pesar de algunas fracturas locales. Fue muy diferente el comportamiento en el centro y sur-sureste del país que en el Bajío o el norte. Estas dos últimas regiones son lugares donde Morena puede ganar, pero por lo general le cuesta mucho más trabajo, particularmente en los centros urbanos (la excepción fueron las ciudades fronterizas de Tamaulipas). Por el otro lado, el interés de López Obrador por el sur-sureste le ha rendido frutos electorales de largo plazo a su partido.

Lo cierto es que sigue habiendo una suerte de frontera electoral, que separa al Norte, el Bajío y el Centro-Occidente del resto del país. Los comicios de 2023 serán otra prueba para ver si la tendencia se mantiene.

Un problema interno para Morena es que varios de sus principales abanderados eran priistas aun en tiempos recientísimos, de Peña Nieto. Esto afecta la correlación interna de fuerzas rumbo al futuro y apunta a la conversión, cada vez más evidente, del partido guinda en un doble, un doppelgänger del tricolor.

El perdedor más evidente fue el PRI, que, a diferencia de su partido émulo y sucesor, no pudo superar las fracturas locales, lo que se tradujo en desidia de parte de gobernadores más interesados en no pelearse con la Federación. Pero las fracturas no explican lo precipitoso de las caídas en la votación en casi todos lados, que llega a niveles espectaculares en Quintana Roo. Hay un creciente rechazo a la vieja marca, asociada con la corrupción hasta entre sus aliados, que tiene sólo la esperanza del Edomex para no transformarse en otro PRD.

El PAN perdió, pero ganó, pero perdió. Queda con menos gubernaturas que antes, pero deja claro que es, con mucho, la fuerza dominante de la alianza Va por México. La que tendrá el sartén por el mango. Al mismo tiempo, la Alianza resultó debilitada, en términos generales.

¿Por qué digo eso? Porque sólo funcionó como tal en un estado: en Durango. El triunfo de Aguascalientes se debe prácticamente en exclusiva al PAN, que podría poner como candidato a una inerte barra de metal y ganar en Agüitas. En Tamaulipas fue medianamente competitiva gracias a Acción Nacional. En los estados donde la locomotora supuestamente era el PRI, el fracaso fue rotundo, así como aquellos en donde los partidos compitieron por separado.

En resumen, para decirlo con Perogrullo, la Alianza a veces funciona y a veces -la mayoría- no funciona. Depende de tener un candidato que no aleje a los potenciales electores de los partidos aliados y de un factor parcialmente externo: que haya más unidad que en el bloque de Morena.

Lo curioso es que, particularmente en las fechas próximas a la elección, los simpatizantes de la Alianza se dieron más tiempo para golpearse entre sí o para culpar a Movimiento Ciudadano de la catástrofe incumbente que a pelear contra el rival a vencer, que era Morena.

Por el lado de Movimiento Ciudadano, su dirigente nacional habla de un crecimiento “exponencial”. Efectivamente, sigue creciendo, pero viendo los números, el exponente era casi siempre menor a 2. Y hubo un estado en donde decreció en porcentaje respecto a 2021: Durango.

Este datito resulta significativo. Previo a la cita electoral, la percepción era que todas las elecciones serían abiertas, salvo Durango, que se preveía mucho más cerrada de lo que fue. Una hipótesis que me parece plausible es que muchos votantes potenciales de MC se pasaron a la Alianza, en la lógica del “voto útil”. Es algo que, teóricamente, podría repetirse en otras elecciones.

Todo esto remueve, de manera interesante, las expectativas rumbo a 2024. Por un lado, obliga a Morena a hacer cuando menos el intento de no fracturarse y olvidarse del triunfalismo. Por otro, fortalece la capacidad del PAN para ser determinante en la candidatura de la Alianza, al tiempo que lo obliga a ser cuidadoso para mantener a sus aliados. Por un tercero, pone a Movimiento Ciudadano en un dilema de difícil solución.

Lo probable es que Morena considere que el apoyo de López Obrador bastará para que su candidato(a) supere una posible fractura y se lance de manera triunfalista, pensando en un día de campo, que puede ser tal, pero también puede ser “el día de campo” del ejército ruso en Ucrania.

Posible también es que el PAN intente fagocitar al PRI tal y como lo hizo con el PRD, y lanzar un candidato afín, que abogue por las bondades de la eficiencia, el expertise y el mercado, para ir derechito a la derrota. Eso sí, apoyado en las redes sociales por usuarios que califican de estúpidos, de esquiroles o de operadores del narco a quienes no piensan como ellos.

Movimiento Ciudadano queda en una encrucijada. Sólo podría unirse a la Alianza con un candidato propio, pero tendría que ser una suerte de naranja empanizada. Y sólo podría aprovechar una fractura de Morena si se queda con una parte suficientemente grande del palito roto (porque si no, pasa lo de Quintana Roo, que parecía reedición de las federales de 2018).

Y ninguna de estas especulaciones será posible si no hay una defensa a fondo del INE.

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