Opinión

Hacia el pasado o hacia el futuro

El presidente de la república dice estar muy orgulloso de que las personas analfabetas lo apoyen, pero debería avergonzarse de la negligencia que ha mostrado para que esas personas dejen de ser analfabetas.

Foto: Especial

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El presidente no ama la educación, la detesta; a su juicio la educación sólo ha servido para formar a las élites que saquearon al país en el pasado y que hoy conspiran contra él. De ahí la postración que sufre el sector educativo.

El poco dinero que el gobierno federal gasta en educación de adultos hace a pensar que el ejecutivo quiere, más bien, que los analfabetas sigan siendo analfabetas.

Tenemos un total de 31.8 millones de personas adultas que no saben leer y escribir o tienen primaria y secundaria incompleta. Hablamos del 35.7 % de la población total de México. De ese total el gobierno federal y los gobiernos estatales sólo atienden al 7% (CIEP, 2022)

¿Cuánto dinero invierten esos gobiernos en la atención educativa de esa masa gigantesca de mexicanos? Desde el año 2006 ese gasto no ha superado el 1.7% del presupuesto educativo.

El actual gobierno que dice defender al pueblo no ha hecho nada para combatir en serio el rezago educativo y fortalecer los niveles inferiores de la pirámide educativa (inicial, preescolar y primaria) que son a los que tiene acceso la población con menos recursos.

¿Es que el pueblo no quiere ser educado? ¿Es que el pueblo no necesita educación? Estas preguntas no son inocentes. Un estudio de 2016 informa que todas las familias entrevistadas coincidían en reconocer que la educación es valiosa per se, aunque las familias más pobres ven a veces la escolaridad de sus hijos como una carga.

¿El pueblo no necesita ser educado? Es innegable que la educación ha desempeñado un papel decisivo para impulsar el desarrollo económico y construir nuestra convivencia social y democrática. Entendemos, claro, que los servicios educativos sufren abandono, son todavía insuficientes, son desiguales en cobertura y en calidad y no atienden satisfactoriamente a la diversidad cultural.

Pero dice el presidente que la falta de educación, no es falta de cultura (“Ser analfabeta, dijo, no es ser inculto”). Todo es cultura, desde luego. Pero, ¿qué entiende el presidente al usar ese término? Aparte de la cultura que la escuela imparte, ¿qué otras culturas existen?

El presidente puede referirse a las culturas indígenas o puede referirse a las “culturas populares”, es decir, a las culturas --valores, creencias, costumbres y conductas-- que existen en las comunidades rurales pobres no indígenas o en las periferias urbanas donde priva la pobreza, la precariedad y la violencia.

Esas culturas, que --por el momento-- llamamos “populares”, a juicio del ejecutivo son equivalentes en valor a la cultura que la escuela trasmite. ¿Es esto verdad? ¿Acaso la educación no ha sido un poderoso medio civilizatorio que ha hecho posible la convivencia humana moderna (con sus virtudes y defectos)? ¿No es la educación escolar necesaria, insubstituible, para que los mexicanos logremos construir racional, inteligentemente, el futuro que deseamos para nuestra comunidad nacional?

El presidente valora las tradiciones religiosas y populares, pero no las concilia, sino que las opone a la cultura universal moderna. Si tiene esas ideas, cabe preguntarnos: ¿A dónde quiere llevar a este país? ¿Hacia adelante o hacia atrás? ¿Hacia el futuro o hacia el pasado? O bien apoya vigorosamente a la educación para edificar una nación prospera, rica y justa, que funde la convivencia de sus diferentes culturas en el diálogo y la razón, o bien mantiene en el abandono a la escuela, deja que ésta continúe arruinándose y sigue fascinado por los valores comunitarios del mundo indígena, pre-moderno, mundo que piensa España destruyó a partir de 1521. ¿O es que el Señor Presidente tiene una tercera vía todavía inconfesa?