Opinión
Ana Lilia Arias: las sociedades y sus lenguas cambian
David Gutiérrez Fuentes

Ana Lilia Arias: las sociedades y sus lenguas cambian

Ana Lilia Arias es una colega directa, de firme convicción política, dedicada al trabajo editorial y a apoyar y tender vínculos en la profesionalización de correctores, diseñadores y editores mediante la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición AC (PEAC), fundada y dirigida por ella de manera independiente y autónoma desde hace casi treinta años. Sobre su trabajo y PEAC platiqué con ella.

Especial

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Ana Lilia me da mucho gusto entrevistarte. Antes de hablar de lleno de tu trabajo, platícame de Raúl Prieto, mejor conocido como Nikito Nipongo. Tú eras una persona cercana a él, ¿verdad?

Sí. A mí también me da mucho gusto platicar contigo y hablar de alguien a quien ya casi nadie recuerda. En los últimos veinte años de vida de Nikito fui muy cercana a él. Te cuento que me tocó estar en su casa cuando falleció. La verdad me entristece que nadie lo recuerde, con todo y que fue una persona que estuvo en el top de columnistas durante casi medio siglo; era un hombre sabio, adelantado a su tiempo, como su padre, Sotero Prieto, a quien los matemáticos destacados lo recuerdan con cariño.

Volviendo a Raúl Prieto, lo que te puedo decir es que ahora está de moda criticar a la Real Academia Española, pero él escribió su primer libro sobre el tema en 1955: casi recién fundada la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), cuando todo mundo reverenciaba a la RAE.

Aunque ya tenías alguna experiencia editorial, creo que la cercanía con Nikito Nipongo fue lo que te convenció de formar parte del complejo sistema editorial. ¿Es así?

No. Nikito era periodista y escritor; además de lexicógrafo y caricaturista. El trabajo editorial es distinto, con todo y que tengan muchos puntos en común. Y eso quedó muy claro cuando tuve la fortuna de que me invitara a dar clases con él en la recién abierta Escuela de Escritores de la Sogem. A mi modo de ver fue una combinación enriquecedora para los alumnos: Nikito, con su gran sapiencia, preparaba algún tema y les daba propuestas a los alumnos para que escribieran. Recogía las composiciones para revisarlas en su casa y yo debía hacer lo mismo, pero no sabes cómo me costaba trabajo hacer que me las prestara.

Al final, los alumnos recibían sus escritos con doble corrección y una que otra viñetita con sus comentarios; ambas correcciones eran distintas: la de él era profunda, muy atenta en el contenido, en la lógica del discurso, en la veracidad; por algo durante más de cincuenta años mantuvo su columna Perlas Japonesas. La mía atendía más a la forma.

Ahora podemos decir que su perspectiva era como la del editor de contenido o del editor de mesa, y la mía la de una correctora. Ahí aprendí que ambas correcciones son necesarias: ninguna es más importante que otra, son complementarias y obligadas para ayudar de verdad al texto.

Digamos que el gran aprendizaje que tuve con él fue su gran pasión por el idioma español; de ahí se desprende su aguda atención a la propiedad de las palabras y la veracidad de las ideas. Sin los regaños de Nikito Nipongo difícilmente me hubiera dado cuenta de las incorrecciones idiomáticas convertidas en palabras comodín porque son tan frecuentes que se normalizan. Te pongo un ejemplo: fíjate cuántos usos le dan a la palabra “instancia”.

Te confieso que después de leer tu respuesta acudí al diccionario y yo me encuentro entre quienes les dan un sobre uso. Ahora dime, ¿en 2022 la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición, AC (PEAC) cumple treinta años de trabajo? ¿Podrías hacer un breve repaso?

Este año se cumplen treinta años de que empezamos a reunirnos y reflexionar en las razones que nos motivaban a agruparnos; oficialmente el trigésimo cumpleaños es en 2023. En los principios de los noventa todavía estaba en la mente de muchos el fraude de Salinas de Gortari y había una convicción por empujar a que las cosas cambiaran, no sólo en el aspecto tecnológico.

Los objetivos con los que surgió PEAC no han cambiado, aunque se actualizan para adaptarse a las nuevas circunstancias, pero siguen siendo los mismos por la sencilla razón de que las condiciones laborales de quienes nos desempeñamos en la edición prácticamente no se han movido ni un ápice; y lo peor es que ni cuenta se dan: piensan que es normal, como dice Viri Ríos.

Los considerandos que dieron razón de ser a PEAC (puedes verlos en nuestro canal de YouTube) no han cambiado. Primero, porque nunca nos creímos que la computadora sustituiría a las publicaciones impresas sino al contrario, su uso se incrementaría; por lo mismo había que prepararse, profesionalizarse para pugnar por la calidad de los productos y evitar la competencia desleal.

Esta idea nos llevó a pensar en un nombre incluyente. Lo más fácil hubiera sido crear una asociación de correctores, porque quienes se integraban venían de alguno de los cursos de corrección de estilo que impartía (como todavía lo hago); pero como en nuestras reuniones veíamos que la problemática era generalizada, por unanimidad se votó por la inclusión.

En 2012 explicamos nuestro origen, cuando organizamos el segundo congreso internacional de correctores que motivó a las colegas argentinas a crear su organización como Profesionales de la Lengua Española Correcta de Argentina (PLECA); antes, otra amiga uruguaya, Pilar Chargoñia, ya había replicado nuestra idea y renombró su grupo de Facebook: Correctores de Uruguay por el de Profesionales de la Edición de Uruguay (PEU).

Pensemos que ya habían pasado veinte años y veíamos un poco de luz. Si de por sí las palabras corrección y estilo generaban polémica (por eso están incluidas también en los considerandos), con la entrada del concepto sajón de editor en los noventa difícilmente se veían con buenos ojos los cursos de corrección: todos preferían ser editores que correctores. Por eso se me ocurrió el símil del médico y la enfermera: no es que primero estudies para una cosa y luego para la otra; uno no es mejor que la otra. Y vuelvo a lo mismo, ambos son trabajos necesarios y complementarios.

Un rayo de luz al final del túnel surgió cuando apareció internet. Gracias a eso supimos que un par de catalanas (Silvia Senz y Montse Alberte) promovían su Manifiesto de correctores, con argumentos muy parecidos a nuestros considerandos; después, Pilar Chargoñia haría algo semejante en Uruguay y gracias a ello se crearía la Tecnicatura Uruguaya en Corrección de Estilo (TUCE); también se fundó la Unión de Correctores en España y en Argentina promovieron el día del corrector. Fue esto lo que dio pie al reconocimiento relativo que hoy vivimos; aunque en esencia las cosas siguen igual.

Digamos que es un gatopardismo: la situación cambió porque ahora nos ven (no nada más a los correctores sino también a los editores, traductores y diseñadores), ya hay más sitios donde prepararse quien quiera dedicarse al quehacer editorial; pero no hay un sentimiento ético-gremial al menos en México y las condiciones laborales siguen siendo precarias. Es curioso cómo los colegas de otros países han entendido lo importante que es la unión y aquí todavía no. Los mismos correctores franceses se dieron cuenta de ello hace un siglo y algo han avanzado.

Ana Lilia. Nos queda espacio para una respuesta y tengo dos preguntas. Las formulo y decide cuál contestar de manera breve porque casi se acaba la tinta. Una es: ¿Por qué piensas que la Teoría General de Sistemas es una herramienta útil en la pedagogía editorial? La otra, como mujer de lucha política: ¿Qué piensas del lenguaje de género?

Por razones de espacio te respondo la segunda. Me dan flojera esas disquisiciones; son controversias bizantinas. Que si sí o que si no; que si la RAE acepta o rechazó. El lenguaje es la capacidad que tenemos para expresarnos y requiere de un código para poner en común nuestras ideas. Eso no cambia, así ha sido desde los comienzos, pero las sociedades sí cambian, la gente cambia y eso tiene que verse reflejado en la manera como nos comunicamos. ¿Yo puedo detener la evolución humana? Nadie puede hacerlo, entonces para qué discutir si es válida o no una forma que está reflejando a una sociedad. Más que discutirlo hay que mirar con atención cómo se adapta, porque eso ya no va para atrás.