Opinión
Tres testimonios sobre Francesca Gargallo
David Gutiérrez Fuentes

Tres testimonios sobre Francesca Gargallo

Murió mi amiga Francesca Gargallo. Como a Eduardo Mosches que estuvo con ella en los días más difíciles se me fueron las palabras. La última vez que la vi fue en FIL Guadalajara en diciembre de 2018. Presentó un libro autobiográfico de Luis de la Torre que da pie a la imagen que comenta Victoria García Jolly en su testimonio. Ya habrá un mejor tiempo para escribir de la querida Fran a quien conocí hace treinta y cinco años o quizá más. Tengo una buena cantidad de imágenes, recuerdos y anécdotas que iniciaron desde que nos dábamos cita convocados por Luis de la Torre: Sagitario como ella y yo. Sigo triste. Ya saldrán las palabras. Viva, libre, solidaria y sabia así la recordamos.

Especial

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Verónica Ortiz: Francesca y la sabiduría genética

Conocí a Francesca Gargallo en los ochenta. Me la recomendaron para mis programas de educación sexual en canal once. Cuando llegó me impresionó su fuerza y su belleza física. Previamente hablamos por teléfono y quedé impactada por su inteligencia y claridad. En ese y en otros programas a los que la invité irradiaba esa lucidez que nos hacía reflexionar sobre temas como el feminismo, la igualdad de género y con el proceso de ser mujer y también de ser hombre. Francesca no excluía, revisaba estos asuntos desde todos los puntos de vista con gran inteligencia.

Siempre estudió, era muy generosa en la universidad, en sus talleres, con mujeres centroamericanas; siempre estuvo presente con elementos de reflexión sobre nuestra vida como mujeres y entes políticos. Francesca deja un hueco muy difícil de llenar. Hay pocas mujeres con esa congruencia, firmeza, voluntad y actitud frente a la vida. Me impresionó mucho saberla enferma y me dolió enormemente su partida porque hacen falta seres humanos como ella.

Recuerdo que cuando llegó por vez primera al canal once todo el mundo y te estoy hablando de los técnicos, los invitados y el público estaban conmocionados con su presencia. Tenía un manejo de libertad del cuerpo que era hermosísimo. Nada la limitaba. No había para ella barreras porque la inteligencia, el conocimiento, le permitían derribar cualquier obstáculo.

Francesca irradiaba luz, conocimiento, sabiduría. Escucharla hablar era fascinante y también te obligaba a reflexionar en lo que decía. Tenía una sabiduría de las viejas sabias mujeres, genética, diría yo; tenía una forma amorosa y generosa de convivir con el resto del mundo. Siempre bien intencionada pero también crítica, llena de vida. Para mí sigue viva.

Victoria García Jolly: Instantáneas de recuerdo y luz

Tengo una fotografía que registré en mi memoria de un día caluroso, no sé si de primavera o verano, en alguna calle de la colonia Condesa. Un auto pequeño me cedió el paso para cruzar la calle y, para mi sorpresa, el copiloto se asomó para saludarme. Era mi amigo, el pintor Guillermo Scully, quien con una sonrisa quiso saber qué hacía yo por aquellos rumbos, si mi casa estaba en la ciudad de Mérida. Enseguida me presentó a su pequeña bebé que casi sacó completa por la ventanilla. La bella Helena llevaba cubierta la cabeza con un paliacate diminuto como su mamá, quien manejaba. Así conocí a Francesca Gargallo, en un encuentro tan feliz como fortuito. Nunca fuimos amigas, pero siempre que coincidíamos en algún lugar, había algo en ella que hacía del encuentro un hecho entrañable e interesante. La última vez, tuve oportunidad de tomarle una foto de verdad en la que aparecen muy sonrientes por el reencuentro Francesca, Ricardo Chávez Castañeda y tú.

Teresa Dey: Educar en libertad

¿Cómo empezar a hablar de Francesca Gargallo en pasado, si algo en mí no acepta su partida? Me niego a pensar que ya no va a estar porque entregó tanto en cada plática, en cada clase, en cada libro, que vive en quienes tuvimos la suerte de estar cerca. Entre la conmoción, me sorprende leer la semblanza que ella hacía de sí misma: “Escritora, caminante, madre de Helena, partícipe de redes de amigas y amigos...”

Madre de Helena, dice claro. Al darle el lugar que corresponde entre sus datos biográficos, Fran le da valor a esa parte de la historia de muchas, porque en los ambientes académicos e intelectuales ese es un detalle que parece carecer de importancia, a pesar de ser algo esencial en nuestras vidas. Y subrayo esto, porque sé que Helena es la obra maestra de Francesca y no porque ella la hubiera moldeado a su antojo, sino porque la educó para ser libre y la dejó volar a su aire y armarse para estar en el mundo.

A principios de los noventa, Carmen Ros y yo solíamos tomar un taller con Francesca en el Foro Shakespeare. Una mañana, Carmen nos contó que había soñado que Fran había dado a luz una niña igualita a ella y que en el parto la habíamos asistido las dos. Francesca se rió de la ocurrencia y nos contó que no podía tener hijos porque cuando era corresponsal de guerra en Nicaragua, habían lanzado Napalm y para salvarse, se había tirado a un río y el agua estaba contaminada, lo que la había dejado estéril.

Tiempo después nos platicó que en Roma, su madre había insistido en llevarla al médico y resultó que estaba embarazada. Era una responsabilidad que podría anclarla a la forma de vivir que combatía y eso la asustaba. Con el embarazo comenzó a prepararse para compartir su vida en libertad con la niña. Desde el parto en agua y durante un largo periodo de lactancia, Helena se convirtió en su compañera de viaje. La educó en el vuelo libre. Cuando la niña apenas tenía tres años, ya había hecho rappel, nado con pingüinos en Chile, había viajado a Alemania y por supuesto a Italia, también había asistido a innumerables conferencias, presentaciones de libros y otros eventos académicos, en los que de pronto, Francesca se cubría el pecho y amamantaba a la niña, que era feliz y saludable. Las amigas que habíamos vivido una maternidad convencional, las mirábamos sorprendidas; ansiábamos ver a Helena crecida, porque para nosotras, era la mejor promesa de mujer en libertad. No quiero decir que Fran jamás se equivocara, hubo momentos difíciles, pero lo logró. Por eso ser madre de Helena es un galardón viviente.

¡Viva y libre! Decía el pendón que adornaba una de las paredes de la casona durante el velatorio. Libre de ese cuerpo que la torturaba y viva en Helena y en su obra. Francesca no está muerta, sólo se volvió infinita.

* * *Letras al pie

Ofrezco una disculpa a quien tomó esta linda foto de Francesca que he visto en varios contextos. Me hubiera gustado darle crédito. Desconozco la autoría pero si tuviera que describir cómo recuerdo a Francesca diría que igualita a como aparece aquí.