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El cubrebocas, último frente de batalla en la guerra contra la pandemia

Una mesera herida de un balazo en Colorado, un conductor de autobús muerto a golpes en Francia. Son víctimas colaterales del coronavirus de ciudadanos que se niegan a cumplir las reglas básicas para evitar el contagio. De aquí surge un cuestión ética: ¿Debería tener derecho a ser tratado quien ejerce su derecho a no llevar cubrebocas

El cubrebocas, último frente de batalla en la guerra contra la pandemia

El cubrebocas, último frente de batalla en la guerra contra la pandemia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La muerte que más ha conmocionado a los franceses relacionada por la pandemia no ha sido la de los más 30 mil que sucumbieron en el país por los estragos del COVID-19, algunos celebridades como la del actor Phillipe Nahon o la leyenda del jazz Manu Dibango, sino la muerte de un chofer de autobús que fue salvajemente golpeado por dos jóvenes que se negaron a ponerse el cubrebocas antes de entrar en el vehículo de transporte público.

Phillippe Monguillot, de 57, murió el pasado viernes tras sufrir lesiones irreversibles en el cerebro, luego de ser pateado en la cabeza repetidas veces por no dejarles subir al autobús urbano sin cubrebocas.

Como en tantas cosas relacionadas con esta guerra contra la pandemia, que agarró al mundo entero sin armas, los gobiernos actúan improvisadamente o sobre la marcha. Tras ponerse los conductores de autobuses franceses en huelga, que están obligados a impedir el acceso a quien no lleve cubrebocas, las autoridades ordenaron que en cada unidad vaya en su interior un policía armado. Por su parte, el presidente Emmanuel Macron, impactado por el caso y alarmado por los rebrotes en diferentes puntos de Francia y Europa, anunció ayer, Día de la Revolución Francesa, el uso obligatorio de cubrebocas en cualquier lugar cerrado, ya sea transporte público, comercio, templos de culto, bancos y oficinas privadas o de la administración pública.

La ironía de esta tragedia es que la mujer y las hijas del chofer asesinado por negarse a llevar pasajeros sin cubrebocas, no llevaban cubrebocas durante la manifestación que hubo en la ciudad de Bayona contra lo absurdo del crimen.

“No les daré el gusto de que me vean"

El pasado 21 de mayo, convertido ya Estados Unidos en el centro mundial de la pandemia, el presidente Donald Trump se negó a ponerse el cubrebocas, pese a la insistencia de los periodistas que lo acompañaban durante la vista, programada para normalizar con su presencia la reapertura económica del país y para negar (una día más) la gravedad del coronavirus.

Cuando fue cuestionado por los periodista por qué insistía en negarse a usar cubrebocas -cuando el país sumaba ya 94 mil muertos- y en no dar ejemplo, como sugirió que hiciera el epidemiólogo jefe de EU, Anthony Fauci, Trump respondió: “No quiero darle a la prensa el gusto de verme con el cubrebocas puesto”.

El comentario, que reprodujo durante días Fox News, es toda una declaración de intenciones. El mensaje del mandatario republicano -que en noviembre buscará la reelección- es que, por encima de la salud pública está la libertad individual, como lo está el derecho a portar armas.

Bajo esa lógica, lo que diga el líder de la nación está por encima de lo que diga Fauci o el “prochino” Joe Biden, el candidato demócrata que apareció con cubrebocas el Día de los Caídos y por ello fue objeto de burlas del comentarista ultra Brit Hume, que consideró al candidato demócrata “poco masculino”. El tuit fue de inmediato reproducido por el presidente.

Y si Trump considera “de machos” no usar cubrebocas —su aliado el presidente de Brasil llegó a decir que era “cosa de putos”—, no tardaría un simpatizante en imitarlo por la fuerza. Ése es el caso de Kevin Watson, de 27 años, que ha sido arrestado en la ciudad de Aurora, en el estado de Colorado, por pegarle un tiro en la barriga a una camarera de un restaurante de la cadena Waffle House que le había dicho que, si no se ponía el cubrebocas —que, encima, llevaba alrededor del cuello, pero no de la cara— no podía servirle comida para que se la llevara a su casa.

Desde entonces, las protestas se multiplicaron por todo el país con seguidores de Trump —muchos con armas—, desafiando el distanciamiento social y gritando su derecho constitucional a su libertad para decidir no llevar cubrebocas. No tardaron en sumarse a las protestas los que defienden su derecho a no vacunar a sus hijos, pese al riesgo de rebrote de enfermedades como el sarampión o la difteria.

Y de aquí surgen, varias cuestiones éticas: ¿Tiene derecho el dueño de una clínica privada a ejercer su derecho a no permitir la entrada a un enfermo que se negó siempre a usar cubrebocas? ¿Qué ocurre si esos que se niegan a usar cubrebocas se contagian de COVID y acaban contagiando a su familia o vecinos?

Mientras buscan la respuesta, les informo que el domingo, aplastado por la realidad que suponen 3.4 millones de contagiados en EU y 136 mil muertos, Trump se humilló ponìendose por primera vez el cubrebocas delante de los periodistas.

fransink@outlook.com