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Hacia una agenda bioeconómica para afrontar el cambio climático

Los economistas y la teoría dominante se concentran principalmente sobre los precios y las cantidades, pero no consideran la disponibilidad energética y material para la generación de mercancías

voces de la uam

El punto clave de una agenda bioeconómica es ampliar el horizonte de acción e integrar en las responsabilidades ambientales a las empresas cuya afectación ambiental es severa.

El punto clave de una agenda bioeconómica es ampliar el horizonte de acción e integrar en las responsabilidades ambientales a las empresas cuya afectación ambiental es severa.

La crisis ambiental exige una restructuración profunda de la infraestructura productiva, los hábitos de producción y consumo con el fin de mitigar los efectos del cambio climático. Dentro de las distintas opciones para reducir la dependencia de los insumos fósiles y construir una nueva lógica de consumo y producción se encuentra la bioeconomía.

Este concepto fue acuñado por el economista Nicholas Georgescu-Roegen (1975). Con éste, se busca identificar y reconocer el carácter biológico del proceso económico, es decir, establecer la dependencia energética de los ciclos productivos. Esta visión del economista rumano rodea sus principales obras, la más importante, “The Entropy Law and Economic Process” (1971), al señalar que los economistas y la teoría dominante se concentran principalmente sobre los precios y las cantidades, pero no consideran la disponibilidad energética y material para la generación de mercancías.

A pesar de ser evidente este fenómeno, la teoría dominante en la disciplina lejos se encuentra, en su construcción teórica, de integrar las relaciones economía-sociedad-naturaleza y aún más lejos de vincular los balances energéticos y materiales dentro de la dinámica económica.

El ser humano en el afán de expandir sus límites energéticos, de acuerdo con el autor, superó sus límites endosomáticos (es decir, sus extremidades como brazos y piernas) y creó una estructura exosomática (herramientas y tecnologías) que le permitió extraer más energía de la cual sus capacidades físicas le hubieran permitido. La expansión de las fuerzas productivas y los elementos exosomáticos nos han conducido a la crisis ambiental y climática presente.

Desde la perspectiva bioeconómica y “adelantándose” a la inevitable crisis, Roegen (1975) establece los principios esenciales para una agenda de acción bioeconómica en busca de replantear los ciclos económicos a la luz de los límites energéticos. En los 8 puntos que integran la propuesta, se insiste severamente sobre cambios en los patrones de consumo entre las personas, particularmente, dejar de lado la compra de mercancías innecesarias cuya demanda corresponde principalmente a modas y tendencias promovidas por la publicidad.

Vinculado a este punto, el plan bioeconómico exige la fabricación de mercancías de mayor durabilidad con la finalidad de evitar la compra recurrente de ciertos artículos. Un ejemplo de ello es el fast fashion, estrategia de las grandes empresas de la industria textil al construir modas e impulsar la venta de prendas de corta durabilidad. Adicionalmente, un elemento clave es la promoción de la agricultura orgánica que permita garantizar el abasto de alimentos y reduzca el uso de fertilizantes químicos.

A pesar de ser un término estrictamente vinculado al mundo energético y material, en la discursiva institucional y los principales acuerdos ambientales, el término “bioeconómico” se ha usado deliberadamente. En el debate existen al menos tres definiciones de acuerdo con el economista francés Franck Dominique-Vivien (2019). La primera es la presentada aquí y cuya base son las reflexiones de Georgescu-Roegen y las propuestas giran sobre la transformación radical de las prácticas con el objeto de reducir el impacto energético.

La segunda definición, la más promovida desde las instituciones y gobiernos (por ejemplo, la OCDE y la CEPAL), es aquella que descansa sobre el progreso tecnológico y su impacto para el desarrollo de biotecnología en la agricultura, creación de bioinsumos y biomanufacturas. Finalmente, la tercera definición coloca en el centro a la biomasa (es decir, materia orgánica proveniente directamente del reino vegetal como madera, maíz, o, indirectamente de desechos industriales, domésticos o agrícolas) por su gran valorización económica y potencial energético para sustituir a los combustibles fósiles.

Como puede contemplarse, el concepto “bioeconomía” toma distintos caminos e implica diferentes discusiones. Con la segunda definición encontramos una visión institucional que hasta el momento predomina en la discursiva climática, es decir, la confianza plena sobre la tecnología como principal elemento transformador. Sin embargo, el progreso tecnológico por sí mismo no tiene la posibilidad de sustituir la energía y la materia del medio ambiente. Aunque existan mejoras en la eficiencia técnica (más mercancías producidas por unidad energética usada) puede verse contrarrestado por incremento en la demanda, generando un efecto rebote (mayor energía consumida).

Siguiendo la tercera definición, la explotación de la biomasa como fomento de la bioeconomía implica trasladar las mismas prácticas de la sociedad industrial basadas en carbón y petróleo ahora hacia otro tipo de bienes. El cambio únicamente radica en el tipo de bien por explotar y mantener las mismas prácticas de consumo, además involucra bienes fundamentales en la canasta básica de la población como el maíz.

En este contexto, la posibilidad de incidencia de la bioeconomía sobre el cambio climático radica en rescatar la génesis del planteamiento de Georgescu-Roegen y reconocer que toda alternativa para afrontar los problemas ambientales requiere necesariamente de cambios en los patrones de consumo y producción. Conjuntamente, es importante ampliar la comprensión de los procesos económicos más allá del costo-beneficio para incorporar la dimensión energética. Integrando este elemento podrán vislumbrarse acciones cuya incidencia energética sea real y no queden enfrascadas en la narrativa de “sustentabilidad”, discurso tomado como bandera política por ciertos actores y organizaciones a fin de reducir la presión social acerca del tema.

Finalmente, el punto clave de una agenda bioeconómica es ampliar el horizonte de acción e integrar en las responsabilidades ambientales a las empresas cuya afectación ambiental es severa. En efecto, empresas cuyas estrategias de publicidad contribuyen a intensificar el consumo, o bien se tratan de empresas comercializadoras del sector agrícola quienes acrecientan el uso de químicos y empresas extractivistas, como mineras, cuyos aportes económicos, en término de valor agregado y empleo, son cuestionables.

Vincular el proceso económico con los balances energéticos y materiales a través de la bioeconomía cuestiona la forma de producción de las empresas, obliga a incrementar su responsabilidad con la sociedad replanteando su estructura productiva y simultáneamente incita a modificar los patrones sociales de consumo. Una agenda bioeconómica es lo que el mundo necesita.

*Doctorando en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana y miembro de la Sociedad Mesoamericana y del Caribe de Economía Ecológica. rosassanchezgabriel@gmail.com