Opinión

Todos somos un libro

La semana pasada asistimos con mucha emoción a la sala Nezahualcóyotl a escuchar el conversatorio entre Irene Vallejo, Rosa Beltrán y Socorro Venegas, sobre “el infinito en un junco”, libro que escribió Irene y que está dando la vuelta al mundo. Con más de 45 ediciones en tan solo tres años y traducido a más de 30 idiomas, ha causado un revuelo literario que, si tuviéramos que comprarlo, por su intensidad, con otro fenómeno mundial de la época, sería como el COVID de la literatura, solo que para bien.

Durante la época más difícil de la pandemia, cuando todos estábamos encerrados y no veíamos a casi nadie, en una junta de trabajo de la Fundación para la Salud y la Educación Salvador Zubirán, hacia el final, mi buena amiga Diana Cecilia Ortega en el chat nos hizo dos regalos. Nos recomendó dos videos en YouTube de Irene Vallejo. El primero contiene el discurso de Irene en ocasión del 50 aniversario del Hospital Materno Infantil de Zaragoza, España (https://www.youtube.com/watch?v=glXHOQo-FX8) y el segundo, el discurso de ella misma en ocasión de la recepción del premio a las letras aragonesas por el infinito en un junco (https://www.youtube.com/watch?v=MPNkup60SB8). Así fue como supe de la existencia de esta maravillosa obra.

Ese mismo día recorrí los videos recomendados. Son bellísimos. En el primero escuché de Irene frases como: “los familiares que reciben a un recién nacido, desearían ser murallas salvadoras contra la enfermedad” “Los niños son especialmente frágiles, los padres desearíamos conocer el sortilegio para detener el daño y el dolor” “ser fuerte significa, aceptar la fragilidad”. En el segundo, las frases que más captaron mi atención fueron “la lectura puede parecer una actividad sedentaria, pero en realidad nos devuelve a la condición nómada y andariega de las buenas historias” “las palabras son aire movido por los labios” “los libros son cofres de palabras que salvaguardan la memoria de quienes nos preceden, invitación a escuchar las palabras de quienes albergáis el tesoro de la experiencia” “Don Quijote nos enseñó que la justicia, la aventura, la bondad y la utopía hay que inventarlas primero para vivir en ellas, como se vive en las páginas de un libro”. Cinco minutos después de ver los videos ya había comprado el libro, que arribó a mi casa al día siguiente en la cajita de cartón que tiene una sonrisa. Irene me regaló, sin conocerme, horas enteras de vivir en mundos antiguos e historias increíbles. Me regaló un libro escrito con una poesía en prosa tan bella, que me recordó la sensación que tuve cuando en la juventud leí La Llama Doble de Octavio Paz y, su erudición, me recordó también la que transmitía Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe.

El infinito en un junco es un libro que cuenta la historia de los libros. El personaje central es el libro mismo. La historia de los tipos de libros que han existido, desde los hechos de humo, piedra o arcilla, hasta los de juncos, piel, plástico y ahora, combinaciones binarias. Nos cuenta el mundo desde antes que existieran los libros, cuando la oralidad era la que mantenía vivas las historias. Nos transporta a la época en que las personas hablaban en versos, lo que las ayudaba a recordar los cuentos. Nos recuerda que nosotros mismos vivimos en el mundo de la oralidad, desde que nacimos, hasta que aprendimos a leer. De como Sócrates estaba en desacuerdo con la invención de los libros, porque entonces harían que a la gente se le olvidaran las historias, al saber a donde podrían ir a buscarlas, como ahora no recordamos ningún número telefónico, porque tenemos un aparato a la mano en donde encontrarlos. Vamos por tercera ocasión a la casa de un amigo y le volvemos a pedir la ubicación.

El libro nos lleva desde los viajes de Marco Polo hasta la historia de las amazonas de las letras en los Estados Unidos, mujeres que cabalgaban de pueblo en pueblo con cofres llenos de libros. Nos recuerda en sus páginas como pasamos poco a poco de que los libros fueran un instrumento de poder, al que tenían acceso únicamente los privilegiados, a la invención de las bibliotecas públicas, en las que todos tienen accesos a sus letras y páginas. Nos cuenta también como los libros fueron un instrumento de segregación, porque en una época solo ciertas personas podían escribir, a transitar poco a poco, a un instrumento que se utiliza ahora para promover la inclusión.

El infinito en un junco nos recuerda porqué amamos a los libros y a las bibliotecas. Como dijo Irene en la presentación de la semana pasada, porque los libros son la única pertenencia a la que le permitimos acumularse en casa, hasta el grado de corrernos de una habitación, porque ya no cabemos. Nos recuerda a todos los que gozamos esos momentos en que te adentras en una biblioteca en la que te puedes perder horas. Me hizo recordar mis visitas frecuentes y eternas a la Countway Library of Medicine en la Escuela de Medicina de Harvard. La sensación de ver esos estantes llenos y llenos de libros y poder ir a tomarlos para conocer el contenido de sus páginas.

Foto: Cuartoscuro

Foto: Cuartoscuro

El infinito en un junco nos da la esperanza de que los libros van a seguir existiendo, ahora que son amenazados por la era digital. No serán desplazados por las computadoras, como el cine no desplazó al teatro y los discos no desplazaron a los conciertos.

Todos somos un libro, fue la frase que utilizó Irene Vallejo en su primera intervención durante el conversatorio para explicar por qué el infinito en un junco ha sido tan bien recibido en el mundo de los lectores. Gracias Irene por ese reglo tan bello que le has dado a la humanidad.

+ Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM