
Compartimos un fragmento del discurso de ingreso del médico Adolfo Martínez Palomo, con motivo de la mesa Antecedentes: el Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales, que coordinará el también colegiado el próximo jueves 8 de mayo, a las 18 h, en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX).
[La ciencia biológica] ha permitido al hombre atisbar primero, comprender después y manipular ahora los componentes de la célula para propio beneficio y mejor conocimiento del proceso de la vida. Ella nos muestra un panorama de esperanzas y peligros, de luces y de sombras, con la fatal ambivalencia del progreso: corrección de enfermedades congénitas, mejoramiento de animales y plantas mediante una ingeniería de la vida, atisbos de triunfo sobre enfermedades degenerativas en las que la medicina no ha progresado al mismo paso que en la lucha contra las demás, pero también la pesadilla de Aldous Huxley, con sus seres humanos hechos a la medida de sus tareas impuestas, los nuevos problemas éticos que afectan la esencia misma de lo humano, la Caja de Pandora, en fin, con su ignorado contenido: ¿pavoroso, admirable? Son los logros recientes de la biología celular los que nos permitirán, a lo largo de nuestros próximos cursos, realizar un viaje por el mundo de la célula, que cada día se revela más complejo; revisaremos los mecanismos íntimos que regulan la multiplicación celular y los sutiles desarreglos que son la base de la transformación cancerosa; veremos cómo se desarrollan las intrincadas relaciones entre el organismo humano y los parásitos que lo atacan, las células que intervienen en ese proceso y las moléculas que sostienen el precario balance de la salud; podremos también pasar revista a otras conquistas notables de la biología celular, como la que hace veinte años nos permitiera entrever la posibilidad de que el corazón, a más de ser la más perfecta de las bombas sea un eficiente órgano de secreción endocrina. Tiempo habrá para que éstos y otros muchos temas sean desmenuzados.
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La ciencia del Tercer Mundo
Cinco siglos atrás, un joven astrónomo hindú escribía a su padre: “En Kandhar no hay sabios, ni bibliotecas; mi entusiasmo por la contemplación de las estrellas atrae sólo la burla; en mi propia ciudad soy un triste y patético inadaptado”. En nuestro país, y hace sólo algo más de treinta años, un joven astrónomo mexicano decía al ingresar a este Colegio Nacional: “Durante los tres últimos años descubrimos en el cielo de Tonantzintla doce estrellas Novas. En el campo, en nuestros alrededores, no advertimos la aparición de un solo tractor”.
Hoy comparto con ustedes esta inquietud por justificar el papel del científico en un medio con poca, o ninguna ciencia. Usualmente el tema se deja en manos de economistas o de políticos que a pesar de su mucha ciencia o de su hábil actuación, no han vivido el difícil proceso de hacer ciencia en un país en desarrollo. Esto es lo único que he hecho durante dos décadas de vida profesional y es mi sola justificación para abordar un área normalmente vedada a sus protagonistas, a quienes la tradición obliga a limitarse a su propio quehacer. Dejaré de lado, intencionadamente, el tema de la influencia de la tecnología en el desarrollo, por ser la relación entre ambos mucho más aparente que en el caso de la ciencia.
Muchos de los países en los que surgieron las primeras civilizaciones, y con ellas, los primeros productos de la ciencia y de la tecnología, están hoy sumidos en la miseria. La injusticia que afrenta al mundo es tal que tres cuartos de los habitantes del planeta viven con sólo una quinta parte de los recursos disponibles. Más de 800 millones de seres humanos viven en gran pobreza, definida por la presencia de la desnutrición, el analfabetismo, las enfermedades transmisibles, la alta mortalidad infantil y la corta esperanza de vida. Mientras algunas naciones se liberan penosamente de la pobreza, otras, como Inglaterra, declinan, para iniciar la clase de los “nuevos pobres” de la era postindustrial. Las diferencias entre los países desarrollados del norte y los no desarrollados que habitan el sur no se deben solamente a la falta de utilización de los recursos de la ciencia y la tecnología en los últimos. Sin embargo, no cabe duda de que la virtual inexistencia de su ciencia es una de las deficiencias culturales que mantienen en el subdesarrollo a los pueblos pobres. Según algunos enterados, los países en desarrollo importan el 99.9% de los conocimientos científicos y tecnológicos que emplean.
🩺⚕️🏨 Adolfo Martínez Palomo guiará un recorrido por los orígenes y las perspectivas en la creación de instituciones cuyo objetivo es la investigación científica en #salud, la formación y la capacitación de recursos humanos calificados.
— El Colegio Nacional (@ColegioNal_mx) May 1, 2025
🔸 Jueves 8 de mayo · 18 h #entradalibre… pic.twitter.com/Qlw48F6Oyw
Este Tercer Mundo, con sus dos tercios de la población mundial, contribuye solamente con el 2% del gasto total en ciencia y tecnología. El 98 por ciento restante corre a cargo de las naciones desarrolladas, las cuales hacia mediados del siglo XIX tenían indicadores económicos no muy diferentes de los hoy considerados típicos del subdesarrollo. La inversión en ciencia, referida al porcentaje del producto nacional bruto es, en términos generales, diez veces menor en los países en desarrollo, que en los países ricos. Las estimaciones bibliométricas han revelado recientemente que todas las naciones subdesarrolladas, en conjunto, generan solamente el 2% del total de la producción científica analizada por dichas estimaciones; a su vez, las citas a todos los trabajos de esas naciones representaron también el 2% del total. Por ello, hemos resumido la situación actual al considerar que los países subdesarrollados invierten y generan el 2% del esfuerzo mundial dedicado a la ciencia.
¿Qué significa para dichos pueblos ese magro 2% de la ciencia contemporánea? ¿Podrían abandonar la ciencia sin posponer la urgente necesidad de lograr desarrollo económico y social rápido? ¿Ocurre, como algunos piensan, que los países pobres requieren de otro tipo de ciencia, diferente de la que realizan los países industrializados? Ante los requerimientos urgentes de alimentación y educación suficientes, de habitación digna, de salud y otros, más de un pragmático clamaría: ¿Por qué no tomar de fuera las innovaciones? Algunas de estas innovaciones han contribuido a mejorar las condiciones de vida en los países en desarrollo al lograr la reducción en la mortalidad infantil, el control de ciertas enfermedades infecciosas, y el aumento de la vida media de las poblaciones; pero al mismo tiempo han contribuido a la explosión demográfica, que perpetúa el subdesarrollo. Hasta ahora, pues, parece válido considerar que la ciencia no ha permitido a los países pobres, en conjunto, modificar su condición de subdesarrollo, si bien ejemplos aislados muestran cómo la ciencia puede mejorar la producción agrícola, o bien elevar el nivel de salud de ciertos pueblos pobres. Es tal vez pronto para juzgar los efectos de la ciencia sobre el desarrollo del Tercer Mundo, sobre todo si se considera lo reciente de la ciencia como actividad socialmente institucionalizada.
No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se inició la promoción social del hombre de ciencia al instalar los grandes estados europeos institutos científicos en Inglaterra, por la reina Victoria, en Francia por el Segundo Imperio y posteriormente en Alemania por el imperio proclamado en Versalles. La ciencia se reveló poco a poco como factor de evolución económica en Europa, con objetivos precisos para ganar una guerra o para constituir una sociedad en una forma definida [...]; la química fue la primera de las ciencias que se benefició de esta ayuda. Mientras tanto, en Estados Unidos, un inmenso territorio que poseía innumerables riquezas naturales era campo propicio para el uso de fuentes de recursos fácilmente explotables, por lo que se recurría a tomar del extranjero los conocimientos teóricos...
