Opinión
El sueño de la tecnología produce monstruos
David Gutiérrez Fuentes

El sueño de la tecnología produce monstruos

No hay nada más perplejo que soñarme, es decir, visualizarme en sueños con alguna escena vinculada a la tecnología. Pero asumo que mi asombro en vigilia por ciertos sueños tecnológicos es proceso. Todos establecemos muchos procesos de nuestro vínculo con la tecnología y el sueño es un territorio que contribuye a resolver esa compleja relación.

Monstruo

Monstruo

Los arquetipos del inconsciente colectivo en los que solucionamos desde lo más profundo del estado REM cómo mantener el fuego encendido o escapar de un peligro, se confunden ahora con sueños por la angustia de quedarnos sin wifi; algunas pesadillas de los Homo Faber de hoy pueden ser el resultado de que nuestros yoes durmientes olvidaron la contraseña de sus correos electrónicos, o se les acabó el crédito de sus celulares para que el localizador les indique cómo llegar a un destino. Algo así, aunque desde luego más prosaico y caricaturesco, que quedar a merced de un tigre dientes de sable mientras los integrantes de la tribu deciden abandonarnos a nuestra suerte porque nos fracturamos una pierna.

Otra técnica que también ayuda a procesar esta complicada relación es soñar despierto. Hay sueños en estado de vigilia luminosos y otros idiotas. Por lo regular los segundos empiezan con una sonrisa mental y culminan en una relación simbiótica, también mental, entre una carcajada que se mezcla con una frase clásica: “qué estupidez se me acaba de ocurrir.” En mi caso es común, cuando voy en el auto, que me arremetan sueños tontos y en un semáforo o en un atorón de tráfico esa carcajada se esboce con una sonrisa y un movimiento de cabeza. Yo mismo he pillado a automovilistas solitarios salir de un sueño tonto o acaso de un recuerdo ridículo.

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El preámbulo anterior era necesario para platicar mi reciente ensoñación idiota. Ya habían transcurrido un par de días de la estrepitosa caída de las redes de Mark Zuckerberg (MZ). Algún conductor de radio, después de describir un meme, de los cientos, acaso miles, producidos por usuarios de redes, dijo algo así: Lo que no resultó tan gracioso fue la pérdida de 7000 millones de pesos del “gigante” tecnológico tras el apagón mundial de sus tres marcas emblemáticas. Y así, sin desearlo, manejando en el tráfico soñé despierto lo siguiente, que ahora completo con la rudimentaria ayuda del lenguaje, las vejigas de Google y más personajes para darle un poco de cuerpo a aquella incipiente ocurrencia.

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Los hechos transcurren en el quinceavo piso de una de las oficinas corporativas del “creador” de las redes sociales. En la lujosa sala de juntas desde la que se domina la vista de una ciudad yanqui, MZ lanza una papa caliente al centro de una mesa oval: Los mandé a llamar porque ya me cansé de ser el hazmarreír de la gran familia que fundamos y fuente de las más despiadadas críticas en otras redes como la del avioncito. ¿Qué podemos hacer? ¿Debería renunciar?

Una millenial recién reclutada que despedía el aroma de la ingenuidad, le dijo envalentonada tras los lentes de mosca que le cubrían más de la mitad de la cara: Mark, abre el código de las tres redes. Piénsalo, ya tienes una buena suma de dinero, dale un giro de ciento ochenta grados a tu relación con la gente y retírate a disfrutar de tu familia. Lanza una invitación abierta para que todos contribuyan a mejorar la seguridad del mundo. Haz de Facebook, WhatsApp e Instagram una comunidad de interesados unida para mantenerla vigente y robusta como otras redes no privativas, refundada, además en principios de uso autorregulados por consenso. Tenemos tantos suscriptores que podemos poner en sus manos la seguridad de los entornos digitales en los que se desenvuelven y algunos de ellos podrían donar primero y después formar sociedades para que los servidores preserven los datos necesarios.

Eso no se hace de la noche a la mañana, terció otro consejero. A lo que la millenial respondió: Lo sé, pero podemos empezar lanzando una convocatoria mediante un adecuado modelo de gestión para que la transición se de en dos fases: la primera sentando las bases, muchos de nuestros empleados contribuirían a gestionar esta etapa transicional y la segunda abriendo el código en las áreas de riesgo pero también en las de oportunidad.

De traje azul y corbata de calamardos, un consejero del área jurídica dio un manotazo en la mesa y refutó: Lo que estás diciendo es legalmente imposible: contradice las cláusulas de todos los contratos que hemos establecido con nuestras corporaciones hermanas para que hagan uso de la data que almacenamos en nuestros servidores. Seríamos objeto de demandas millonarias, además de que saldrían a la luz muchos manejos del destino que le damos a la privacidad de los usuarios, que aunque lo aceptaron en las letras chiquitas de las reglas de alguna de las tres redes, nos generaría un escándalo mayúsculo. Más que retirarte a disfrutar de los tuyos, pasarías el resto de tu vida tras la rejas. Acuérdate lo que le pasó a Julian Assange por una causa “justa”, comentó tras hacer una despectiva seña de comillas con cuatro dedos de las manos.

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El perturbador grabado 43 de Los caprichos de Goya titulado: “El sueño de la razón produce monstruos”, tiene una metáfora perversa en la libertad de expresión regulada por empresas que además no son del todo claras en el uso y la gestión que les dan a nuestros datos. Más allá de las bromas, que una corporación como la de MZ mande escuetos comunicados digitales a sus suscriptores con un “disculpe las molestias que esto le ocasiona”, es aterrador: Buena parte del mundo gestiona su trabajo y sus relaciones sociales a través de grandes corporaciones privadas que requieren ser reguladas y auditadas globalmente, mientras tanto soñamos con memes, nos fusionamos con pantallas y nos volvemos cada ves más huraños.