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Inteligencia artificial o tres sencillos pasos para esclavizarse en el gobierno de lo cómodo

El mundo ha quedado fascinado, encapsulado o boquiabierto ante la generosidad, amabilidad y reproductibilidad de la IA

VOCES DE LA UAM

Inteligencia Artificial.

Inteligencia Artificial.

Primer paso. Lo artificial de la inteligencia

La inteligencia artificial (IA) es, irónicamente, mera inteligencia. Hace ya décadas, el tristemente célebre inventor de los test de inteligencia, Alfred Binet, fue cuestionado sobre qué era, precisamente, la inteligencia. Y, desde su sabiduría psicológica y positiva contestó: lo que miden mis test. La inteligencia, igualmente, es una imposición estable de medida e invención desde lo controlado; una mesura artificial y, estrictamente hablando, un asunto de gestión de datos. Hoy, la inteligencia nos es tan cercana y exigente que está dramáticamente vinculada a la autocomplaciente capacidad de acumulación de conocimiento datificado.

La inteligencia no es más que una búsqueda frenética por enumerar lo indeterminado; un puntual registro de percentiles, moderaciones y criterios para fijar directrices de regulación e interpretación de las acciones humanas y del mundo. Tanto es el amor por la medida que las personas confían enteramente en que un test de inteligencia o una app de IA les defina aquello que son o sus gustos musicales. La inteligencia, en palabras claras, es una medida de funcionalidad, servilismo y redundancia numérica fascinante para el criterio poco entrenado. En conjunto con la artificialidad se convierte en una máquina virtual de procesamiento que indica una serie de conocimientos, reiterados, gracias a los datos recolectados.

De un tiempo a esta parte, el mundo ha quedado fascinado, encapsulado o boquiabierto ante la generosidad, amabilidad y reproductibilidad de la IA, en especial de las aplicaciones en el capitalismo de plataformas. Aunque, quizás, el asunto no es tan novedoso del todo pues narrativas de inteligencia han existido desde hace mucho. Diversas películas en los años ochenta principalmente, habían definido cómo era viajar al futuro sin descuidar el pasado haciendo uso de los datos. Estas alegorías futuristas terminaron de cimentar los etéreos comienzos de la inteligencia artificial y maquínica de un capitalismo que comenzaba su desplazamiento hacia las tecnologías de la información y el control puntualizado de los datos. Las mediciones del tiempo y de los datos, en estricto sentido, son artificiales pues ocurren gracias a la mutación artificial de la humanidad o incluso, como plantea el realismo especulativo, de un descentramiento del antropomorfismo del mundo ahora orientado a los objetos.

De hecho, las máquinas temporizadas han dominado nuestra atención desde hace poco más de dos siglos y, en consonancia, han sido pieza clave de las metamorfosis de la industria manufacturera y, más recientemente, de la dominación de los contenidos digitales gracias a la virtualización. El tema ya ha sido explorado en el sentido de los flujos y los territorios que dominan las máquinas por pensadores de la talla de Felix Guattari y Gilles Deleuze empero, más allá de esto, lo atrayente en este nuevo giro maquínico virtual e inteligente es la forma en que la comprensión algorítmica, terrenal y medible, es la línea categórica funcional de la máquina artificiosa del capitalismo de los datos.

En términos muy generales, la IA es una enorme maquinaria aceitada por una cantidad avasallante de datos; mismos que son requisitados, administrados y propulsados hacia la resolución de un problema finito. Esencialmente, un algoritmo trabaja artificialmente para llegar a una condición conclusiva y, paralelamente, supone e infiere posibilidades de resolución desde la gestión de posibilidades. La llamada ciencia de los datos utiliza, en general, todos aquellos recursos que suministramos a la red para amplificar sus alcances y criterios de rentabilidad en las plataformas. La artificialidad pragmática, de la inteligencia datificada, sintetiza la difícil aventura de un ser hablante en la clausura de un significado que pareciera no tener consecuencias. El algoritmo es tan artificial como la vida alienada en el capitalismo.

Estas lógicas algorítmicas, sin lugar a dudas, pueden hacer la vida de la humanidad mucho más sencilla en una primera aproximación. El algoritmo precisa cómo y con quién ligar, cómo hacer rendir el día u organizar mejor la agenda. Pueden sugerirle qué serie ver según los gustos suministrados o cuando debe rellenar su nevera de forma automatizada, incluso puede proporcionarle recomendaciones sobre cómo mejorar su salud o desarrollar adecuadamente sus habilidades en jardinería. Por regla general, todo esto tiene, como elemento central, el uso y distribución de la información con fines mercantiles. Si bien es iluso negar la utilidad de la inteligencia artificial en algunas cuestiones cercanas al desarrollo de nuevas tecnologías médicas, arquitectónicas o de ingeniería, en el caso de la condición mundana, la inteligencia artificial es algo que hace la vida más cómoda y, no por ello, más asequible o llevadera.

Salvando las distancias, hablamos de una cuestión semejante a la invención del popote que nos hizo sorber de un modo más rápido un líquido sin el laborioso trabajo de ir hasta el recipiente. Sin embargo, uno de los retos más complejos es, sin lugar a dudas, pensar cómo la máquina de la IA resuelve la indeterminación y clausura la existencia. En palabras del filósofo Yuk Hui, esto es “lo que permite que las máquinas se enfrenten a la contingencia” y puedan ser algo más relevante para la existencia de los sujetos.

La IA es la última consecuencia de la continua regulación de la libertad humana, el trabajo y el tiempo libre. Una de las piezas mejor logradas del capital es reducir la interacción a algoritmos que, haciéndonos supuestamente la vida cotidiana mucho más sencilla, estructuralmente determinan y vigilan nuestros modos consumistas de existencia. Ningún sistema económico político había tenido que lidiar y aprovechar con tanta precisión el tiempo de esparcimiento. La esclavitud a la IA está sujeta a la generosidad de nuestra actividad lúdica como datos administrables. Las comodinas e intrascendentes maravillas de la inteligencia artificial, en ciertos fenómenos, obedecen a una fascinación por dejar nuestras tareas aburridas y secuenciales a la gestión mercantil de la maquinaria virtual tecnocientífica. Finalmente, la IA intenta hacer más campechana la existencia mientras nuestra esclavitud siga abasteciendo datos. Recuerde: si usted usa gratis una app usted es el producto.

*Profesor del Departamento de Sociología y Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa