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Fisuras sociales y democracia

La globalización, que parecía algo prometedor al finalizar la Guerra Fría, concentró más las ganancias

voces de la uam

El capital, más que el trabajo, ha sido el principal beneficiario, por salarios artificialmente bajos y por normas laborales inaceptables en los mercados emergentes.

El capital, más que el trabajo, ha sido el principal beneficiario, por salarios artificialmente bajos y por normas laborales inaceptables en los mercados emergentes.

La gran apertura económica de la década de 1990, que vio el surgimiento del comercio mundial, se presentó como la opción de beneficios compartidos, en el que hasta los opositores al capitalismo querían participar. El propósito no se logró.

La globalización, que parecía algo prometedor al finalizar la Guerra Fría, concentró más las ganancias. Por décadas, el flujo libre del comercio mundial permitió a las naciones ricas mantener un acceso fácil a bienes y servicios a bajo precio. Les garantizó economías sólidas y mercados estables.

Pero mientras el comercio fue reduciendo los precios para los consumidores occidentales, también multiplicó las desigualdades y enriqueció a los oligarcas de todos los países. El capital, más que el trabajo, ha sido el principal beneficiario, por salarios artificialmente bajos y por normas laborales inaceptables en los mercados emergentes.

Esa forma de globalización impuso la especialización en detrimento de la diversificación productiva; la redistribución del ingreso pasó de los perdedores a los ganadores de la economía; la responsabilidad de los funcionarios públicos ante sus electores se debilitó por presentar a la globalización como un fenómeno inmutable e irresistible, y la seguridad nacional y la competencia geopolítica sustituyeron a la cooperación económica internacional. Al convertir a la economía global en el fin y la sociedad doméstica en el medio, la integración internacional condujo a la desintegración interna.

Ricardo Espinoza Toledo.

Ricardo Espinoza Toledo.

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Las fisuras sociales derivadas empujaron cambios en la política partidista en favor de las fuerzas más conservadoras. En Estados Unidos de América y Europa, se fortalecieron las tendencias más reaccionarias, racistas e iliberales de la política. Incluso las izquierdas se fueron muy al centro, con lo que, al desdibujarse, perdieron a muchos de sus votantes tradicionales.

En la década de 1980, con el debilitamiento de los sindicatos y la instauración del programa neoliberal, la izquierda socialista y socialdemócrata empezó a alejarse de los intereses económicos de clase para abrazar temas sociales y culturales como el antirracismo, la emancipación de género y sexual, y el multiculturalismo.

Con el desarrollo de partidos “atrapa todo”, la izquierda ganó popularidad entre los votantes urbanos más educados y con una situación económica relativamente mejor, pero se fue desvinculando de la clase trabajadora. La clase trabajadora, urbana y rural, no compartía los ideales sociales y culturales de la izquierda. De hecho, muchos de quienes se consideran parte de la clase trabajadora son conservadores y votan por fuerzas extremistas.

En Occidente, la agenda política neoliberal dejó de considerar la necesidad de equilibrar la economía de libre mercado con una redistribución moderada. Incluso las fuerzas progresistas adoptaron esa agenda. Muchos votantes de la clase trabajadora se sintieron entonces abandonados tanto por la izquierda, que para ellos había dejado de representar sus intereses económicos y despreciaba sus actitudes sociales, como por la derecha, que se ocupaba de otros grupos sociales cuando llegaba al poder. Los partidos moderados de centroizquierda y centroderecha quedaron dinamitados. La alternativa preferida fue el radicalismo de extrema derecha y el anti elitismo.

A finales del siglo XX, los mercados libres se convirtieron en el objetivo a resguardar por los políticos. Por decisión de gobiernos democráticos, donde los ha habido, la política quedó al servicio del libre mercado, sin influir en los resultados económicos y sin responder a las necesidades de los ciudadanos. En su lugar, la “puerta giratoria” aseguró dejar a cargo a una nueva oligarquía, integrada por entes privados y públicos. La transformación del capitalismo y las decisiones gubernamentales fueron operadas por las oligarquías nacionales asociadas al capital.

Los impulsores y beneficiarios más importantes de estas decisiones fueron las personas comunes, a través del voto, sostienen Iversen y Soskice. Los políticos quieren ganar las elecciones y para hacerlo deben convencer a los ciudadanos de que respondan a sus intereses. Entonces, la expansión en la educación superior, la financiarización, la liberalización del comercio y la inversión extranjera directa, las metas de inflación y las reglas de competencia fueron instituidas o reforzadas, debido al interés de los políticos de responder a las demandas de la clase media para mejorar los niveles de vida.

Las clases y las relaciones entre ellas también se transformaron. Las empresas basadas en el conocimiento están altamente concentradas en áreas urbanas, donde se ubican empresas similares y trabajadores de elevada formación, y tienen lugares de trabajo segregados que permiten poca mezcla entre la clase media y la clase obrera. Mientras tanto, los trabajadores poco calificados se han concentrado cada vez más en ocupaciones del sector de servicios de baja productividad. Así, el capitalismo avanzado produce una nueva clase media, cuyas experiencias e intereses de vida difieren enormemente de los de las antiguas clases medias y obreras.

El arraigo en las ciudades cosmopolitas, la educación extensiva y los diversos contactos sociales hacen que la nueva clase media sea más progresista en lo social que las antiguas clases medias y bajas. Los progresistas en lo social y los anti elitistas están arraigados en diferentes partes de la economía; sus valores respectivos están ligados a la realidad económica subyacente.

Ahora bien, si su posición en la economía del conocimiento hace que los miembros de la nueva clase media sean progresistas en lo social, también puede hacerlos menos progresistas en lo económico, ya que ni sus intereses ni sus experiencias de vida tienen mayor contacto con los de las antiguas clases medias y bajas.

En ello radica la razón principal por la cual la creciente desigualdad que acompaña la transformación del capitalismo no ha sido contrarrestada por una mayor redistribución: la antigua clase media es hostil a los pobres y la clase media ascendente no está interesada en la difícil situación de la clase media en decadencia, y eso mueve al sistema democrático.

El problema es la brecha de intereses sociales. Como son principalmente los votantes, particularmente los “ganadores” de la economía, y las coaliciones entre ellos, quienes determinan qué hacen los gobiernos, un requisito para el cambio es aumentar el apoyo de ellos a favor de la redistribución.

*Académico del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa de la UAM