
La mañana del 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México dejó de ser la misma, pues un terremoto de magnitud 8.1, con epicentro en la costa de Michoacán, sacudió el centro del país y desmoronó no sólo estructuras físicas, sino certezas históricas, institucionales y sociales.
En menos de dos minutos, el corazón urbano se convirtió en zona de desastre y, de acuerdo con cifras oficiales, más de 10 mil personas fallecieron, aunque otras estimaciones superan los 20,000, al menos 30,000 resultaron heridas y más de 100,000 quedaron sin hogar; se contabilizaron 416 edificios colapsados o con daño severo en la zona metropolitana, entre ellos hospitales, viviendas y escuelas emblemáticas como el Hospital Juárez y el multifamiliar Benito Juárez.
Ese sismo marcó generaciones, pues no distinguió barrios ni condiciones sociales; su impacto fue especialmente devastador en la zona lacustre, donde el suelo amplificó el movimiento hasta diez veces más que en terrenos firmes y muchas personas murieron mientras dormían y otras sobrevivieron atrapadas durante horas o días entre escombros, alimentadas solo por la esperanza.
El glosario popular ha nombrado a dicho mes como “septiemble”, quizá por una presunta recurrencia del fenómeno tectónico, algo que desmiente Raúl Valenzuela Wong, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM.
El jueves 19 de septiembre de 1985, además de la gran tragedia y la muy lamentable pérdida de vidas y de los daños materiales que ocasionó, también contribuyó de cierta forma a fortalecer mitos y creencias en torno a los sismos y las causas que los propician, ideas no fundamentadas científicamente y transmitidas de boca en boca durante generaciones, desde hace cuatro décadas, las cuales, en México, toman fuerza durante el noveno mes del año.
Según la vox populli, tradicional, ahora mayormente esparcida por medios digitales, algunas situaciones sin que la ciencia les dé sustento derivan presuntamente en movimientos telúricos, como: la entonación en las fiestas patrias del fragmento “y retiemble en sus centros las Tierra…”; el ascendente calor; la temporada de lluvias; hasta una presunta “ley de atracción” o cómo el poder del pensamiento atrae esos acontecimientos.
Son sucesos que se producen a decenas de kilómetros de profundidad por debajo de la tierra, y realmente el efecto del calor, del frío o de la lluvia no inciden para generar algún movimiento telúrico, señala en entrevista Valenzuela Wong.
Otras de las creencias en México es que son producto de un “castigo divino”, o quizá de los continuos simulacros con los que se ha fortalecido la cultura de la protección civil; o más aún, que existen “señales de predicción” como “nubes aborregadas”, cielo rojo, o la conducta en ciertos animales como los perros domésticos.
Es importante mencionar también que la Ciudad de México y el país son zonas sísmicamente activas, y la posibilidad de que acontezca uno importante está presente en cualquier momento, y no limitada a determinado mes, independientemente de los numerosos ejemplos recientes que podamos tener en dicho periodo, precisa.
La era digital trajo consigo el reforzamiento de ciertas creencias alejadas del rigor científico, como las predicciones viralizadas de una o un “vidente”; o la presunta periodicidad que indica que cada 30 años sucede un terremoto. Claramente, alerta el especialista en Sismología, a los temblores ocurridos en septiembre en los últimos 40 años, la gente asocia al mes con estos acontecimientos naturales.
Sin embargo, es importante mencionar que otros significativos -no tanto por la destrucción o los decesos ocasionados- se presentaron en febrero de 2018, junio de 2020, incluso de magnitud 7 o más, acota el universitario.
Valenzuela Wong recuerda que si nos remitimos a la historia encontraremos que el denominado “sismo del Ángel”, aquel que derribó parte de la columna de la Independencia en 1957, fue en julio; hubo otro en marzo de 1979, que algunos han llamado el “sismo de la Ibero” porque en ese entonces la Universidad Iberoamericana estaba construida en la colonia Campestre Churubusco.
En la actualidad, dice el investigador, tenemos mediciones con GPS, si las realizáramos en los lugares adecuados, contáramos con suficientes instrumentos de este tipo y tuviéramos estos datos disponibles en tiempo real y monitorearlos de manera continua, probablemente nos pudieran permitir realizar un pronóstico, que no hemos podido lograr. Sin embargo, no deja de ser un fenómeno complejo y difícil de estudiar.
SENSIBILIDAD PERRUNA.
Sobre la creencia popular de que animales como los perros podrían predecir o alertar sobre un movimiento telúrico, el titular de la Unidad de Búsqueda y Rescate K9 de la UNAM, Julio Velázquez Rodríguez, explica:
Existen estudios que aseguran tienen ese aspecto sensorial -que no creo que sea mágico-, lo cual forma parte de su sensibilidad auditiva mediante la que perciben el proceso del movimiento de la Tierra, pero me parece que, de manera limitada; es decir, no creo que haya demasiada posibilidad de que lo hagan con antelación. Son características que todavía no se exploran con mayor rigor científico, manifiesta.
Julio Velázquez relata que inició su cercanía con los cuadrúpedos hace 40 años, en la modalidad de estructura o de conformación, las cuales muestran su belleza, o sea su conducta y estética; a partir de 1996 realiza trabajos de rescate en la UNAM.
Por otra parte, el experto señala que, entre más información precisa tengamos, menos mitos y creencias habrá.
“Tenemos arraigada esa costumbre de pensar en situaciones esotéricas, o de creencias populares, esto no es benéfico para la sociedad ni para una adecuada preparación ante un sismo. La prevención no solamente tiene que venir de las estructuras de institucionales o de gobierno, sino de manera personal”.