En los sistemas penitenciarios, las mujeres enfrentan múltiples formas de violencia estructural que van desde el abandono y la discriminación hasta la falta de acceso a derechos fundamentales, como la salud, la educación y la maternidad en condiciones adecuadas.
Ante este panorama, la sororidad surge como una alternativa viable para fomentar la unidad, el empoderamiento y la resiliencia entre las mujeres privadas de la libertad. Citlali Ramos Baños, profesora investigadora en el Instituto de Ciencias de la Salud (ICSa) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), señaló la importancia de visibilizar estas problemáticas y promover estrategias que reivindiquen los derechos humanos de estas mujeres.
Las condiciones de vida de las mujeres en prisión
A través de su investigación “¿Derecho o beneficio?”, Ramos Baños analizó la realidad de las mujeres en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Pachuca de Soto. Los resultados de su estudio reflejan un panorama alarmante: el 70 % de las internas no pueden ejercer su maternidad en condiciones adecuadas; el 80 % han sido víctimas de abuso sexual antes de su reclusión; y la mayoría enfrenta condiciones precarias que afectan su bienestar físico y mental.
La falta de infraestructura adecuada en los centros penitenciarios agrava la situación de las reclusas. Muchas prisiones no cuentan con espacios específicos para mujeres, lo que significa que sus necesidades particulares, como el acceso a productos de higiene femenina y atención médica especializada, no son atendidas de manera adecuada.
Además, las mujeres privadas de la libertad no solo enfrentan la sentencia judicial, también un juicio moral por parte de la sociedad, lo que agrava su situación y limita sus posibilidades de reinserción. La falta de acceso a servicios de salud adecuados, a programas educativos, de capacitación, y el aislamiento de sus redes de apoyo contribuyen a profundizar las desigualdades estructurales.
El papel de la sororidad en la reclusión
Ante este contexto adverso, la sororidad se presenta como una estrategia fundamental para la resistencia y la transformación social dentro de los centros penitenciarios, señaló la experta Garza. La sororidad, entendida como la solidaridad y apoyo mutuo entre mujeres, permite que las internas creen redes de contención emocional y apoyo práctico que las ayuden a enfrentar la violencia, la discriminación y las desigualdades.
La profesora investigadora puntualizó que el trabajo colectivo dentro de las prisiones genera que las mujeres desarrollen habilidades de liderazgo y empoderamiento. En algunos centros penitenciarios se han formado colectivos que buscan mejorar las condiciones de vida de las reclusas a través de la educación, la capacitación laboral y la defensa de sus derechos, iniciativas que han demostrado que la sororidad no solo genera bienestar emocional, también impulsa cambios concretos en la vida.
Al construir lazos de hermandad, las mujeres pueden defender de manera colectiva sus derechos, exigir mejores condiciones de vida y generar espacios de autocuidado. Este tipo de organización interna no solo mejora su bienestar emocional, también impulsa la lucha por políticas públicas más equitativas dentro del sistema penitenciario.
Un hilo invisible que las une
Además, dentro de ese contexto, la sororidad en la maternidad se refleja en la manera en que las mujeres privadas de libertad se apoyan mutuamente para sobrellevar la crianza en un entorno tan adverso. La falta de recursos, la separación familiar y las condiciones carcelarias hacen que el acompañamiento entre madres sea vital.
“Dentro de la cárcel, el valor de las cosas cambia radicalmente. Tener cinco pesos equivale a poseer una fortuna en el exterior, y compartirlos con otra mujer puede marcar una diferencia enorme en su vida y en la de su hijo. No se trata solo de dinero, sino de gestos de apoyo que trascienden las circunstancias: compartir una fruta que la familia llevó en una visita, ofrecer un pequeño alimento a un bebé que lo necesita o brindar ayuda sin esperar nada a cambio”, indicó Ramos Baños.
Aunque muchas veces se asocia la sororidad con la amistad, en entornos hostiles como las prisiones esta no es una condición esencial. Las mujeres privadas de libertad comparten una realidad común de vulnerabilidad y exclusión que, independientemente de los lazos personales, las lleva a generar redes de apoyo mutuo. En este sentido, la sororidad en prisión no se basa en afinidades emocionales, sino en la comprensión de que la unión es una herramienta fundamental para resistir la violencia estructural e institucional.
Un pacto político
Baños Ramos mencionó que, al fomentar la sororidad en estos espacios, las mujeres pueden tomar una postura activa para transformar las estructuras de poder que sostienen la desigualdad de género. Es un acto político porque implica cuestionar el sistema patriarcal, promover el empoderamiento de las mujeres y luchar por sus derechos en diferentes espacios: laborales, educativos, comunitarios y políticos.
Además, la sororidad desafía la idea de la competencia entre mujeres impuesta por la sociedad y fomenta la colaboración y el apoyo mutuo como estrategia para generar cambios estructurales. Al unirse y organizarse, las mujeres pueden impulsar leyes, políticas públicas y cambios culturales que beneficien a todas, lo que convierte la sororidad en una herramienta de lucha social y política.
Reconocer la sororidad como una herramienta de cambio dentro de los sistemas penitenciarios es clave para romper el ciclo de discriminación y abandono que enfrentan las mujeres en reclusión. Al fortalecer redes de apoyo y resistencia, se abre camino hacia una reinserción social más justa y digna. Fomentar la solidaridad entre ellas no solo mejora su calidad de vida, sino que también impulsa la transformación de un sistema de justicia más equitativo y, en última instancia, de toda la sociedad.