Opinión

Más valor al trabajo del ser humano y menos al efecto del capital

La economía solidaria reflexiona sobre todos aquellos aspectos que, de alguna manera, sostienen el funcionamiento económico de la comunidad, desde la producción de bienes y servicios hasta el consumo, pasando por las relaciones que se establecen entre personas y organizaciones. El componente sobre qué, cómo, para qué y para quién producir afecta directamente la vida colectiva y, por lo tanto, debe estar presente en las prácticas económicas de manera clara y transparente.

Cuartoscuro

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Por ello, desde mi propuesta, se fomentan los bienes y servicios destinados al mercado social con criterios democráticos, solidarios y sostenibles.

Situándonos en la práctica del diseño transformador, la cuestión es cómo se integran estos criterios en la configuración de los productos. Como lo he comentado antes, mi formula cuenta con herramientas enfocadas a analizar el grado de integración de los principios y valores en la práctica de las entidades, pero aún no dispone de herramientas que puedan permitir el análisis, evaluación o incluso la toma de decisiones para desarrollar los productos que ofrecen.

Algunas de las herramientas que se pueden desarrollar, además del mercado social, y que tienen potencial para integrar, a corto o largo plazo, criterios evaluativos enfocados en los productos son: los balances sociales y las certificaciones de garantía ecosocial, por lo que los balances sociales son herramientas de autodiagnóstico para conocer el nivel de integración de los principios y valores en las organizaciones. Es interesante su análisis por los criterios de evaluación que debemos utilizar, aunque al día de hoy apenas solo contamos con indicadores de medida para los productos que desarrollan las empresas. Las certificaciones de garantía ecosocial, por otra parte, son procedimientos para garantizar que un producto, servicio o empresa está en conformidad con ciertas normas, criterios o estándares. Los sellos o etiquetas son instrumentos de certificación que tienen como objetivo principal aportar transparencia al público consumidor, por tanto, deben mostrar desde qué criterios éticos, sociales y ambientales se ha configurado un producto o servicio. Aunque esto apenas cuenta con sellos propios, hay un interés creciente, sobre todo en cuanto a la escalabilidad de los productos del mercado social y el fomento del consumo responsable y consciente entre la sociedad.

Esto define el mercado social como “una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios y aprendizajes comunes, que funciona con criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios, en un determinado territorio, constituida tanto por las empresas y entidades de la economía solidaria y social como por consumidores/as individuales y colectivos considerando el mercado social como una herramienta transformadora necesaria para articular modelos cooperativos entre los diferentes agentes del circuito.

La cooperación entre las organizaciones es una práctica necesaria y la interrelación es una de las condiciones más importantes, así lo subrayan miembros del Proyecto Democracia Económica (2009) cuando se refieren a las diferentes realidades económicas alternativas de cada uno de los tres mercados conocidos: bienes y servicios, capitales y trabajo.

Crespo y Sabín (2014) señalan cuatro elementos mínimos que identifican un mercado social: una base transformadora de las condiciones de mercado, los agentes económicos conscientes (público consumidor y empresas), un proceso democrático en la organización del mercado (transparencia y participación) y, por último, la combinación de herramientas de visibilización, comercialización y de acceso a un consumo responsable. Para que estos elementos sean reconocidos socialmente, el mercado social debe fomentar la creación de herramientas que faciliten su dinamización y escalabilidad, así como generar las estrategias necesarias para difundir los principios y valores de la ESS de manera que aumente la confianza entre los consumidores y las consumidoras.

Los bienes y servicios económicos se regulan con base en la disponibilidad de recursos; por lo tanto, en un mundo finito, las sociedades no disponen de suficientes recursos para satisfacer todas sus necesidades, y por ello tienen que elegir qué bienes se producen y cuáles no, así como definir también qué necesidades son prioritarias. De esta forma nos encontramos ante tres grandes cuestiones en toda economía: qué, cómo y para quién.

A la hora de preguntar acerca de qué bienes y servicios se han de producir y en qué cantidades, se plantea el problema de cómo y en qué se utilizan los recursos disponibles. La economía solidaria promueve la creación de herramientas capaces de detectar las necesidades sociales e individuales y, de esta manera, producir productos socialmente útiles que permitan un desarrollo humano sostenible. También reflexiona sobre cómo aumentar la participación social para determinar qué bienes y servicios son más prioritarios para el bien común. No son los agentes económicos unilateralmente los que deciden en función de su beneficio propio, sino la sociedad en su conjunto para asegurar las necesidades básicas, y también diferenciadas, de toda la población.

Para responder a la pregunta de cómo deben ser producidos, hay que anteponer criterios de producción local, solidaria y sostenibilidad por encima de criterios económicos.

Por último, sobre para quién o de qué manera se distribuirán, la economía solidaria defiende una distribución justa, equitativa y racional de la riqueza, los recursos y las capacidades, y también un consumo responsable basado en la solidaridad. De este modo, la libre elección -o el poder adquisitivo- para obtener un bien o servicio por unos pocos individuos en el mercado, no puede suponer la reducción de libertad de otros. Los bienes económicos no son meramente cosas para ser consumidas, sino satisfactores de necesidades para el desarrollo humano. En la distribución de los bienes se debería evitar el lucro excesivo de una minoría a costa de la pobreza extrema de la mayoría.

Teniendo en cuenta estas cuestiones, el diseño dirigido al mercado social debe ser un instrumento transformador que potencie un nuevo sistema de necesidades para un desarrollo humano sostenible y con capacidad para generar satisfactores que estén al servicio del bienestar colectivo (Figura 4). El ámbito del diseño tiene que abandonar la idea de un mundo lleno y embarcarse en el desarrollo de productos que potencian aquellas capacidades humanas que dotan a las personas de una buena vida, autosuficiente y en equilibrio con el entorno.