
En una cálida tarde del año 399 a.C., al interior de una pequeña celda de Atenas, un anciano de mirada serena sostuvo entre sus manos una copa que contenía un líquido turbio. No era vino, ni brebaje místico: era cicuta. Con la quietud de un hombre que había hecho de la verdad su oficio y de la coherencia su morada, Sócrates la bebió, consciente de que ese veneno extraído de una planta común que crecía en los prados y caminos sellaría su sentencia de muerte. Así, la cicuta venenosa (Conium maculatum) pasó de ser una hierba silvestre a convertirse en símbolo histórico de la tensión entre el pensamiento libre y el poder establecido, pues en la antigua Grecia, la pena de muerte se ejecutaba con la cicuta, no por crueldad, sino por una idea de “partida limpia”: sin desgarro físico, sin espectáculo sangriento.
Originaria de Europa y del norte de África, esta planta viajaría con el tiempo más lejos que las legiones romanas o las rutas comerciales medievales. Llegó a América y se adaptó a nuevos suelos y climas, hasta establecerse de manera natural en rincones de México. Hoy forma parte de nuestros paisajes, aunque conserve el mismo potencial tóxico que un día apagó la voz del filósofo más virtuoso de la historia.
Veneno y ciencia
Para los botánicos, la cicuta, perteneciente a la familia Apiaceae, la misma del perejil y la zanahoria, solo que Conium maculatum esconde su poder letal en compuestos llamados alcaloides piperidínicos, entre ellos la coniina, que actúan como potentes neurotoxinas. La ingestión de sus hojas, tallos o semillas puede provocar desde temblores y debilidad hasta una parálisis ascendente que termina por detener la respiración. Este mecanismo, descrito con precisión por la medicina moderna, coincide con las crónicas de la muerte de Sócrates: un adormecimiento que subió lentamente desde sus pies hasta su corazón.
Pero no todo en su historia es tragedia. La cicuta, por su biología y distribución, es también un fascinante objeto de estudio para la botánica, la toxicología y la ecología.

La cicuta en América
Aunque su historia se remonta a la Grecia clásica, la cicuta sigue presente hoy en día y continúa llamando la atención de los científicos por su propagación y toxicidad. En México, esta planta se encuentra en al menos 11 estados, desde tierras bajas cercanas al mar hasta zonas de montaña por encima de los 4,000 metros. Esta amplia distribución altitudinal refleja no solo su notable capacidad de adaptación, sino también su condición de especie naturalizada con un potencial de dispersión que merece vigilancia.
En otra parte del continente, en Estados Unidos, la cicuta también se ha establecido en la mayoría de los estados, donde su presencia ha generado riesgos asociados a su consumo. Más allá de su distribución geográfica, esta planta ha despertado interés en la medicina debido a los casos de intoxicación que pueden presentarse al ingerir sus hojas, tallos o semillas, los cuales provocan síntomas que van desde temblores y debilidad hasta parálisis, requiriendo atención médica especializada.
Una planta con historia
La cicuta venenosa no es solo una amenaza silenciosa en el campo; también representa un puente entre mundos: la filosofía que cuestiona, la historia que enseña y la ciencia que explica. En la Atenas clásica fue un instrumento de represión; en la Europa medieval, un recurso de herbolarios y curanderos; y en la modernidad, un caso de estudio que permite comprender cómo la naturaleza produce compuestos capaces de alterar profundamente la vida humana.
Hoy, verla crecer en un rincón del campo mexicano puede despertar dos sentimientos: respeto, por su poder y su historia, y curiosidad, por lo que revela sobre la forma en que las especies viajan, se adaptan e integran a nuevos ecosistemas. Estudiarla es también una forma de recordar que, así como una planta puede matar, también puede contar historias que cruzan siglos y continentes.
Porque quizá, al final, la cicuta nos recuerda que no solo las ideas tienen el poder de cambiar el rumbo de la historia… a veces, hasta una flor silvestre puede hacerlo también.
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1Secretaría Académica, 2Biblioteca “Arturo Gómez Pompa”. INECOL