Opinión

Debate presidencial: ¿cambio o continuidad?

Toda campaña electoral es un proceso de persuasión política de carácter intenso, planeado y controlado que tiene el propósito de influir sobre los votantes. Los debates presidenciales son parte sustantiva de este proceso, porque contribuyen al realineamiento de las fuerzas que se confrontan por el poder político, por medio de una lucha que tiene por objetivo la conquista de las preferencias de los ciudadanos. El primer debate organizado por el Instituto Nacional Electoral entre quienes aspiran a la Presidencia de México, Xóchitl Gálvez de la Alianza “Fuerza y Corazón por México”, Claudia Sheinbaum de la Coalición “Sigamos Haciendo Historia” y Jorge Álvarez Máynez del Partido Movimiento Ciudadano, representó un ejercicio político que reafirma a la democracia deliberativa como una posible alternativa frente al declive de la participación cívico-electoral, a la profunda crisis de los partidos tradicionales y al debilitamiento de los vínculos asociativos que afectan a los sistemas políticos de nuestro tiempo.

Se equivocan quienes sostienen que este debate no tendrá consecuencias sobre las preferencias de los electores. Los debates presidenciales son ejercicios relativamente recientes en nuestro país que fueron instaurados a finales del siglo pasado, concretamente en 1994, producto de una serie de reformas que buscaban abrir a la ciudadanía los postulados políticos de los candidatos frente a electores cada vez más incrédulos respecto a la mediocre clase política gobernante. En ese pasado reciente, las elecciones no eran ni competitivas, ni libres, ni justas, por el contrario, los procesos electorales se concebían como meros rituales y formalismos que contribuían a la reproducción del sistema político prevaleciente. Actualmente, las “novedades” estarían en la selección de las 108 preguntas que habrán de reducirse a 30 que el ITESO filtró de las redes sociales y en una muy vistosa presencia de resguardo del ejército en el INE, una institución electoral que pretende ser ciudadana.

Claudia Sheinbaum, Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez

Claudia Sheinbaum, Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez

Los debates ofrecen mayor visibilidad del proceso político, y representan quizá una de las últimas oportunidades para que los ciudadanos tomen partido, dado que los electores indecisos -quienes son representativos de importantes sectores de la población- son volátiles, versátiles, móviles y fluctuantes. A diferencia del pasado, hoy los ciudadanos se encuentran comprometidos con la democratización, son exigentes y difícilmente manipulables porque analizan críticamente las propuestas y exigen resultados. Los candidatos compiten por esta importante franja del electorado que puede definir el resultado de la sucesión presidencial y el cambio definitivo de la geografía del poder. Los debates políticos tienen la importante

tarea de mostrar a los votantes las posibles cualidades y defectos de quienes aspiran gobernar a México. La política no es solamente organización de estructuras y selección de candidaturas, es también comunicación de programas y de propuestas, de prestaciones y de promesas. Dejando de lado el análisis de las cualidades estrictamente personales de Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum o Jorge Álvarez Máynez, que los hacen atractivos, influyentes o elegibles, está fuera de duda que sus capacidades comunicativas desempeñan un rol crucial en la contienda política.

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Sin embargo, y después del debate persiste la desconfianza ciudadana frente a ofertas políticas aderezadas con una demagogia que asfixia. Por ello, ahora el mayor reto de nuestro sistema político es combatir el abstencionismo latente que puede ser pasivo o activo. Antaño la movilidad electoral resultaba de las pobres alternativas políticas en competencia, actualmente, deriva de los candidatos y de su capacidad para brindar a los electores identidades políticas claras resultado de campañas eficientes así como de mejores debates. A pesar de ello, prevaleció la lógica del antagonismo, anulando el análisis de las propuestas, fue un show sin contenido. En conclusión, el debate representó un espacio de aburrida confrontación alejado del diálogo que nuestro proceso político requiere urgentemente.