Opinión

Macbeth

Shakespeare es tan universal que en ocasiones parece que ha abordado todos los temas. Dicho de otra manera, en ese sentido es como Los Simpson, pero con gorguera isabelina. Y tal vez nos parece que ya todo lo dijo, porque trabajo con las pasiones humanas, justo lo que nos hace ser quienes somos.

Se ha adaptado de nuevo al cine una de sus tragedias, Macbeth, con Denzel Washington y Frances MacDormand.

Macbeth, con Denzel Washington

Macbeth, con Denzel Washington

No haré una crítica cinematográfica de la cinta, no es el área en que me desenvuelvo. Tampoco haré una disección psiconalaítica de los personajes, no porque no pueda hacerse o porque se trate de una técnica muy lejana del autor inglés, sino porque otras plumas más conocedoras podrían hacerlo mejor.

Pero sí quiero retomar algo: Macbeth es una tragedia que nos habla de elecciones que toman los personajes públicos.

El noble personaje, noble respecto su cuna y también por lo bien construido que está, se encuentra con tres brujas que lo saludan como futuro rey de Escocia, situación que desde ese momento lo perturba, a tal grado que no volveremos a ver a Macbeth como un hombre equilibrado, sino como un manojo de nervios presa de las pasiones que desata el poder.

Siempre he tenido la duda de si las brujas le predijeron el futuro, o si tan solo le jugaron una broma muy macabra, una especie de “banquito” emocional para que el guerrero se despeñara en la desesperación.

Cabe la posibilidad de que sólo hayan querido divertirse, empujando la piedra y observando hasta dónde llegaba.

Pero me interesa apuntar algo: Macbeth es quien decide el curso de las cosas. No es un títere fatal del destino carente de voluntad, no es una marioneta, aunque incluso pueda ser que él lo crea.

Su esposa, sabedora de la profecía, lo impulsa y pretende robustecer su ánimo. El homicidio del rey sin duda tiene en ella a una instigadora, así como a la daga que mágicamente se aparece cuando Macbeth camina hacia las habitaciones en que el monarca, su pariente tanto como su huésped, descansa.

Sin embargo, en cada uno de esos pasos, Macbeth pudo detenerse. Por ejemplo, tuvo la oportunidad de desechar la predicción como el producto de un sueño o de un encantamiento; también pudo omitir contárselo a su esposa o decidir presentarlo bajo otra luz.

Ya en el camino homicida, aún con la daga fantasmal frente a él, siempre pudo dar la vuelta y regresar a sus habitaciones.

Sin embargo, hizo lo que hizo porque pudo hacerlo. Matar al Rey y ceñir breve y sanguinariamente la corona fue un continuo castigo a su acción, para cuyo impulso no se nota en ningún momento algún sentimiento favorable al pueblo que gobernaría.

La pura y dura ambición es lo que lo guía, incluso cuando titubea.

Pero quien gobierna, en realidad, no puede dejarse llevar por lo que puede hacer, sino que sus decisiones deben ser tomadas sopesando dos aspectos fundamentales: lo que el derecho le permite (le obliga o le prohíbe) y los principios que guían su actuar.

De esta forma, derecho y moral se convierten en los límites para ejecutar lo que puede parecer una decisión fácil o posible materialmente. No todo lo que puede hacerse debe hacerse, y las apariencias de un futuro premio pueden ser, al menos, ilusorias.