
Hace 40 años la UNAM y la comunidad universitaria destacaron por la respuesta con acciones de ayuda en las más diversas aristas de la crisis ocasionada por el terremoto que azotó a México el 19 de septiembre de 1985. Con el entonces rector Jorge Carpizo MacGregor, la comunidad universitaria se movilizó para rescatar personas, evaluar daños y brindar asistencia médica, psicológica y logística, entre otras muchas acciones.
A través de sus diversas facultades, personal de investigación, académicos, estudiantes y trabajadores formaron parte en la evaluación de daños, búsqueda de sobrevivientes, brigadas de apoyo de alimentos y servicios sanitarios, así como en la reconstrucción del entonces Distrito Federal, señala la institución a través de un comunicado.
Sri Krishna Singh, investigador emérito del Instituto de Geofísica (IGEF) de la UNAM, apunta que después de ocurrido el terremoto, colegas académicos, autoridades federales y locales se dirigieron a esta entidad universitaria para conocer lo que había sucedido.
Como sismólogos nuestra preocupación era tener con certeza la información básica, pero era difícil recabarla, describió el ingeniero de minas, maestro y doctor en Geofísica nacido en la India, avecindado en México y con trabajo en la UNAM desde la década de 1970.
“Entonces no había información en tiempo real, datos digitales ni sismógrafos modernos. Además, el número de profesionales de la sismología era limitado. Me di cuenta de que teníamos grandes deficiencias en el país”, comenta.
A inicios de la década de los 80 Singh había elaborado un mapeo de los grandes temblores de México. “Teníamos pocos sismógrafos, además de que la red de estos equipos era vieja, menciona”.
En 1985 el II había instalado una red de acelerógrafos en la costa del Pacífico. Esos instrumentos contribuyeron a entender el temblor y saber el movimiento del terreno. Una sorpresa fue que el sismo ocurrió cerca de Caleta de Campos, un lugar de Michoacán donde los científicos tenían una de las estaciones.
“Un temblor de magnitud 8.1 tan cerca nunca se había registrado. No sabíamos qué esperar justo arriba del epicentro de un gran sismo. Y resultó que la aceleración era bajísima, una gran sorpresa. Otra cosa importante que supimos es que las ondas se amplifican en el Valle de México, en la zona donde estuvo el lago. De ahí la causa del desastre en la capital del país, especialmente en la zona centro”, indica.
A decir del científico, el movimiento telúrico de 1985 representa un antes y un después en la sismología mexicana. A partir de esos días hubo peticiones para más equipos, mayor cantidad de dinero de parte del gobierno y, de esta manera, lentamente las cosas comenzaron a fluir. Necesitábamos entender los temblores, cómo y donde ocurren, así como detalles técnicos.
Este acontecimiento despertó vocaciones hacia la sismología. Aumentó el número de estudiantes y también las plazas de investigación. Se conformó en la UNAM un grupo de sismología más fuerte, y algo maravilloso fue la colaboración con el Instituto de Ingeniería, con quien compartíamos datos para diferentes investigaciones, detalla.
En aquel momento, prosigue Singh, había seis o siete aparatos de sismología y hoy hay más de 100. “Es otro mundo, ahora estamos casi en la frontera del conocimiento en esta área”.
La UNAM contaba con aproximadamente 10 especialistas en sismología, y otros cinco o seis en otras instituciones de la nación. Ahora en esta casa de estudios somos 20, se duplicó el número de especialistas en el IGEF, pero aún faltan más para interpretar y analizar la cantidad de datos que tenemos en un país sísmico; actualmente hay información de acceso abierto que se comparte entre diversos especialistas del mundo, acota.

PSICOLOGÍA.
Con 58 años como profesor de la Facultad de Psicología, Benjamín Domínguez Trejo recuerda cuando se dirigió al Centro de Servicios Psicológicos “Dr. Guillermo Dávila” de esa entidad académica, donde un grupo de colegas, encabezadas por Josette Benavides Tourres, fundadora de dicho espacio, se habían organizado para visitar hospitales.
Los primeros días después del terremoto casi dormíamos en la Facultad; el trabajo fue improvisado, pues teníamos experiencia en atender a personas de manera presencial o por teléfono, pero en condiciones que no eran de emergencia.
En tanto la comunidad de la Facultad de Medicina asistía a heridos y damnificados, incluso para rehabilitación. La mayoría de las terapeutas tenían formación psicoanalítica e intentaban conversar con las personas, pero estas casi no podían hablar y se concentraban en buscar a familiares y acompañarlos en el hospital.
Entonces se hablaba de crisis psicológica: llanto incontrolable, insomnio y miedo intenso. Hoy en día sabemos que esto se llama síndrome de estrés postraumático y que tiene más características como sobresaltos, deseos de huir y repetición en la mente de escenas traumáticas de manera involuntaria.
CONSTRUCCIÓN.
Sergio Alcocer Martínez de Castro, investigador y exdirector del Instituto de Ingeniería (II), era entonces estudiante. “En los siguientes días se formaron brigadas de investigadores y alumnos para visitar edificios. Me sumé a ellas, participé desde el 20 y 21 de septiembre. De hecho, estaba en una brigada la noche del 21, cuando hubo una réplica importante”, recuerda.
El también exsecretario General de la UNAM y actualmente coordinador de las propuestas universitarias para actualizar el reglamento de construcción, narra:
Fue un evento que nos tomó desprevenidos, no estábamos preparados para evaluar una gran cantidad de edificios dañados y establecer un control de los que colapsaron. Me sumé a las brigadas de expertos internacionales que llegaron, destacadamente de Japón y también de Estados Unidos e Italia, quienes venían a conocer y estudiar datos del temblor. Nosotros les dábamos información y aprendíamos de lo que nos explicaban.
Alcocer Martínez de Castro señala que de manera improvisada Luis Esteva Maraboto, entonces director del II (quien fue el primero en realizar mapas de riesgo sísmico) junto con Roberto Melli Piralla, subdirector de esa entidad, organizaron un Comité Asesor en Seguridad Estructural que estuvo sesionando cada tercer día, a partir de septiembre.
“Recibían información y decidían si se establecían normas de emergencia, porque era necesario reconstruir y reparar los edificios y eventualmente modificar las normas y el reglamento de construcción”.
Con ayuda del gobierno de Japón -puntualiza- se formularon nuevas normas en 1997 y 2004, a partir de lo sucedido en 1985. En 1994 o 1995 la empresa japonesa Kajima Corporation (una de las constructoras más antiguas del país nipón), gracias a un concurso que ganó la UNAM, donó al Instituto una mesa vibradora, equipo de simulación de temblores que superaba a la que teníamos de la década de 1970.
Este instrumento se ha constituido en el más avanzado de simulación de temblores y ha permitido ensayar estructuras de concreto, mampostería y sistemas de aislamiento.