
La UNAM ha sido motor de la investigación científica y en ingeniería en torno a sismos y otros fenómenos naturales en México, afirma el investigador emérito y exdirector del Instituto de Geofísica (IGEF), Gerardo Suárez Reynoso.
De los sismógrafos “Wiechert” -de fabricación alemana que comenzaron a funcionar el 5 de septiembre de 1910 en la estación Tacubaya del Servicio Sismológico Naciona (SSN)-, a actualmente efectuar modelado de terremotos en supercomputadoras son muestra clara de que “la Universidad siempre ha atendido su responsabilidad nacional”, enfatiza.
El SSN a cargo de la UNAM a partir de 1929 y adscrito al IGEF desde 1948, ha avanzado a ritmo más rápido a partir del terremoto de 1985.
De ese año hacia adelante su papel de liderazgo ha sido fundamental para investigar, entender y tipificar lo que ocurrió el 19 y 20 de septiembre, al igual que para la creación, en 1988, del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) en colaboración con la Agencia de Cooperación Internacional de Japón y la Secretaría de Gobernación; y establecer el Sistema de Alerta Sísmica Mexicana.
Queremos entender los sismos a partir del punto de vista científico, y la “Universidad puede estar orgullosa de tener grupos de investigación de muy alta calidad y con reconocimiento internacional”. Pero también tiene la responsabilidad de dar la mejor información a los tomadores de decisiones, añade el también excoordinador de la Investigación Científica de la UNAM.
A su vez, el coordinador de Ingeniería Sismológica del Instituto de Ingeniería (II), Leonardo Ramírez Guzmán, refiere que a partir de entonces hemos aprendido mucho tanto de la gestión como del rubro científico y técnico de los sismos. Hoy se cuenta con reglamentos de construcción adecuados y nuevas generaciones de expertos se capacitan e incorporan a la incansable labor de investigación.
Sin embargo, por su complejidad, los temblores aún no se pueden predecir y lo mejor que podemos hacer es prepararnos con infraestructura y ciudades menos vulnerables, para que cuando se produzca uno de gran magnitud no tengamos afectaciones catastróficas como las de hace cuatro décadas, considera el universitario.
México, a través de la UNAM y la estrecha cooperación que siempre han tenido el II y el IGEF, ha sido punta de lanza en el área de investigación, por ejemplo en ingeniería sísmica con el desarrollo de técnicas o metodologías para la construcción de edificios más seguros, y mediante destacados personajes, como Emilio Rosenblueth.
PUNTO DE QUIEBRE.
1985 fue un parteaguas en todos los sentidos. Antes de esa fecha, precisa Suárez Reynoso, la instrumentación sismológica en el país era reducida: “no estábamos preparados y tampoco entendíamos bien cómo se comportaban los suelos de la Ciudad de México”. No había información para localizar el sismo o determinar su magnitud; se carecía de algún registro porque las comunicaciones se colapsaron. El único sismograma del evento se obtuvo en Pinotepa, Oaxaca.
Los registros de la vibración del Valle de México fueron “una enorme sorpresa para todo el mundo”. Esa oscilación continua y tan larga no se conocía, incluso se dudó si los instrumentos funcionaban bien.
Un grupo de expertos japoneses llegó a trabajar con nosotros para entender mejor el comportamiento (“como de gelatina”) del suelo, resultado de que la capital del país se asienta en terrenos blandos que, en el pasado, fueron un lago.
Los nipones propusieron la construcción del CENAPRED en la UNAM, la cual ha fungido como enlace entre la investigación y la actividad gubernamental de prevención y remediación de desastres, detalla el integrante del Comité de Peligros por Fenómenos Naturales de esa instancia.
A diferencia de hace cuatro décadas, en la actualidad, con el uso de sensores digitales y más sensibles, y en especial de comunicación vía satélite más confiable, el SSN -que el 5 de septiembre cumplió 115 años, luego de empezar operaciones en 1910 en la estación central de Tacubaya- puede informar, en cuestión de minutos, dónde se localiza el epicentro y la magnitud.
En aquella época, recuerda el científico, me acababa de integrar al IGEF; éramos cuatro sismólogos y uno de ellos estaba encargado del SSN. Era necesario crecer y se hizo un gran esfuerzo para contratar gente que ayudara a mejorar la instrumentación y realizar investigación.
El entonces Departamento de Sismología y Vulcanología se dividió, y también dio lugar a la creación del actual Instituto de Geociencias, en Juriquilla, donde se integraron expertos del Instituto de Geología. Hoy en día la UNAM tiene además una Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra.
Leonardo Ramírez rememora que desde 1982 se había instalado una red de instrumentos para monitorear la “brecha de Guerrero” a cargo del II y las universidades de San Diego y Nevada, a través de la cooperación entre el entonces Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y la National Science Foundation de Estados Unidos.
Con acelerógrafos de tecnología de punta en su momento (el último de ellos colocado un mes antes del terremoto) se pudo registrar el evento en su totalidad. “Fue la primera ocasión que se grabó un sismo de esa magnitud, 8.1, a esa cercanía”, y los datos sirvieron para infinidad de publicaciones científicas.
Después de 1985, gracias a esa coordinación, se detonó un programa para que estudiantes de la UNAM cursaran su doctorado en la Unión Americana, relata el universitario.
Mientras, en el II se estableció, en 1997, una nueva mesa vibradora para probar la resistencia de equipos e inmuebles durante sismos de gran intensidad. También hubo un salto en la formación de ingenieros civiles, estructuristas y geotecnistas, así como de sismólogos. Y comenzaron a crecer nuevos polos de investigación en otras instituciones del país, con la Universidad Nacional como referente, recalca Ramírez Guzmán.
En cuanto al reglamento de construcciones, menciona que, aun cuando en la Ciudad de México existe desde 1921, sus primeros cambios importantes vinieron a partir de un gran temblor, el de 1957, y otros todavía más relevantes después de 1985.
Se corrigieron detalles en el uso del concreto y la mampostería, por ejemplo. Las actualizaciones, a cargo del Instituto para la Seguridad de las Construcciones de la Ciudad de México, continúan con la participación de los expertos de la UNAM: “formo parte de uno de los subcomités encargados de la revisión de la norma”, resalta Leonardo Ramírez.
Actualmente, los ingenieros universitarios cuentan con sistemas para informar a distintas autoridades las estimaciones de pérdidas (incluyendo humanas) después de un sismo destacado. En ese sentido, se enlistaron las presas que debían revisarse por parte de la Comisión Nacional del Agua luego de los acontecimientos de 2017, lo cual ocurrió de inmediato.
Además, la capital de la República mexicana se ha constituido en una de las urbes más instrumentadas del mundo, casi tanto como Tokio o Los Ángeles, después de que se conjuntaron todas las redes existentes hasta sumar cerca de 200 equipos, asevera el experto.

CONOCIMIENTO IMPARABLE.
Gerardo Suárez indica que en la brecha de Guerrero –donde no se registra ningún terremoto de gran magnitud desde 1911– se han colocado diversos instrumentos que complementen la red del SSN.
Recientemente, en la sismología mundial se conoce la existencia de sismos lentos, pero todavía no se entiende la relación que guardan con los rápidos -los que hacen daño-, ni si liberan energía o no de las placas tectónicas, en las cuales también se ha descubierto la ocurrencia de los llamados tremores (vibraciones). Investigadores del IGEF estudian esos fenómenos.
De acuerdo con Leonardo Ramírez, en la actualidad se desarrolla la tercera fase de un gran proyecto con el apoyo del gobierno federal: la ampliación de la red sísmica, sobre todo en el norte del territorio nacional, mediante la cual el II establecerá 20 equipos, ocho este año, con la meta de generar mapas de intensidad que indiquen en códigos de color “qué tan fuerte” se sintió un sismo en cada zona para enviar esa información a las autoridades.
Se tiene planeado elaborar una tomografía de detalle debido a la microsismicidad en Mixcoac. Con la instalación de geófonos se densificará el monitoreo y se pormenorizará la estructura del subsuelo (algo similar a un ultrasonido). Una vez concluidos los estudios en esa zona, se realizarán en toda la metrópoli trabajos similares para determinar fallas; y después se puede replicar en otros sitios del país. También se labora en una guía para recomendaciones a la población.
A partir de 2026 se llevará a cabo el modelado de terremotos en la que será la supercomputadora con mayor capacidad de la Universidad. “El nuevo clúster que estamos construyendo, con equipo más avanzado, es el Rosenblueth II”; ahí se simularán, por ejemplo, sismos que se generan por la subducción de placas tectónicas y cómo llegan a la Ciudad de México.
UNAM solidaria
Ante la tragedia de 1985 estudiantes, personal académico y trabajadores de la Universidad de la nación colaboraron en diversas actividades: atención médica; distribución de medicamentos, víveres y ropa; salvamento de personas atrapadas; traslado e incineración de cadáveres; recolección de sangre y plasma; o fumigaciones, por ejemplo.
Se brindó tratamiento psicológico y psiquiátrico, inspección y dictaminación de inmuebles; los universitarios sirvieron de enlace entre damnificados e instituciones de asistencia social, familiares y amigos. Se realizaron análisis bacteriológicos para el control de la calidad del agua y alimentos perecederos; el cuerpo de bomberos atendió fugas de gas y prevención de incendios.
También intervinieron los historiadores del arte porque el patrimonio cultural se dañó; mientras que los químicofarmacobiólogos laboraron en diferentes hospitales de urgencia en la tipificación de sangre para los heridos; y se puso a disposición un sistema computarizado de información sobre personas alojadas en albergues, así como hospitalizadas o desaparecidas, según consignó Gaceta UNAM en su número del 26 de septiembre de 1985.
Lo mismo ocurrió en 2017 (y después, ante otros fenómenos naturales, como huracanes). Frente a la emergencia y la destrucción causada, una vez más por un sismo el 19 de septiembre, la Universidad Nacional respondió con el conocimiento de sus expertos y las herramientas científicas y tecnológicas con que cuenta.
Asimismo, miles de universitarios acudieron al Estadio Olímpico Universitario para abrir uno de los centros de acopio más grandes y concurridos. El resultado fue la recepción, organización y distribución efectiva de más de mil toneladas de víveres trasladadas a 95 poblaciones afectadas.
Se conformaron brigadas de ayuda: cuerpo de bomberos, cuadrillas de arquitectos e ingenieros, revisoras de inmuebles; grupos de médicos, psicólogos, abogados, trabajadores sociales y hasta de esparcimiento cultural en albergues, organizados por prácticamente todas las instancias universitarias. Los binomios de la Unidad Canina de Búsqueda y Rescate de Personas, creada en 1986, también entraron en acción.