Opinión

El pasado devora al futuro

A lo largo del año que está por finalizar, hemos dedicado varios espacios a los temas de la desigualdad y la concentración de la riqueza, así como a debatir como desde el plano de las ideas existen marcadas diferencias respecto de esta problemática entre las derechas y las izquierdas. A propósito de ello, vale traer a colación algunos argumentos adicionales que tratan de explicar justamente la naturaleza de la desigualdad en el sistema capitalista. La riqueza acumulada en el pasado crece más rápidamente que los productos o mercancías y que los salarios. El empresario inevitablemente tiende a convertirse en rentista, de manera cada vez más dominante por sobre los individuos que no tienen más que su fuerza de trabajo. Una vez constituido, el capital se reproduce así mismo más rápidamente que los procesos productivos. De manera que la principal fuerza desestabilizadora se relaciona con el hecho de que el retorno privado de capital (una ganancia o inversión) puede ser significativamente más elevado, por largos periodos de tiempo, que el nivel de crecimiento de los ingresos y los productos. Por ello, las consecuencias en el largo plazo en las dinámicas de distribución de la riqueza son potencialmente aterradoras, especialmente cuando se adiciona que el retorno de capital varía directamente con el tamaño de la participación inicial y que la divergencia en la distribución de la riqueza ocurre a escala global. Estas premisas forman parte de la explicación que propone Thomas Piketty para explicar la alarmante inequidad contemporánea, en su libro que retoma el título del clásico de Karl Max sobre El Capital, publicado en el siglo XIX, el cual dio fundamento teórico a los movimientos de izquierda, conforme el mundo se fue adentrando en el siglo XX y a lo largo de dicha centuria hasta su desprestigio con el colapso de la Unión Soviética y de lo que dio en llamarse socialismo real. (Capital in the Twenty First Century, Belknap Harvard, Londres, 2014).

Sin que resulte sorpresivo dado el descrédito al que ha estado sujeto el ideario de izquierdas en al menos las últimas cuatro décadas, frente al triunfo del mercado libre, pero sobre todo de la interpretación particular del mismo en la ideología encarnada por el neoliberalismo, la propuesta de Piketty no es radical como la marxista. Aunque toma prestado el concepto de estudio, se concentra en estudiar la distribución de la riqueza y la desigualdad. Apunta, por ejemplo, que el crecimiento económico moderno y la expansión del conocimiento ha hecho posible evitar el apocalipsis marxista, pero que sin embargo, no se han modificado las estructuras profundas del capital y la inequidad. Más aún, el prestigioso teórico francés concluye que la economía de mercado basada en la propiedad privada, contiene fuerzas poderosas de convergencia, asociada en particular con la difusión del conocimiento y de capacidades; pero que también contiene fuerzas poderosas de divergencia, que representan potenciales amenazas para las sociedades democráticas y los valores de justicia social en las que están basadas.

En su exhaustiva revisión de las tendencias del capital y de la economía pone de manifiesto que las contradicciones inherentes a la acumulación de capital, la distribución de la riqueza frente a las dificultades de implementar políticas redistributivas en el plano de los Estados nacionales, arrojan como resultado la evidente inequidad y la creciente desigualdad palpable en diferentes puntos del sistema internacional en lo individual, y en su conjunto.

En columnas anteriores, hemos sugerido que las supuestas virtudes del (neo)liberalismo económico y de la globalización han sido fuente de producción de riqueza por décadas, pero también son la razón de la profundización de las desigualdades. También hemos insistido en que acabar con la desigualdad es un reto fenomenal en el presente y hacia el futuro. Piketty nos dice además que tiene raíces históricas y plantea promover un alto nivel de cooperación internacional y de integración política regional para intentar poner solución a estos problemas estructurales. Nos dice que en las actuales circunstancias el pasado se come al futuro. Pero los problemas no se acaban en la esfera económica, la desigualdad también se extiende al plano de la política. De ahí que procurar la salud de la democracia es un reto más en una larga lista de pendientes.

Foto: Cuartoscuro

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