Opinión

Marxismo, democracia y populismo

Hoy, que el populismo está en el centro de la escena mundial y que se han escrito innumerables libros, ensayos en revistas especializadas, artículos editoriales; y que también se han organizado una gran cantidad de congresos, coloquios, mesas redondas y conferencias, debo decir que en todos estos escritos y eventos, se ha pasado por alto, inexplicablemente (hasta donde mis conocimientos alcanzan), un asunto de la mayor importancia: el primer gran tratado sobre el populismo fue escrito por Karl Marx (1818-1883) “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”. En efecto, en ese libro el pensador de Tréveris, con pasmosa anticipación, señala puntualmente, lo que a la postre se convirtió en una ideología y un régimen deleznable.

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Ciertamente, de “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” se han tomado fragmentos canónicos como el que da inició al texto: “Hegel observa en alguna parte que todos los hechos y personajes de la historia universal acontecen, por así decirlo, dos veces. Olvidó añadir que, una vez, como tragedia y la otra, como farsa.” Pero este pasaje se menciona de manera descontextualizada: en realidad Marx echó mano de esta metáfora para resaltar que los demagogos casi siempre recurren al pasado. Más adelante se lee: “La tradición de todas las generaciones muertas gravita como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos…invocan temerosamente a los espíritus del pasado para servirse de ellos, toman prestados sus nombres, sus consignas de batalla y sus trajes, para representar, engalanados con esta vestimenta venerable y con este lenguaje fiado, la nueva escena de la historia universal.”

Esta argucia retórica es prueba palmaria que el demagogo y su movimiento no tienen ideas propias, ni propuestas novedosas, todo se reduce a una pantomima; pero esa patraña tiene consecuencias funestas: “Un pueblo entero, que creía haberse dado un impulso acelerado a través de una revolución, de repente se encuentra retrotraído a una época ya fenecida.” En efecto, los regímenes populistas son sistemas que marcan la decadencia de una sociedad y de una determinada forma de gobierno. Esos regímenes son “retrógradas” en el sentido literal del término.

Pocos saben que Napoleón III (el mismo que lanzó la invasión francesa contra México entre el 8 de diciembre de 1861 y el 21 de junio de 1867, teniendo como figuras de escaparate de Maximiliano y Carlota) antes de autoproclamarse Emperador, fue presidente de la república, electo el 10 de diciembre de 1848. Siempre estuvo contrapunteado con el poder Legislativo. Marx afirma: “Él [el presidente] es el elegido de la nación y el acto de su elección es la gran baza que juega el pueblo soberano cada cuatro años. La Asamblea Nacional electa mantiene una relación metafísica con la nación, en tanto que el presidente electo la mantiene personal.”

Anclado en el pasado, queriendo emular las glorias de Napoleón Bonaparte, su tío, Luis Bonaparte escribió un libro titulado Les idées napoléoniennes (Las ideas napoleónicas), publicado en París en 1839. Antes de 1848, ya había vendido medio millón de ejemplares. Contra esta manía populista por el ayer, Marx sostuvo que la revolución comunista “no puede extraer su poesía del pasado, sino sólo del futuro…La revolución del siglo XIX tiene que dejar que los muertos sepulten a sus muertos para alcanzar su propio contenido.”

Lo que permitió a Luis Bonaparte dar el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 fue la degradación de la república democrática: la revolución de febrero de 1848 dio paso a la revolución social y al reconocimiento del sufragio universal. Surgida de ese sufragio universal la Asamblea Nacional que se reunió el 4 de mayo de 1848 representaba, efectivamente, a toda la nación. Se forma una Asamblea Constituyente que, sin embargo, se disolvió en mayo de 1849. Este hecho marcó el ocaso de la república democrática; el 31 de mayo de 1850, por ejemplo, queda abolido el sufragio universal; 3 millones de personas fueron privadas de sus derechos políticos.

Una parte importante de la estrategia de Luis Bonaparte para concentrar el poder—aparte de debilitar a la Asamblea Nacional—fue crear la Sociedad del 10 de Diciembre de 1849: con el pretexto de establecer una organización de beneficencia, agrupó al lumpenproletariado de París en secciones secretas, cada sección era dirigida por agentes bonapartistas: junto a libertinos y vivales de la aristocracia caídos en desgracia, se financiaba a vástagos depravados y aventureros de la burguesía; había vagabundos, desertores, expresidiarios, esclavos huidos de galeras, granujas, titiriteros, proxenetas, carteristas, saltimbanquis, jugadores, mendigos, dueños de burdeles, mozos de cuerda, jornaleros, organilleros, traperos, afiladores, caldereros. Toda esta gente, al igual que Luis Bonaparte sentían la necesidad de beneficiarse a costa de la nación obrera. “Este Bonaparte, erigido en jefe del lumpenproletariado, que aquí sólo reencuentra de forma masiva los intereses que él persigue personalmente, que reconoce en este desecho, en estos despojos y estas piltrafas de todas las clases, a la única clase en la cual puede apoyarse incondicionalmente, este es el auténtico Bonaparte, el Bonaparte sans phrase (sin tapujos).”

Pero Luis Bonaparte, también organizaba orgías cada noche con swell mob (banda de ladrones y estafadores engalanados) masculino y femenino. Obviamente también emborrachó, engatusó y sobornó al ejército.

Y para remate creó una casta artificial, o sea, una burocracia que no obedeció a los principios de legalidad y racionalidad, sino de lealtad y rapacidad.

Desde luego, aquí veo pinceladas que describen, entre otros, a Silvio Berlusconi, Donald Trump, Vladimir Putin, Viktor Orban, Recep Tayyip Erdogan, Abdelfatah El-Sisi, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

¿Acaso esta historia nos atañe?