Opinión

La maldición de los Leones

No se trata de ninguna trivia o algo por el estilo, pero ya hablando en serio, ¿recuerdas la última ocasión en que los Leones de Detroit se metieron a la postemporada o para no ir tan lejos de la vez más reciente en que terminaron con un récord ganador una temporada?, quizá no porque es triste decirlo pero este equipo tiene una aura perdedora misma que hace que quizá nadie se acuerde que hace apenas cinco años estuvo en los playoffs y en los últimos 10 años ha llegado a esa instancia en tres ocasiones.

Archivo

Archivo

Si, las dos más recientes en 2016 y en 2014 bajo el mando de Jim Caldwell, aquel entrenador quizá callado, no de muchos reflectores, pero efectivo que incluso llevó a los Potros de Peyton Manning a disputar el Super Bowl 44.

Cierto, de esas dos veces que los Leones pisaron tierra de playoff lo hicieron como un comodín y perdieron en la primera ronda llamada de Wild Card, pero llegaban.

Un poco más atrás, en 2011 también apenas y jugaron la ronda de comodines, su coach era el entonces exitoso Jim Schwartz, un entrenador de tendencia defensiva y sumamente temperamental.

Mirando más hacia atrás en el tiempo podemos ver algunos logros importantes de los Leones, como haber disputado la final de la NFC en 1991, es decir, la misma antesala del Super Bowl 26 que perdieron ante los Pieles Rojas de Washington, cuando su entrenador era Wayne Fontes y contaba con Barry Sanders, quizá unos de los cinco mejores corredores de todos los tiempos.

El misterio de un perdedor

Tal vez el hablar de los Leones a estas alturas de la temporada, cuando se comienzan a definir lugares para la postemporada pudiera ser irrelevante, al grado de señalar que un equipo perdedor carece de interés, sin embargo me atrevo a contradecir tal suposición y más si nos percatamos que el equipo de Detriot está en camino de sumar su tercera campaña sin triunfos a lo largo de su historia, un hecho que no puede pasarse por alto y que de una u otra manera nos indica que algo no está bien a un nivel muy profundo del equipo.

Al momento marchan con cero triunfos y 10 derrotas, y cómo se vislumbra el panorama ciertamente no se ve para cuando llegará la primera victoria del año.

En 2008 fue la ocasión más reciente que se que se fueron en blanco con 0-16, en 1942 fue la primera vez con 0-11 y lejos de verlo como un simple dato estadístico o anecdótico, llama más la atención el por qué de un historial tan lastimoso en una liga deportiva en la que, si algo se le reconoce es la existencia de un sistema de rotación de poder o de balance de talento muy bien pensado en base al draft colegial, ya que los equipos que terminan en las posiciones más bajas son los primeros en seleccionar el talento universitario.

Y aunque hoy día existe la llamada agencia libre que permite reforzarse sin esperar al desarrollo de jóvenes jugadores, lo cierto es que todas esas herramientas no son mágicas, y en mucho tiene que ver algo que la gran mayoría podría criticar como algo etéreo o surrealista: la cultura ganadora.

En efecto, esa cultura ganadora no se recluta en un draft ni tampoco se compra con millones de dólares en la agencia libre, tal como son todos los grandes contratos en la NFL; esa cultura ganadora viene desde el dueño del equipo, del gerente general, del entrenador y de los líderes en el campo de juego: De todo lo anterior, nos preguntamos: ¿Hace cuánto que no vemos a alguien así en la organización de Detroit? Hace mucho, y los que lo han logrado apenas y tuvieron el toque de brillantez de unas cuantas temporadas para acabar apagándose rápidamente.

Una dirección caduca

Sin duda, el mal esta en la raíz, en la cabeza del organización, ya que hasta el 2014 el hombre fuerte, el dueño, el tipo que tiene la última palabra en la dirección del equipo era William Clay Ford, un hombre de 88 años, una edad en la que quizá la vivacidad y la ambición por ganar no sean tan intensas como a los 60 o 70 años, la edad promedio entre muchos de los dueños de los equipos profesionales de cualquier deporte a nivel mundial, incluso hay algunos más jóvenes.

Al fallecer, en vez de tomar una dirección más agresiva en la oficina, el mando del equipo quedó en manos de su esposa, Martha Ford, quien estuvo al frente de los Leones hasta los 94 años. Fue hasta el 2020, cuando por fin cedió el poder a su hija Sheila, de quien se esperaba instaurara un cambio radical, cosa que no sucedió al tener como su carta de presentación la contratación de Dan Campbell como su entrenador (un ex asistente de Sean Payton en Nueva Orleans) y cambiar a Matthew Stafford por Jarred Goff en la posición de mariscal de campo y pensar que las cosas irían para mejor. Campbell poco o nada ha logrado de importancia, al tiempo que Goff todos saben que salió de los Carneros porque no rindió como esperaba el coach Sean McVay al ser una primera selección colegial global.

Así, a dos años de llevar las riendas de los Leones, quizá Sheila Ford no sea la indicada para llevar a los Leones a dar el siguiente paso, porque como dijimos anteriormente no sólo se requiere de un cambio en la cabeza de la oficina al más alto nivel, sino de alguien que lleve la cultura ganadora a una organización.

Para Ripley

Y es que las decisiones extrañas nunca han sido ajenas al equipo de Detroit, y eso, precisamente, es lo que ha llevado al equipo a mantenerse en el sótano por mucho tiempo, quizá con algunos destellos que le permiten o hacen creer a su dueño en turno que las cosas van bien.

Quizá ninguna tan disparatada como aquella vez que William Cay Ford decidió nombrar como gerente general al ex linebacker Matt Millen, un gran ex jugador, de carácter recio en el campo, pero de ideas muy extrañas desde una oficina.

En el proceso de búsqueda de coach para la temporada 2001, el finalista para ocupar la vacante era un brillante coordinador ofensivo de nombre Marty Mornhinweg, quien había brillado con el ataque de los 49ers de San Francisco bajo el mando de Steve Mariucci.

Millen quería una prueba de que era el hombre indicado para dirigir a los Leones y para saberlo lo evaluó de la manera más increíble o absurda que se pueda imaginar: los citó a una entrevista en la madrugada para saber cómo reaccionaria en situaciones extremas a preguntas y cuestionamientos que a veces pone la misma naturaleza del juego.

Lo más increíble aún es que Mornhinweg pasó la prueba y se quedó con el puesto, mismo que sólo mantuvo por dos temporadas.

El gerente Matt Millen no tuvo la más mínima paciencia y decidió ir por el maestro de Mornhimweg, por Mariucci, a quien absurdamente habían despedido de San Francisco. El resultado fue el mismo: sólo un par de temporadas y fuera. Como era de esperarse Millen salió tiempo después por la puerta trasera del Ford Field.

Ha llegado pero se ha esfumado

La cultura ganadora no llega con decisiones y tipos extraños como Millen, llega con planes y proyectos bien establecidos, sustentados en una base de logros y resultados al mediano y largo plazo.

En su momento esa cultura llegó a cuenta gotas con coaches como Wayne Fontes (1990-96) y cuatro apariciones en playoffs; Bobby Ross (97-2000) dos postemporadas o Jim Caldwell (2014-2017) dos viajes a playoffs.

También llegó con líderes en el campo como los corredores Billy Simms en los 80, Barry Sanders en los 90 o el mismo Stafford en la última década, pero al no rodear de talento a figuras de esa calidad, esas gotas de cultura ganadora terminan por evaporarse en la nada.

La cultura ganadora se trabaja, y el más reciente ejemplo en lo que pasa en Washington, donde Daniel Snyder, el dueño y quien estuvo metido en serios problemas por el manejo del equipo en cuestiones de inclusión y esas cosas políticamente correctas, decidió contratar al coach Ron Rivera para que se hiciera cargo tanto de la dirección deportiva del equipo como de los valores y de esa llamada cultura ganadora, de la que el mismo Rivera dice que toma tiempo pero que va por buen camino en la franquicia.

Quizá en algún momento la directiva de los Leones se de cuenta de ello y decidan replicar el modelo de Washington para empezar a trabajar en el futuro de su equipo, esperando, claro está, que Sheila Ford no se sienta en el papel de Christina Pagniacci, (Cameron Diaz) en la muy buena película de Any Given Sunday (1999), de Oliver Stone, donde decisiones viscerales terminan por desbaratar un proyecto. Y conste que aunque ficción, todo tiene un parecido con la realidad, no en vano Stone escribió el guion en base a muchas experiencias de directivos, entrenadores y jugadores de la NFL.