
La poeta que nunca dejó de ser niña
Si hay un nombre que evoca misterio, dolor y belleza en la literatura hispanoamericana, es el de Flora Alejandra Pizarnik. Su vida, marcada por una sensibilidad extrema y una inminente pulsión autodestructiva, sigue generando fascinación, pero ¿cuánto sabemos realmente de ella? Más allá de sus versos icónicos, hay detalles poco conocidos que nos acercan a su universo poético y personal. Sus palabras no fueron solo un acto literario, sino un testimonio brutal de su desesperación existencial y la melancólica depresión con tintes de un desasosiego romántico.
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Al final, ¿quién no ha hecho eso de entregarse a la experiencia de “vivir su dolor”? Pues, Alejandra lo llevó a universos incalculables en los cuales con su creatividad fantasiosa y a la vez simple y visceral, nos ha permitido ponerle palabras a emociones propias. Al final, un duelo, el dolor o extrañar desde la profundidad del corazón, no son cosa de una época específica.

La infancia de Pizarnik: un refugio de muñecas y cuentos oscuros
Desde pequeña, Alejandra fue distinta. Nacida en Avellaneda en 1936 en el seno de una familia de inmigrantes rusos, creció entre el peso de sus propias inseguridades y un deseo de construir un mundo propio. Era una niña tartamuda, que pintaba, escribía y jugaba con muñecas como si fueran personajes de una historia infinita.

Su obsesión con Alicia en el país de las maravillas era clara, pues al ser alguien que desde muy corta edad nunca se sintió parte realmente de nada, se veía reflejada en la niña que cae en un mundo extraño, atrapada en una lógica absurda. Su literatura tiene mucho de este aire alucinado, donde lo imposible es cotidiano y lo cotidiano es aterrador. Su obra está plagada de imágenes oníricas, donde la niñez no es sinónimo de inocencia, sino de pesadilla y desconcierto.
Empezó a escribir desde una edad muy temprana y fue a los 19 años, cuando publicó su primer poemario: La tierra más ajena. Tras abandonar la facultad de Filosofía y Letras, estudió pintura.
Era de esperarse que su alma de artista buscara distintas técnicas para satisfacer la necesidad más humana de todas: comunicar lo que sentimos, satisfacer el puro deseo de que nos vean y, aun con un tsunami interno, encontrar paz en la calidez del amor o comprensión básica. Pero, ¿quién no tiene, incluso negándolos, esos deseos tan profundos del cuerpo y el alma misma?

“Un cuento de hadas al revés”: los versos más inquietantes de Pizarnik
Entre sus múltiples poemas, hay algunos menos citados, pero que revelan su lado más oscuro y provocador. La liberación de su bestia interna. Alejandra era feral:
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Acostumbraba el manejo invertido de los cuentos de hadas tradicionales es una constante en su obra. Pizarnik no creía en los finales felices, sino en el dolor como una única certeza en este tránsito. Su poesía es un grito desesperado de quien no encuentra su lugar en el mundo y, en cambio, se refugia en la escritura como único espacio de existencia, de pertenencia y de identificación.
Personalmente, siempre he pensado que el poder de la palabra es brutal. La palabra es desde un mar desmedido, hasta un riachuelo en calma. La palabra te define, te brinda identidad y te ofrece la oportunidad mágica de conectar, dar vida o tirar a matar como máxima; pero también, puede poner en duda tu cabalidad, tu compromiso y hasta tu lealtad. Sublime dama hermosa, insegura y celosa, pero hermosa siempre.
Algo así como una peligrosa fórmula de gloria y destrucción con solo un milímetro de distancia entre uno y otro.
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Su poema “La jaula” es un ejemplo de su visión del encierro y el desasosiego:

Su voz poética es la de alguien que no solo observa la luz desde la sombra, sino que se ha vuelto parte de la sombra misma. Cada uno de sus versos es un acto de resistencia contra una realidad que la asfixiaba.
Pizarnik, tenía un fuerte talento para “poner la otra mejilla” ante el dolor mismo y la confusión de su falta de objetivos que la ataba a un mundo que le era ajeno, lo que en conjunto la llevó a la pérdida continua del sentido al proceso, a su atención psiquiátrica y a la experiencia de su propia vida.
Sus letras, eran un grito desesperado y confundido de tres preguntas muy puntuales: “¿quién soy?, ¿qué hago aquí? y ¿qué debo hacer conmigo?”. Atormentada en todo momento, la escritora hizo con su arte por la gente de su época, lo que muchas jóvenes de la actualidad, como Taylor Swift, Shakira, Adele, Olivia Rodrigo o Lana del Rey, le ofrecen a la gente de hoy: refugio.
La mente atormentada de Alejandra Pizarnik: entre la depresión, la soledad y la necesidad de amor
Los diarios de Pizarnik, publicados años después de su muerte, nos muestran a una mujer atrapada entre su genialidad y su autodestrucción. “Lo terrible es que quiero escribir y solo consigo imaginar mi propia muerte”, confesó en uno de sus cuadernos.
Lamentablemente, su necesidad de sentirse amada la llevó a una inconsciente transgresión emocional. Desde su juventud, padeció trastornos depresivos severos, ansiedad y episodios de delirio. Su relación con la medicina psiquiátrica fue intensa: vivió entre sesiones de terapia, internaciones y fármacos que intentaban apaciguar su tormento, pero que al mismo tiempo la alejaban de su capacidad de escribir con la misma intensidad, lo que continuamente la llevaba a no tomar las mejores decisiones. Misma experiencia que Kanye West.

Es importante señalar que su mayor dolor, y el que rigió su tono, composición y creencias más férreas; lo que más la atormentaba, era su incapacidad de sentirse amada. Su necesidad de amor era abismal, casi infantil, y la percepción que tenía ante la falta de respuestas afectivas concretas la consumía.

Su deseo era tan intenso como su dolor: anhelaba ser abrazada por alguien que la comprendiera, que le diera un refugio en medio del caos que habitaba en su mente. Pero cada intento de acercarse al otro terminaba en una herida nueva, o al menos así lo interpretaba. Esto como consecuencia de su personalidad introvertida y su nula capacidad para relacionarse.
Pocos saben que tuvo un romance apasionado con la escritora Silvina Ocampo, una relación marcada por la admiración, la complicidad y también por el desgarro emocional. En sus cartas, se deslizaban versos que oscilaban entre la adoración y el tormento. Ocampo fue, quizás, una de las pocas figuras que le ofreció cierta contención, aunque nunca fue suficiente.

En este punto, debemos destacar que Alejandra exploró su identidad sexual en una época donde hacerlo era poco común, lo que incrementaba la nulidad en su sentido de pertenencia. Sus amores (hombres y mujeres) fueron siempre complejos, tensos, cargados de silencios y expectativas rotas.
Solía escribir sobre el amor no como un lugar de consuelo, sino, de forma erronea, como otro espacio de sufrimiento:

Para ella, el deseo era sinónimo de pérdida. Amaba con intensidad, pero se sentía constantemente rechazada, fuera de lugar, insuficiente. Esa carencia afectiva moldeó toda su obra y, muy probablemente, precipitó su final. Ese juego de pólvora y fuego que tiene el amor como característica.
El suicidio de Pizarnik: un acto poético en sí mismo
Alejandra Pizarnik murió joven, a los 36 años, víctima de una sobredosis de Seconal sódico, sumergida en un profundo y mortal sueño como la protagonista de alguna novela romántica. Para algunos, fue un accidente; para otros, la culminación de un destino anunciado en cada uno de sus poemas. Lo cierto es que dejó frases que parecían presagiar su final:

Durante los últimos meses de su vida, su desesperación era evidente. Se sentía vacía, incapaz de escribir, como si la poesía ya no fuera suficiente para sostenerla. En su último año, pasó semanas internada en un hospital psiquiátrico, de donde salió solo para suicidarse. No quería ser salvada. Quería desaparecer.
Su muerte fue silenciosa, tal como el roble que se desploma en medio del bosque, pero dejó un eco brutal. Como si cada palabra escrita durante su vida hubiera sido parte de una despedida anticipada. Pizarnik no buscaba fama ni gloria: buscaba ser vista, consuelo.

Alejandra Pizarnik en la cultura pop y el SEO de la eternidad
Hoy, su legado sigue creciendo. En la era digital, donde la poesía ha encontrado un nuevo resurgir en redes sociales, Pizarnik es un ícono atemporal. Sus versos resuenan en las redes sociales como si hubieran sido escritos para nuestra época. Su angustia existencial sigue tocando las fibras de quienes la leen, porque el dolor que narró nunca ha dejado de ser actual, público y de libre acceso a quienes sufren dolores en sus capas más profundas.
Si buscas “frases de Alejandra Pizarnik”, te toparás con miles de resultados. Sus textos han sido usados en canciones, películas y hasta tatuajes. Su influencia no ha muerto. Es más, parece estar más viva que nunca.

Quizás, sin quererlo, Pizarnik logró conseguir el amor y valoración de más gente de la que hubiera imaginado, además de su inmortalidad. Su poesía es una herida abierta que, lejos de cerrarse, sigue sangrando en cada lector.
Me gusta pensar que Alejandra, de alguna manera, está viva en cada uno de los corazones rotos de nuestra actualida, en todos los que deseamos sentirnos amados con ternura profunda o a quienes el amor de nuestra vida se nos ha escurrido como lágrima sincera rodando en las mejillas.

La magia de conectar con un autor, ya sea en un libro, un poema o en alguna canción de hasta 10 minutos como All too well, con el fin de buscar un poco de fuga, vuelve explicables las revoluciones internas y, a su vez, un poco más manejables las ausencias.
Existen personas que se consideran afortunadas por nunca haber perdido a nadie que realmente impacte su vida, y su posición es francamente envidiable. A otros la hora nos ha llegado en forma de madres, padres, mejores amigos o los amores más grandes y, existen frases como “dejar ir también es amar”, pero ni la comprensión de esas cinco simples palabras alivia la desdicha y, seamos honestos, a veces no deseamos realmente que sea aliviada.

Vivir lo que duele, legitima el sentimiento opuesto a ello. Reconocer y atravesar las sombras del hoy, habla de la existencia de luces pasadas, y qué belleza permitirse sentir un amplio mapa emocional. El amor no es solo química, también es camino, es acción, no promesa, pero ante todo: forma es fondo y ni siquiera el fracaso invalida la sinceridad de todos los intentos.
Al final, nadie puede no necesitar lo que sí necesita, no importa si son situaciones, lugares, cosas o personas. Nadie puede. Creo que todos necesitamos una “noche de asilo” de las que habla Jorge Drexler de vez en cuando.

“Esperemos encontrar el camino de vuelta a casa”. Será cuando tenga que ser, pero si es, que sea para siempre, 25 horas al día, 8 días a la semana; ayer, mañana y pasado y todos los 3 de septiembre. Pero si no, para ello existe la compasión de uno mismo, el apapacho de la amistad y una tal Alejandra Pizarnik.