Opinión

AMLO, club de los optimistas

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AMLO, club de los optimistas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mientras las malas noticias se acumulan en distintos campos, el discurso del presidente López Obrador un día sí y otro también, insiste en mostrarnos el vaso medio lleno, si es que no está rebosante.

La pandemia está domada y no vamos tan mal como otros países, se crearon 15 mil empleos en el último mes, la vacuna que se distribuirá de manera gratuita está casi lista, la recuperación está en puerta, los corruptos caerán hasta donde el pueblo diga, ya se ve una lucecita al final del túnel, porque los Sentimientos de la Nación, y hay que comprar cachitos para la rifa del avión.

En el discurso no hay diagnóstico, ni explicación articulada de las medidas a tomar. Lo que sí hay es pronóstico, y éste siempre es positivo. De ésta, de todas éstas, vamos a salir bien, y hasta fortalecidos. Un deseo que, a fuerza de repetirlo, tiene que convertirse en realidad.

¿Qué está detrás de este constante optimismo, que suele contrastar con las cifras duras, ya sea en economía, salud o seguridad? ¿Se trata de un alejamiento de la realidad, una hibris precoz causada por el exceso de aduladores? ¿Es una condición del carácter y la formación de López Obrador? ¿O es una estrategia pensada de comunicación, destinada a mantener el poder?

Me parece una combinación de las tres cosas, en la que tiene más peso el último factor, que es el del poder político.

Que hay un alejamiento de la realidad, no cabe duda. Aunque sea genuino el desinterés de AMLO por los indicadores económicos tradicionales, no parece haber preocupación mayor por el hecho de que estamos en plena depresión económica, que no hay elementos que puedan presuponer una recuperación automática y que todo ello se traduce en un incremento exponencial de la pobreza. Tampoco parece normal que, día tras día, señale que la crisis sanitaria esté de salida (alguna ocasión le atinará, pero ya falló decenas de veces).

Esto sólo se puede explicar por dos factores. Uno es la tendencia típica de la hibris, permitir que la visión amplia de las cosas, de parte del líder, haga innecesario considerar los detalles prácticos, los costos y el resultado final. La excesiva confianza en el propio juicio hace pensar, a quienes sufren esta enfermedad, que cualquier cambio de rumbo es un error (es mejor persistir en políticas contraproducentes, porque sacar provecho de la experiencia significaría admitir que nos equivocamos).

El otro factor es la incapacidad del entorno de centrar al dirigente y bajarlo al suelo. Si el dirigente se rodea de gente que a todo le dice que va bien, será cada vez menos capaz de tener una visión realista de las cosas. A partir de ahí se crea un círculo vicioso, en el que lo que se premia es la lealtad a las ideas preconcebidas del personaje, más que la lealtad al personaje mismo. Se le dice lo que quiere oír. Se alimenta la desmesura.

Así, no importa si el consejero falla repetidas veces. Si, por ejemplo, calcula, al principio, una cantidad de muertos por la pandemia y resultan ser diez veces más. Lo importante es que acomodó su pensamiento al del líder. Entonces todos tienen la razón. Enfermizo.

Un segundo asunto tiene qué ver con el carácter personal. Una persona optimista tiende a ver las cosas en buena luz. Y AMLO tiene razones para ser optimista, dado que, a pesar de sus limitaciones y de los muchos obstáculos que tuvo que superar, logró su objetivo de llegar a la Presidencia. Su autoconcepción como persona llamada por el destino ayuda a ello. La historia de López Obrador no corresponde a la de una persona que se dé por vencida, su fe lo hace siempre ver la luz al final del túnel… aunque el túnel sea tan largo que la luz no se percibe a simple vista.

Pero el tercer ángulo, me parece, es fundamental, La hibris y la fe pueden nublar la vista y reducir la perspectiva. Sin duda lo hacen. Pero no suelen generar una ceguera total. Y, si para algo tiene buen ojo López Obrador, es para compensar sus debilidades con la parte emocional de su discurso (y con algunas tácticas colmilludas).

Si alguien dice constantemente que las cosas van mal, tiene altas probabilidades de convertirse en profeta. Eso aplica particularmente entre quienes tienen responsabilidades de mando. La idea central es no generar desánimo entre la población (aunque se genere desconfianza entre la minoría más informada).

Entre la disyuntiva de preocupar a la población diciéndole la realidad, o dulcificarla, AMLO siempre va a preferir lo segundo. Se ha manejado siempre como “rayito de esperanza”, y terminó por funcionarle. Siempre va a oprimir esa tecla.

Por lo mismo, a menudo echa flores retóricas al pueblo. En el futbol, cuando las cosas van bien, es mérito de los jugadores y de la afición; cuando van mal, es culpa del entrenador y la directiva. Hay que decir que las cosas van bien, y el mérito es del pueblo bueno.

Finalmente, si a pesar de todo lo que va mal vemos al Presidente sonreír, es porque ya pensó en a quién echarle la culpa. Ha sido su especialidad y a cada problema irresuelto (o empeorado), corresponde un culpable que nunca será su gobierno. Hay una baraja de personajes y empresas que se pueden colgar frente al respetable como la zanahoria frente al caballo. Funcionan porque son apetitosos.

Lo triste es que presentar el vaso como medio lleno (los corifeos lo proclaman como rebosante) impide encontrar la manera de echarle el agua que necesita urgentemente.

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