Opinión

Putin: La farsa y la tragedia

La Segunda Guerra Mundial afectó extensas áreas geográficas y a más individuos en relación con la conflagración que la antecedió. Fue combatida en tres continentes: Europa, Asia y África y las víctimas que arrojó se calculan en 50 millones. Las operaciones militares fueron complejas e involucraron nuevos y masivos armamentos: cerca de 650 mil aviones, 300 mil carros armados y un millón de equipos de artillería. Del mismo modo, la economía de las naciones beligerantes fue sometida a una fuerte presión. Pero lo que mayormente distinguió a la Segunda Guerra fue su alta carga de ideales. Esta fue la principal característica de ese conflicto armado toda vez que conjuntamente con los ejércitos participaron millones de voluntarios quienes fueron protagonistas de la Resistencia Antifascista que se desarrolló prácticamente en todos los países en guerra. La victoria de la coalición antihitleriana representó para los combatientes el triunfo de la libertad y de la democracia. La acción de las diversas potencias se presentaba como portadora de esos ideales

Posteriormente se pensó que con la caída del Muro de Berlín y el fracaso del Estado soviético, la democracia continuaría avanzando en su desarrollo histórico. La primavera de la libertad recorrió distintos países que tenían la fatalidad de su cercanía con el gran Imperio ruso y muchos de ellos optaron por su independencia y autonomía, como Ucrania, “el hogar de la primera democracia moderna” cuando en 1569 la Unión de Lublin formó la República de las Dos Naciones. En 1991 después de la disolución de la Unión Soviética, el parlamento firmó la Declaración de Soberanía Estatal de Ucrania, estableciendo un Estado independiente y democrático. Desde entonces, se desató una implacable lucha política que tiene un trasfondo étnico, ya que en un mismo territorio conviven una mayoría de ucranianos con otras minorías principalmente rusas y bielorrusas.

Aprovechando esta situación el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, adoptó el argumento del “derecho a la unidad rusa” que busca recuperar el esplendor del antiguo poder y la influencia que mantuvo desde los tiempos del Imperio zarista y después como el país dominante creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Criticado por las constantes violaciones a los derechos humanos, el encarcelamiento de opositores y porque ha impulsado reformas que han significado retrocesos en las conquistas democráticas rusas, Putin ha sido impulsor de la anexión primero de Crimea y ahora de la “independencia” de Donetsk y Lugansk pertenecientes a Ucrania dando vida a un etnonacionalismo populista, xenófobo, que exalta a la comunidad y busca extirpar a los extraños, además de ser intolerante y violento. Considera a la nación el único referente identitario y la base legítima para la formación del Estado. En los nacionalismos exacerbados el rechazo de la diferencia es más importante que la diferencia misma, una distinción que puede ser física y cultural, sutil e imperceptible, pero siempre explosiva y violenta.

A 77 años de la derrota del nazismo aparece nuevamente la amenaza de un conflicto bélico de grandes proporciones. La desaparición de la guerra por muerte natural fue pregonada varias veces en el pasado. Esta teoría ha sido uno de los temas predilectos de toda la filosofía de la historia. Pero la guerra, por el contrario, no ha desaparecido. La guerra es violencia encaminada a someter al adversario por cualquier medio. Existen distintos tipos de guerras: civiles, defensivas, de agresión, convencionales, colonialistas, de guerrillas, de movimientos, posiciones, desgaste, químicas y electrónicas. Incluso, algunas se presentan como “guerras santas” y otras como “guerras justas”. A diferencia del pasado, la actual invasión de Ucrania promovida por Putin es un acto de fuerza sin contenidos.

Foto: Especial

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