Opinión
Enfermedad y vida social
David Gutiérrez Fuentes

Enfermedad y vida social

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La enfermedad es un proceso o subsistema de ese complejo sistémico llamado vida. En días pasados enfermé de la variante ómicron. Algunas experiencias previas de amigos y familiares cercanos, las recomendaciones de las autoridades sanitarias y una fila inmensa de gente en uno de los sitios de prueba me convencieron de acudir directo al médico o a mi centro de salud. Acudí con un neumólogo que ya había atendido a mi esposa y una hija. Por experiencia personal y parte del trabajo que he leído y editado de la doctora Gloria Eugenia Torres, una sagitaria que ya forma parte de la constelación, aprendí que la buena vibra es una relación primaria entre paciente y especialista. Si no hay química con cualquier tipo de médico, busco otro. Pero no fue el caso. Este neumólogo me explicó razonablemente los cuestionamientos que me surgieron tras ser diagnosticado por él con ómicron y posible influenza.

Enfermedad y vida social

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Me dio el tratamiento y aunque salí rápido, me entró un bajón de pilas que sólo se me quitaba con los rayos del sol que en mi casa, orientada hacia el norte, hay que estar persiguiendo como perro, de hecho mi cóquera es una buena detectora de cachos de sol en función de la hora. A mí me parecen exageradas y fuera de contexto muchas de las críticas al manejo del gobierno frente a este nuevo, inevitable y mundial brote pandémico. Las pruebas, los márgenes de error, el alto costo de éstas para el sistema de salud o para quien acude a una farmacia o pide prueba a domicilio, me llevaron por el camino correcto: Directo al médico sin prueba.

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No soy como muchos amigos que levantan el dedo acusador contra quienes se rehúsan vacunar sin que haya impedimento médico para hacerlo, alguna vez los llamaba antivacunas, ya no, pero me formé en una cultura y familia que creció con vacunas y aún así yo y a veces mis hermanos nos contagiábamos con un bicho y el pediatra o el especialista nos sacaba. En plena enfermedad me enteré por Mauricio Carrera del fallecimiento de Gerardo de la Torre y pocos días después de Tomás Mojarro, el valedor, el primero amigo con el que desde hace dos años volví a entrar en contacto. La certeza de no haber acudido en el tiempo adecuado con Gerardo de la Torre para echarme un trago con él a sus 84 años me dio mucha tristeza. Mauricio, por cierto, tuvo ese privilegio y su hija Yolanda de la Torre escribió un texto muy hermoso sobre su papá en Milenio. Esa partida, fue parte del bajón de pilas que recargué con sol.

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Quienes pudiendo hacerlo, deciden no vacunarse, han ido cambiando de opinión. De ello fui testigo cuando acudí a ponerme mi refuerzo. Nadie me lo cuenta. Vi claramente cuando un cuarentón llegó a ponerse su primera dosis. Pero también sé de quien opta por no hacerlo y desde luego que prefiero que el gobierno no coercione sino apele al convencimiento del individuo. La fría estadística, supongo, o experiencias cercanas de otros no vacunados, fue lo que llevó al cuarentón a cambiar de opinión. Se trata de elementos con mucho mayor persuasión que llevarlos a punta de fusil a los lugares de vacunación como algunos exagerados proponen entre broma y veras.

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Desde luego me puse el refuerzo. Las reacciones de algunos amigos a él me causaron un poco de nerviosismo. Yo le mandé un mensaje al neumólogo que textualmente decía: “Estimado doctor, soy David. Nos acabamos de poner el refuerzo mi esposa y yo. Quiero preguntarle: ¿es conveniente tomar paracetamol de manera preventiva o sólo en caso de reacción? Nuestras dos primeras dosis fueron Pfizer y las únicas reacciones con esa marca implicaron dolor de brazo. Muchas gracias.” El médico recomendó un paracetamol antes de dormir y mi pareja recurrió a él hacia la tarde porque le entraron los escalofríos previos a la fiebre. A mí me pasó algo raro. Me tomé el paracetamol a las 19:00 y como a las 23:00 confundí una tableta que tomo con otro chocho de paracetamol. Es decir, me sobre mediqué de manera accidental. Otros amigos salieron de su sintomatología sin medicamentos y a otros ni cosquillas les hizo. La variedad de las reacciones con la otra vacuna también abarcó un amplio espectro según supe. De hecho me inclino a pensar que pese al accidente, con una sola gragea de paracetamol o acaso sin ella, al amanecer me hubiera sentido normal.

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Otra relación importante es la que establecemos con nuestro cuerpo. Si nos pide reposo y somos privilegiados de poder otorgárselo hay que dárselo pero evitando que caiga en la abulia, porque los cuerpos también como que se enconchan y no hay que darles mucho chance a menos que sea por placer. Dicho de otra manera: nací el día de la Purísima Concepción y por lo tanto desde chavito soy medio concha, me cuesta levantarme temprano. Y en las épocas de frío, peor. En momentos así entiendo por qué los asesinos seriales de las series policiacas, suelen ser muy comunes en sitios donde hace un frío que nomás de verlo me pongo el suéter.

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El enconchamiento del cuerpo tiene un rostro contra el que también hay que luchar, la anti-sociabilidad. Resumido en el imperativo que de manera políticamente correcta dice: “Si puedes, quédate en casa.” La sociabilidad digital, cuando no está emponzoñada, no deja de ser artificial o por lo menos demandar su dosis de carne y hueso. Con esta variante el retorno a clases de nuevo se discute en nuestras universidades públicas. Conozco maestros que ya quieren regresar, algunos más para los que sería riesgoso y muchísimos a quienes ya les gustó el modelito a distancia. Tal vez me equivoco, pero la voz de los estudiantes parece estar adormecida en este debate.

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La demanda contra el subsecretario de salud sencillamente es ruin. En Reino Unido, a diferencia de otros países europeos, se está promoviendo una política para que la gente vaya retornando a la “nueva normalidad”. Estar encerraditos no es muy sano para muchos. No al menos para mí. Con cautela debemos recuperar nuestra sociabilidad, nuestras calles, nuestros parques, nuestras cantinas; con cautela, debemos alejarnos de las voces que nos alientan a vivir en el miedo. Es vital. Los ceños fruncidos en modo permanente, mostrar los dientes hoscos a la menor provocación, no es sano para el individuo ni para la sociedad.

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En los procesos de recuperación el mundo del sueño se conecta de manera más estrecha con uno. Siempre soñamos, aunque en ciertos trastornos del sueño al parecer el individuo no lo hace. En otras palabras, una de las pocas partes buenas del “Si puedes, quédate en casa”, es que le volvemos a prestar la atención debida a nuestros sueños.

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Ayer decidí que me voy a comprar un diapasón que haré sonar una vez cada mañana.