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La antigua amistad mutualista entre acacias y hormigas es tan fuerte que su coevolución ha definido sus preferencias ambientales para vivir

Acacias y Hormigas: cuando la amistad pesa más que la familia

Hormigas. Hormiga Pseudomyrmex ferrugineus patrullando su planta hospedera. (Juan David Sánchez-Rodríguez)

Imagina que caminas por un paisaje cálido, quizás en alguna región de México o Centroamérica, y te encuentras con un árbol espinoso de apariencia ruda: se trata, posiblemente de una acacia, conocidas comúnmente como cornizuelos (género Vachellia). A simple vista, podría parecer un arbusto más, defendiéndose con sus grandes espinas. Pero si te acercas con cuidado, es posible que descubras a sus diminutos pero feroces habitantes: cientos, quizás miles, de hormigas (del grupo Pseudomyrmex ferrugineus) patrullando incansablemente sus ramas y hojas. Estas hormigas no son visitantes casuales; son las legítimas dueñas de casa, y su relación con las acacias es una de las historias de cooperación más asombrosas y antiguas que nos ofrece la naturaleza, y por esto son conocidas comúnmente como las hormigas de las acacias. Es una alianza forjada por el tiempo, siendo ya compañeras de vida por millones de años.

Un pacto milenario de beneficios mutuos

Esta relación es un ejemplo de libro de texto de lo que llamamos mutualismo: un pacto donde ambos socios salen ganando. Las acacias ofrecen a las hormigas un hogar seguro dentro de sus grandes espinas hinchadas que las reinas perforan y ahuecan cuando colonizan a nuevas plántulas, donde inician la cría de sus larvas. La colonia crece al mismo ritmo que su planta hospedera. Además, las acacias le ofrecen alimento en diferentes presentaciones, en forma de néctar con abundantes azúcares y aminoácidos, producido fuera de las flores en estructuras especiales en las hojas, llamados nectarios extraflorales, y pequeños paquetes nutritivos ricos en azucares (en forma de glucógeno), lípidos y proteínas que se encuentran en las puntas de las hojas, llamados cuerpos de Belt.

A cambio de esta generosa hospitalidad, las hormigas se convierten en un ejército privado increíblemente eficaz. Patrullan la planta día y noche, atacando ferozmente a cualquier herbívoro que intente comerse las hojas de las acacias y podando cualquier planta competidora que se atreva a crecer demasiado cerca. Además, se sabe que su patrullaje constante sobre las hojas previene el crecimiento de patógenos. ¡Son guardaespaldas, enfermeras y jardineras a la vez!

Esta no es una amistad cualquiera ni una que surgió ayer, es una relación tan íntima y antigua que los científicos las llamamos relaciones coevolutivas: un proceso donde la acacia y la hormiga han influido la una en la evolución de la otra a lo largo de millones de años. Han danzado juntas en el tiempo evolutivo, moldeándose mutuamente como compañeras obligadas de vida. Pero, ¿hasta dónde llega esa influencia mutua? ¿esta relación tan estrecha ha afectado no solo sus morfología y comportamientos, sino también los ambientes donde pueden vivir?

Hormigas. Vachellia cornigera y los diferentes recursos que ofrece a sus hormigas. (Juan David Sánchez-Rodríguez)

¿En qué clima vives? La pregunta por el nicho ecológico

Todos los seres vivos tienen un conjunto de condiciones ambientales donde pueden sobrevivir, crecer y reproducirse: necesitan cierta temperatura, humedad, tipo de suelo, etc. Este conjunto de condiciones y recursos que definen el “hogar” de una especie es lo que de manera general llamamos su nicho ecológico. Es como su ambiente y su estilo de vida que les gusta en la naturaleza.

Una idea reciente y ahora común en biología es el “Conservadurismo Filogenético del Nicho”. Suena complicado, pero la idea es simple: se espera que las especies emparentadas (como hermanas o primas en el árbol evolutivo de la vida) tiendan a tener nichos ecológicos similares, conservando las preferencias ambientales de sus ancestros. Como si los miembros de una misma familia prefirieran vivir en climas parecidos. Hace un par de años iniciamos una investigación donde nos preguntamos: ¿Se cumple la idea de preferencia de climas en el caso de las acacias y sus hormigas? Y, sobre todo, ¿cómo ha afectado su larga historia de mutualismo y coevolución a sus nichos ecológicos? ¿esta historia ha hecho que sus “hogares” se parezcan más entre sí?

Hormigas. Vachellia cornigera en su hábitat común. (Juan David Sánchez-Rodríguez)

Cuando pesa más la amistad que el parentesco

Para responder a estas preguntas, estudiamos los nichos ecológicos de varias especies de acacias y de sus hormigas guardianas. Analizamos dónde viven actualmente y usamos modelos para entender cómo han evolucionado esas preferencias ambientales.

Y aquí vino la sorpresa: no encontramos evidencia de ese esperado conservadurismo filogenético del nicho, ni en el grupo de las acacias ni en el de las hormigas que estudiamos. Es decir, las especies emparentadas dentro de cada grupo no tenían nichos tan similares, parecía que su historia familiar no era el factor principal que dicta dónde prefieren vivir.

Pero entonces, ¿qué es? La respuesta apareció al comparar directamente los nichos de las especies que sí interactúan; es decir, las acacias y sus hormigas compañeras específicas. ¡Ahí sí encontramos algo notable! Vimos que los nichos ecológicos de las parejas de especies que interactúan son significativamente más similares entre sí que los nichos de especies que no interactúan directamente. Es como si, al establecer su pacto de cooperación, las acacias y sus hormigas hubieran “negociado” también vivir en lugares con condiciones ambientales muy parecidas. Su necesidad de estar juntas, su coevolución, parece haber “arrastrado” sus nichos ecológicos también para que se superpongan mucho más. La interacción mutua se volvió una fuerza evolutiva más potente para definir su hogar que su propia herencia familiar.

La danza de vivir juntos

¿Qué nos dice todo esto? Que la vieja y fuerte relación entre las acacias y sus hormigas no solo ha moldeado sus espinas, su néctar o la agresividad de las hormigas. También ha influido profundamente en algo tan fundamental como su nicho ecológico; es decir, en qué clima prefieren vivir. La coevolución, esa danza conjunta a través del tiempo, ha sido tan poderosa que ha hecho que los requerimientos ambientales de estos socios sean similares, superando la tendencia a heredar el nicho de los ancestros.

Este hallazgo es importante porque nos recuerda que no debemos asumir automáticamente que los nichos siempre se conservan en los grupos evolutivos emparentados. Las interacciones ecológicas, especialmente las que son tan fuertes y antiguas como este mutualismo de las acacias y sus hormigas, pueden ser motores potentísimos de la evolución ecológica, redefiniendo las reglas del juego y demostrando cómo la cooperación puede literalmente dar forma a las preferencias ambientales de las especies.

Así que, la próxima vez que pienses en estas acacias y sus hormigas, recuerda que su lazo “inseparable”, forjado durante millones de años, no es solo una curiosidad de la naturaleza. Es una fuerza evolutiva tangible que ha definido no solo quiénes son, sino también dónde ambas pueden llamar “hogar”.

*Red de Biología Evolutiva, Instituto de Ecología A.C.

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