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Capitaloceno: la época de crisis ambiental y desigualdad económica

Es una categoría que establece que, si bien todos los seres humanos contribuyen en mayor o menor medida al daño ecológico a través de sus prácticas cotidianas, la trayectoria histórica del capitalismo ha creado un grupo de individuos que concentran los ingresos y son responsables del mayor deterioro ambiental

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Gabriel Rosas, estudiante del doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana

Gabriel Rosas, estudiante del doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana

El pasado 6 de agosto el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) publicó la primera entrega del Sexto Informe de Evaluación acerca de la salud ecológica del planeta. El documento integrado por más de 3000 páginas, 14 mil citas científicas y que involucró el trabajo de 234 autores en 66 países, expone de manera clara los efectos del cambio climático sobre los fenómenos naturales y daños irreversibles que ha provocado el desarrollo civilizatorio sobre los ciclos químicos de la Tierra.

El mensaje es contundente. Por más proactivas que sean las acciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, meta planteada en los Objetivos del Desarrollo Sostenible, a fin de limitar el calentamiento planetario más allá del umbral de 1,5º C-2º C, el objetivo será inalcanzable. Al mismo tiempo, este trabajo constituye un avance científico riguroso para entender y evidenciar la influencia de la especie humana sobre los cambios en los patrones de precipitación, deshielo de los polos, acidificación de los océanos, entre tantos efectos adversos de una lista extensa.

A pesar de lo evidente que resulta el impacto de la dinámica social sobre la tierra y la atmosfera, principalmente a partir de la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII, gran parte del pensamiento moderno se desarrolló entendiendo la relación ser humano-Naturaleza a partir del “dualismo cartesiano”. Es decir, separando el comportamiento humano de su entorno ambiental estableciendo con ello una relación de dominio sobre la Naturaleza.

Considerando el papel clave de la humanidad en la catástrofe climática, Paul y Crutzen (2000, 2002) acuñaron el término Antropoceno para referirse a la nueva era geológica donde el ser humano pasó de ser una especie biológica a una fuerza geológica causante de la ruptura de la mayoría de los ciclos y equilibrios naturales. El Antropoceno resalta los cambios ambientales irreversibles considerando una escala planetaria y significativa en el tiempo de la historia de la Tierra. Tal como señala Malm (2017) el nacimiento de las sociedades industriales y el desarrollo tecnológico liberaron el potencial de las energías fósiles configurando una ruta de desenvolvimiento económico basado en el crecimiento sostenido de gases de efecto invernadero (GEI), principalmente emisiones de dióxido de carbono (ECO2).

La historia del daño ambiental no termina en la narrativa del Antropoceno. Para autores como Moore (2017, 2020), Adelman (2019), entre otros, este concepto es insuficiente para explicar las relaciones de poder dentro del actual modo de producción. De esta manera, el Antropoceno responsabiliza a todos los seres humanos por igual del problema ecológico sin considerar que la dinámica del sistema capitalista ha provocado la explotación de la Naturaleza de una forma desmedida.

En efecto, la narrativa antropogénica no considera que la configuración económica, política y jurídica han permitido que ciertas empresas y actores sean en mayor medida los responsables del gran nivel de emisiones contaminantes. Conjuntamente a esta desigualdad ambiental, a partir de 1980 la marcha rampante del neoliberalismo ha provocado un incremento de la desigualdad del ingreso y la riqueza, causando que año tras años el número de ricos perteneciente a 1% de la sociedad más adinerada incremente mientras el porcentaje de población en situación de pobreza aumenta drásticamente y será mayor a raíz de la actual pandemia.

Teniendo en cuenta estos elementos, el Capitaloceno es una categoría que establece que, si bien todos los seres humanos contribuyen en mayor o menor medida al daño ecológico a través de sus prácticas cotidianas, la trayectoria histórica del capitalismo ha creado un grupo de individuos que concentran los ingresos y son responsables del mayor deterioro ambiental.

En este sentido, la OXFAM es la organización que más ha trabajado sobre esta relación. En su informe La desigualdad extrema de las emisiones de carbono del 2015 señala que la crisis ambiental está impulsada por las ECO2 de los ricos. Para ese año, 50% de emisiones de dióxido de carbono fue generado por 10% de la población de mayores ingresos, al mismo tiempo que 3,500 millones de personas sólo generaron 10% del mismo tipo de emisiones.

En su último reporte publicado en septiembre del 2020 Combatir la desigualdad de las emisiones de carbono, esta cifra incrementó. Ahora 10 % de población más rica generó 52% de emisiones, particularmente 1% de habitantes que concentra el mayor nivel de riqueza (alrededor de 63 millones de personas) contribuyó con 15% del total de ECO2, mientras 50% de habitantes pobres produce 7%.

De esta manera, puede asociarse un incremento de la riqueza acompañado de mayores niveles de contaminación debido al consumo de bienes de alta huella ecológica y un estilo de vida que requiere grandes montos energéticos. Asimismo, las personas más ricas del planeta se benefician de las actividades contaminantes al ser propietarios de empresas que causan graves daños ecológicos como las petroleras, mineras, textiles, entre otras de una lista larga. Al respecto, el informe de Carbon Disclosure Project (2020) señala que entre los años 1988 y 2015 cien empresas, encabezadas por firmas del sector petrolero, fueron responsables de 71 % de los GEI a nivel mundial.

A la luz de la irrefutable evidencia científica del problema ambiental a causa de la acción humana, es importante incorporar la perspectiva del Capitaloceno para entender las relaciones de poder y conflictos que existen en lo que parece ser una lucha por la sobrevivencia energética. Abordar el problema ecológico desde su complejidad permitiría esclarecer los mecanismos y actores claves en el proceso. Si el diseño de políticas de acción climática internacionales como el Acuerdo de Paris pretende ser efectivo, debe reconocer el vínculo entre la creciente desigualdad, acumulación de riqueza y emisiones, así como regular estrictamente a los principales entidades contaminantes. De otra manera, toda medida y acuerdo medioambiental quedará en el campo de la propaganda política, retórica y simulación.

*Estudiante del doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana y miembro de la Sociedad Mesoamericana y del Caribe de Economía Ecológica. Correo: rosassanchezgabriel@gmail.com