Opinión

¿Qué será de las democracias en América Latina?

opinión

Ricardo Becerra

Ricardo Becerra

Hay un dato de la realidad latinoamericana que debería formar parte de nuestra conciencia, de nuestra conversación pública, de un modo permanente y centralísimo: descontando a la resistente dictadura cubana, desde 2006 a la fecha, seis países de la región han desandado su régimen democrático para tornarse especies variadas del autoritarismo. Venezuela, Nicaragua y tras ellos, bajo formas “híbridas”, Haití, Honduras, Guatemala y El Salvador. Estamos hablando de ¡la tercera parte! de los estados nación que conforman al subcontinente, en procesos largos e insidiosos que desmantelan pieza tras pieza, las condiciones de vida pluralista, la competencia electoral, derechos y libertades que instituyen sus democracias (en plural).

No se trata de una impresión, sino de un cuidadoso seguimiento realizado con método, por distintos observatorios: Freedom House (https://bit.ly/2YNKf7E), The Economist (https://econ.st/3DxCS2W), V-DEM Institute (https://bit.ly/2YIqm1W) o IDEA (https://bit.ly/2X5dJ08).

 Todas estas evaluaciones, construidas a lo largo de años y lustros pueden variar entre sí por sus distintos métodos, pero todas ellas apuntan en la misma dirección y confirma las mismas tendencias: la democracia en América Latina está retrocediendo y seis países ya, la han abandonado.

Mientras tanto, en casi la mitad de los países hemos visto el debilitamiento, el quebranto de regímenes propiciados por liderazgos que han llegado al poder por vía democrática pero que se dedican por sistema, un día si y otro también, a deteriorarla.

Daniel Zovatto, director regional de Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) para América Latina y el Caribe, lo apuntó con claridad en la sesión del sábado pasado del Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD), pero la información y las claves que sustentan sus afirmaciones no podían ser más importantes.

El avance del autoritarismo latinoamericano sigue un libreto variado pero es posible reconocer cinco patrones típicos: su voraz intervención del ejecutivo en el poder judicial; su permanente acoso a la prensa independiente o disidente; la corrosión de normas y procedimientos elementales del Estado de derecho; el ataque a las autoridades electorales para al final, desmantelar el modelo de organización comicial independiente (Zovatto).

El historiador Rafael Rojas (otro ponente en esa sesión) agregó: la creciente violencia estatal para reprimir los movimientos y la protesta social en la región y esos componentes atávicos, tan latinoamericanos, de nuestros autoritarismos: misóginos, xenófobos y evangélicos o católicos. ¿Lo ven? Un material genético común en Bolsonaro, Bukele o López Obrador.

Hablamos, dice Rojas, de regímenes constitucionalmente democráticos pero manipulados, conducidos, autoritariamente, en una deriva constante, incansable, a ratos, sofocante.

Y una constante más, que es quizás la aportación mexicana a los populismos modernos: anunciar fraudes que ya vendrán, antes, previo a cualquier evidencia, para después atizar la polarización en torno a esos fraudes que nunca existieron. Trump recurrió a esa táctica; Bolsonaro la está repitiendo, como la forma suprema de deslealtad y falta de compromiso con las reglas mínimas de la democracia.

Esto es solo una pequeña parte del diagnóstico, pero es mucho más amplio, matizado y detallado. Se trató de una sesión-celebración de los 32 años cumplidos del IETD y de su agenda para diagnosticar el estado de la democracia mexicana, en los siguientes meses. No se la pierdan.