Opinión
Roberto Zavala: “maestro de editores”
David Gutiérrez Fuentes

Roberto Zavala: “maestro de editores”

¿Brújulas o revólveres?

Por la colega Zyanya Ruiz me enteré del fallecimiento de Roberto Zavala. Sentí tristeza porque era, y en su obra es, un gran referente de la edición mexicana.

Eko

Eko

Ya escribí que su trabajo: El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y pruebas, con varias ediciones en la UNAM y más tarde en el Fondo de Cultura Económica que lo adoptó en su colección Libros sobre libros, me ha sido útil para despejar dudas o incluso dirimir controversias no siempre amables, porque en el ámbito editorial de pronto hay discusiones que se resuelven como en las películas del oeste, sobre todo si es un necio nuestro antagonista, lo usé como un convincente revólver, cuando alguien me pedía sin fundamento cambiar el orden de una cita o aumentar la tipografía porque se veía más bonita. Después de que el trabajo de Roberto Zavala fue impreso por el FCE cambié de revólver, aunque al anterior todavía le queda mucho parque.

Sin embargo, fue el prólogo de Blanca Luz Pulido titulado “Veinte años después, desde otra (y la misma) orilla”, que me hizo reconsiderar mi postura y desde entonces prefiero acercarme al libro de Roberto como una brújula, después de todo es un objeto menos bélico.

“Cada libro, cuando en su creación intervienen tanto la pasión como la inteligencia, presenta siempre retos que es necesario superar con elegancia y disciplina. En un mundo en que la rapidez impera, el saber alrededor de la hechura de un libro sigue constituyendo un aprendizaje que es necesario construir con ayuda de los que nos han precedido en el empeño. Los libros bien escritos, bien revisados, bien diseñados y diligentemente armados e impresos serán siempre, además, punto de partida para otros itinerarios: nuevos escritos, reseñas, etcétera. Pero ése es ya otro cantar. Naveguemos por esta renovada orilla; por sus estaciones, las mismas y otras. El viaje y la compañía valen la pena.”

Aunque el autor de la brújula ya falleció, nos dejó su preciado instrumento de navegación por el que vale la pena recordarlo, pero antes una anécdota de Roberto.

La anécdota

Aunque lo conocía por su libro, y algunas historias de su carácter, a Roberto Zavala lo traté primero en un curso que impartió en la UAM en el que se me reveló un tipo simpático, duro a veces en sus ejemplos y proclive a usar guayaberas blancas o ropa de manta. En las pocas fotografías que vi recientemente, aparece con ese cómodo y mexicano atuendo con el que lo recuerda su editor. Por cierto, Roberto era un férreo defensor de nuestras raíces culturales y tanto en seminarios, como en su libro-brújula, no contenía la ironía cuando manifestaba sus desacuerdos con la Real Academia de la lengua española.

Un año o dos después del curso, mientras paseaba con mi familia a mis canes por Ciudad Universitaria me encontré a Roberto con su hijo, supongo que Álvaro el primero a quien le dedica el libro aquí comentado: “Para Álvaro, definidor del antes y el después en este mi tiempo nuevo.”

Nos reconocimos y lo invité a tomar un café a mi casa. Álvaro debía rondar por los doce años, como mi hija menor. Platicamos de este mundillo reí mucho y acordamos una cita para conocer el Xitle que nunca pudimos concretar. En algún momento me preguntó por el baño de visitas tardó varios minutos en salir y cuando finalmente abrió la puerta me preguntó por el mecanismo del tanque de agua del baño que ciertamente es un poco raro. Lo destapó y pasó varios minutos analizándolo. Un buen curioso.

El lector, el editor o el autor también deben serlo. Por eso quiero terminar estas líneas, con algunas citas del libro del llamado por algunos colegas: “maestro de editores”.

El gerundio por todos tan temido

Sobre esta forma adverbial Roberto Zavala escribe: “Cuando Gonzalo Martín Vivaldi trata sobre el gerundio, acude en busca de apoyo a González Ruiz, quien escribe: ‘se emplea muchas veces mal. Tan honda es la convicción de este hecho, que ha llegado a producir otro: El que muchos realicen denodados esfuerzos para eludir el gerundio al escribir, como quien se encontrase ante un paraje peligroso y prefiriera dar un rodeo con tal de no transitar por él. Pero el rodeo nunca es buen procedimiento de escribir’.”

Más adelante nos pone un ejemplo de un uso adecuado y poético del gerundio, que le rinde homenaje a Rosario Castellanos quien murió por una descarga eléctrica cuando era embajadora en Israel: “Arreglando una lámpara, buscando la luz, llegó Rosario a la oscuridad eterna”.

Las erratas

De Alfonso Reyes nos recuerda Roberto Zavala que cuando le devolvieron un libro de poesía impreso con muchas erratas, comentó que “le habían publicado un libro de erratas con algunos versos.”

“Se cuenta asimismo de un corrector al que casi nunca se le escapaba una errata: su celo no dejaba pasar ni el aire. Un día, sin embargo, advirtió que, haciéndole la competencia a la Enciclopedia de México, había ‘matado’ a una persona, es decir, había dejado pasar viva la fecha de su muerte cuando aquélla seguía comiendo y amando. Todos los pliegos de la obra habían sido impresos, de modo que la falta no podía enmendarse sin que resultara oneroso. Angustiado al principio, aterrado después, decidió hacer coincidir la realidad y lo impreso: mató al ‘muerto’ y se acabó la errata”.

“Recuerda [Ricardo] Yáñez, gozoso, que cuando secuestraron al político de izquierda Arnoldo Martínez Verdugo, el reportero escribió que aquél iba ‘maniatado de pies y manos’, es decir, atado de pies y manos, o bien, neologismo mediante, maniatado y ‘patiatado’. Tiempo después, sigue diciendo el poeta y tallerista, le tocó enmendar otro error muy semejante. En una nota sobre tráfico de animales se denunciaba que los traficantes llevaban ‘maniatada’ una serpiente. Cuando los norteños advierten: ‘no les andes buscando chiches a las culebras’, seguramente nunca piensan que pueden encontrarles manos que las cubran.”

Hay que saber colocar el adjetivo.

Finalizo con una cita que hasta podría llevar dedicatoria. Dice Roberto: “Anteponer siempre el adjetivo es propio de escritores noveles [o correctores añado yo] afectados. Hacerlo de cuando en cuando confiere a la escritura un carácter elegante y hasta literario”