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Una herencia de la precariedad: el dolor crónico se multiplica en México

La prevalencia de la enfermedad en mayores de 50 años es de 41.5 por ciento y  es más frecuente en mujeres que en hombres: 48.3 por ciento vs. 33.6 por ciento

reportaje

En abril, la doctora Tamara Luti informó en El Colegio Nacional, que la UNAM estudia el funcionamiento de 30 canales TRP asociados con el dolor.

En abril, la doctora Tamara Luti informó en El Colegio Nacional, que la UNAM estudia el funcionamiento de 30 canales TRP asociados con estímulos como el dolor.

Colnal

¿Por qué esa mujer se arriesga, todos los días, a cruzar lentamente el tráfico de la ingobernable Avenida Gustavo Baz, apoyada, solamente, en un bastón de aluminio? ¿Por qué ella no usa alguno de los puentes peatonales, construidos por el gobierno de Tlalnepantla, para cambiar de la banqueta oriente a la banqueta poniente? La respuesta a estas preguntas es directa: “Porque el dolor no me deja doblar las rodillas ni puedo subir escalones”

El dolor es una sensación que todos los seres humanos hemos experimentado alguna vez, al igual que todo tipo de seres vivos vertebrados. Su función es informar al organismo sobre un peligro que le está afectando desde el entorno o desde su interior, como una señal de alerta para generar una conducta protectora. Sin embargo, actualmente se sabe que cuando el dolor tiene una duración prolongada, es decir que es dolor crónico, debe considerarse como una enfermedad que debe ser tratada.

A sus 72 años de edad, Amada Chávez –a quien sus vecinos y amigos llaman Señora Mayo—, vive con dolor crónico en rodillas, columna vertebral y hombros. Los médicos le han dicho que ya no tiene cartílagos y ella supone, con melancolía, que esto es efecto de sus esfuerzos infantiles, ayudando a la siembra y cosecha de maíz, calabaza e higos en la comunida de Parras, Coahuila, desde que era una chiquilla de ocho años; aunque también podría ser resultado de más de cuarenta años de trabajo físico cuidando niños, haciendo labores de limpieza doméstica y en laboratorios veterinarios.

“Ahora no puedo trabajar. Vivo con la pensión que da el gobierno y algo más cuando mis hijos me pueden ayudar. Me siento inútil por no poder ganar para sostener, aunque sea para mí. Es triste, porque cuando una se acostumbra a ganar su dinero, se queda acostumbrada. Pero no soy inútil, mi cerebro está bien”, dice evaluando su circunstancia y dándose ánimos para seguir en movimiento.

PROBLEMA MASIVO

En México, el dolor que rebasa los tres meses de duración y se vuelve compañero permanente tiene un abanico amplio de causas que incluye lesiones no atendidas, desgaste articular y daños en el sistema nervioso. Esa colección de orígenes puede desembocar en inmovilidad, pérdida de trabajo, ingresos y deterioro en la convivencia social porque los pacientes no reciben atención médica debido prejuicios, temor y falta de educación sobre el uso correcto de medicamentos analgésicos fuertes. Además, administrativamente hay otros obstáculos porque son pocas las unidades de cuidados paliativos en el sistema público de salud y son caros los servicios en el sector privado.

De este modo, la realidad de la señora Amada Chávez es la de millones de mexicanos mayores de 50 años que ni siquiera tienen acceso a servicios médicos institucionales.

“No tengo Seguro Social porque me faltaron dos años para pensionarme y el Seguro Popular nunca lo tuve. A veces, cuando siento mucho dolor voy a las Farmacias del Ahorro, pero no tan seguido. No es tan fácil. Me dan Paracetamol, pero yo me pongo una crema de árnica para los dolores y me salgo a tomar los rayos del Sol”, dice la madre de familia y abuela, que vive sola pues más de la mitad de su familia ha migrado a Estados Unidos.

Aunque no hay cifras oficiales sobre la prevalencia del dolor crónico en México, en 2007 el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMyNSZ) calculó que la prevalencia de dolor crónico en mayores de 50 años, en este país, es de 41.5 por ciento y que es más frecuente en mujeres que en hombres (48.3 por ciento vs. 33.6 por ciento). Además, detectó que la prevalencia aumenta entre los grupos de mayor edad y de menor escolaridad.

“El dolor se asoció directamente con el reporte de artritis, enfermedad pulmonar, caídas, hipertensión, depresión, enfermedad vascular cerebral (EVC) e historia de cáncer, así como con alteración en la funcionalidad… El dolor es un problema frecuente entre los adultos mayores mexicanos y se asocia con un gran número de patologías diversas”, señalaron en ese estudio, divulgado a través de la Revista de Salud Pública de México, los investigadores Abel Barragán Berlanga, Silvia Mejía Arango y Luis Miguel Gutiérrez Robledo.

Y es justamente por el hecho de que el dolor suele presentarse al mismo tiempo que otras enfermedades que no siempre se le atiende como prioridad, pues es un síntoma usado con frecuencia para interpretar el avance de las patologías asociadas.

Un ejemplo de lo anterior es el reporte de 2010 publicado en la Revista Europea del Dolor y la revista científica Pain, donde se calculó que están mal diagnosticados al menos 45 por ciento de los pacientes que padecen dolor neuropático; que es aquel en el que hay destrucción de los nervios por envejecimiento, diabetes, cáncer o SIDA. Así lo explicó en una breve visita a México el neurólogo alemán Thomas Tölle, de la Universidad Tecnológica de Munich, que entonces era editor asociado de ambas revistas. En México se ha calculado que al menos 700 mil personas sufren dolor neuropático, que se puede describir como un daño en los nervios, esos pequeños cordones que transmiten todas las sensaciones hasta la médula y el cerebro.

Otra complicación para el tratamiento, que se suma al subdiagnóstico, es el costo. Por ejemplo, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) gasta entre 33 mil y 44 mil pesos anuales en medicamentos para cada paciente que es atendido por dolor crónico relacionado con diabetes avanzada, cáncer, SIDA y efectos posteriores de un brote de herpes, entre otras afecciones. Sostener este gasto es muy complejo cuando el paciente lo paga a un servicio médico privado.

Las cifras forman parte de un estudio realizado conjuntamente por la organización civil Funsalud y por los laboratorios farmacéuticos Pfizer, y cuyos resultados fueron presentados en 2010, en la conferencia Fármaco-economía en América Latina.

“Pues ya sabemos que todo cuesta. Si no hay dinero, no puedes ir al doctor y si no hay trabajo no hay dinero”, apunta Chávez Venegas, quien sólo tiene un ingreso seguro de 2 mil 550 pesos bimestrales y paga renta de una recámara con baño.

Su experiencia certifica que el dolor crónico no sólo tiene un componente fisiológico, sino que incluye también impactos afectivo-emocionales y socio-económicos que generan mucha angustia.

INVESTIGAR SOLUCIONES

La algología o estudio del dolor, sus causas y su tratamiento, es una rama del conocimiento relativamente joven en México. Su crecimiento más vigoroso ha ocurrido en los últimos 30 años y sólo se cuenta con poco más de mil expertos en tratamiento del dolor, para una población de más de 128 millones de mexicanos.

Y aunque todo paciente en México debe tener acceso a Cuidados Paliativos y atención al dolor en enfermedades crónicas, de acuerdo con el artículo 166 Bis 1 de la Ley General de Salud, "en realidad este es limitado por factores geográficos, ya que estos servicios se han desarrollado principalmente en las ciudades de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México", como informa el Capítulo México, del Atlas de Cuidados Paliativos en Latinoamérica.

El mismo Atlas informa que de las 54 facultades y escuelas de medicina acreditadas en México, sólo en cinco incluyen en su programa general de estudios cursos de manejo del dolor y cuidados paliativos. En dos casos son cursos obligatorios y en tres casos son cursos opcionales.

La problemática es añeja, pero el proceso para hacerla visible es muy reciente. En el libro “Dolor por especialidades”, editado por la Academia Nacional de Medicina de México y la Academia Mexicana de Cirugía, 37 médicos delinearon las causas más frecuentes del dolor en este país, los grupos afectados y los tratamientos más innovadores. Como ya se dijo, no existe un dato cien por ciento confiable sobre la epidemiología nacional del dolor crónico, pero en el volumen se expresa que hay un consenso general de que por lo menos el 17 por ciento de los mexicanos, de todas las edades, vive con algún tipo de dolor que lo aqueja día y noche. Si se considera que el Censo Nacional de Población 2020 reportó que en México habitan 128.9 millones de personas, el cálculo general del dolor crónico significaría que, en este territorio, cerca de 21.9 millones de mujeres y hombres viven, duermen y despiertan con dolor.

A nivel de investigaión básica, hay instituciones de este país, como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que estudian con mucha atención la fisiología del dolor. Una de las líneas más avanzadas es la descripción de 30 tipos diferentes de canales iónicos o vías de transmisión de señales bioquímicas presentes en las membranas celulares, llamadas canales TRP (Transient Potential Receptor), que informan al cuerpo sobre estímulos sensoriales como sabores, colores, cantidad de agua en los riñones, pero también sobre procesos nocivos o dañinos, es decir: sobre dolor asociado a destrucción de tejidos, traumas, quemaduras, cortadas o inflamación por infecciones, como explicó a Crónica la doctora Tamara Luti Rosembaum, investigadora del Instituto de Fisiología Celular.

“La mayoría de las personas hemos llegado a tener diferentes tipos de dolores: desde el dolor agudo e intenso que después se va; hasta el dolor inflamatorio que tiende a ser más duradero, y también hay otro tipo de dolor que dura más y es el dolor neuropático o crónico. Esa sensación que perdura es algo que se considera patológico. Para entender los diferentes tipos de dolor se han hecho experimentos, desde los años 90s, con diferentes tipos de chiles para identificar cuáles canales TRPV1 responden a qué tipo de estímulo”, describió la universitaria.

A su vez, el doctor Francisco Julio Pellicer Graham, del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, informó también que esa institución tiene en marcha investigaciones sobre los mecanismos del dolor crónico o neuropático. Después de describir que, como organismos, tenemos una serie de transductores que nos ponen en contacto con el medio externo o lo que no somos nosotros, y con el medio interno, o lo que sí somos, el doctor Pellicer dijo que las investigaciones recientes buscan responder, entre otras cosas, si hay un solo núcleo o varios núcleos que perciben el dolor.

Estos temas y estos estudios interesan a Amada Chávez, quien siempre está pendiente de noticias de todo tipo, en la televisión, y dice que: “Como están las cosas ahorita, de difíciles para conseguir trabajo y dinero, yo sí quisiera que hubiera alguna inyección para quitar el dolor. No confío mucho en las operaciones porque he visto gente que ha quedado mal, pero sí se que tengo que hacer algo porque corro peligro de fracturarme o que me atropellen, y yo tiesa no me quiero quedar”. Así se expresa la mujer de 72 años, nacida en la zona rural de Parras, Coahuila; quien trabajó en el campo desde los 8 años y durante décadas hizo labores de cuidado de personas y limpieza, sin obtener una jubilación o servicios médicos. Es la mujer que cruza Avenida Gustavo Baz, en Tlalnepantla, sin usar los puentes peatonales porque no puede subir escaleras. Persona mayor que sonríe, a pesar del dolor con el que duerme, despierta y vive.

En 2021 el Premio Nobel fue dedicado a los estudios del dolor

Los canales TRPV1 han recibido mucha atención desde fines de 2021 porque ese año las investigaciones sobre ellos fueron reconocidas con el Premio Nobel fisiología. En 1997 los investigadores David Julius y Ardem Patapoutian publicaron sus descubrimientos que documentaban cómo esos canales son necesarios para que funcionen los receptores de temperatura y tacto. Esos datos fueron base para otros estudios que describieron cómo se percibe el dolor. Con el tiempo se han propuesto terapias para controlar el dolor que buscan atenuarlo inhibiendo la actividad de los TRPV1.