Academia

La intensidad informativa en la Guerra Sucia mexicana

El primer rasgo de representación de los disidentes —también el más usual y despectivo— era la denominación como "agitadores"

voces de la uam

Curiosamente y de manera análoga, los agitadores eran representados como opuestos al orden institucional.

Curiosamente y de manera análoga, los agitadores eran representados como opuestos al orden institucional.

La periodista Laura Castellanos rescató, en su libro México armado, una declaración hecha por el entonces senador de la República, Rubén Figueroa, sobre Lucio Cabañas —quien lo secuestrara apenas unos meses antes—, en la cual define al guerrillero guerrerense como alguien “extraviado mentalmente” y con “perturbaciones físicas, psíquicas y psicológicas”. Estas palabras son muy similares a las expresadas apenas siete días antes, el primero septiembre de 1974, por Luis Echeverría en su IV Informe de gobierno en el cual describía a los disidentes como jóvenes con un “mayor grado de inadaptación”, propensos a la “homosexualidad” y con contextos familiares que los hacían “víctimas” de la “página roja” de los diarios. Las similitudes entre estas dos declaraciones, desde mi punto de vista, van más allá de una simple coincidencia y, en efecto, ponen en evidencia muchas de las directrices de la línea editorial gubernamental y la contrainsurgencia discursiva que tejió, mediante un amplio espectro de significaciones, la identidad política de los disidentes en las páginas de los medios informativos impresos.

En periódicos como La Prensa, la regularidad que enunciaba y describía a los guerrilleros estaba centrada en las dimensiones y características peyorativas por las cuales eran nombrados los disidentes de manera contingente. Tanto los guerrilleros y los estudiantes (de 1966 en Morelia y de 1968 y 1971 en Ciudad de México) eran presa de las reiteradas inscripciones simbólicas vinculadas a tipologías, por lo general cercanas a la anormalidad, que hilvanaron un modo certero de llevar a cabo un hosco ejercicio de represión desde las palabras.

El primer rasgo de representación de los disidentes —también el más usual y despectivo— era la denominación como agitadores. Conviene en este punto cuestionarse seriamente qué era aquello que agitaban los disidentes y, sobre todo, el impacto que esas dimensiones narrativas en La Prensa generaban en la opinión pública. Esta última era el objetivo central de todas las mitologías sobre los disidentes políticos pues se pretendía definir a la amenaza subversiva más allá de la simple propaganda. La agitación estaba vinculada a elementos discursivos y enunciativos que relacionaban también los altercados guerrilleros y las movilizaciones sociales con sucesos sangrientos o de remarcada violencia contra el orden social y las autoridades. Desde luego es relevante subrayar que estas representaciones tenían cierta eficacia simbólica, ya que estaban arraigadas en el sentido común referente a todo lo que se opondría a las regularidades del quehacer social y reducían una lucha social a fenómenos individuales o, en muchas ocasiones, psicológicos.

Además de ser designados como agitadores, el espectro de la representación social del disidente involucraba de forma directa a la subjetividad de los rijosos como opositores a todas las aspiraciones pacíficas y de progreso de una sociedad. Es por ello que la contrainsurgencia discursiva cuajaba, desde mi perspectiva, bastante bien en las dimensiones normalizadas de la opinión pública. Describir a los disidentes, desde las más singulares características desordenadas, antagónicas e individuales marcó el trato particular de los subversivos en La Prensa pues parecían estar en el camino opuesto a las normas sociales y a las ideas más conservadoras de la sociedad.

De forma paralela, la contundente y constante representación de los agitadores como amenaza fue estrechando su cercanía con otras representaciones que intentaban anclarse en la llamada amenaza del comunismo que permeo gran parte del mundo durante la Guerra Fría. Es bien conocido que todo lo que tuviera cierto toque rojo era susceptible de enmarcarse sin argumentos claros como oposición radical. Cuando se mencionaba que los agitadores pertenecían a intereses de ideología comunista, la información quedaba expresada en medio de un mar de generalidades y ambigüedades que, desde mi lectura, hacían que la interpretación y el cierre de la nota periodística fuera realizado por la opinión singular del lector situado en la normalidad y el sentido común que no pueden transformarse.

Edgar Juárez Salazar.

Edgar Juárez Salazar.

Curiosamente y de manera análoga, los agitadores eran representados como opuestos al orden institucional. Este era, en términos propios, una perorata a la vieja usanza del Partido Revolucionario Institucional que resaltaba los valores de un nacionalismo hegemónico, aunque igualmente paradójico, pues la nación y los supuestos intereses nacionales respondían a las dimensiones dibujadas a partir de la moral y las buenas costumbres del mexicano en un Estado pretendidamente laico.

Asimismo, esta última condición es clave para comprender la contrainsurgencia discursiva ya que en ella descansaban muchas de las representaciones del disidente relacionadas con características de peligro bajo un hondo talante religioso y nacionalista. En consecuencia, la línea argumentativa de La Prensa no sólo permitía describir al disidente sino lo encasillaba en medio de juicios evaluativos que buscaban hacer del lector una especie de cómplice de los contenidos. La dimensión lacónica de los términos empleados y de las definiciones de los actos subversivos eran aderezadas con adjetivos complejos en su acepción tales como “conjurados” o “terroristas”, y otros de un orden más general como “asaltantes”, “gavilleros” o, simplemente, “malos mexicanos” o “seudoestudiantes”.

En conclusión, la línea dura de enunciación de los disidentes en La Prensa dio lugar a diversos juicios que poco a poco amalgamaron un discurso conciso, puntual e incisivo. En palabras más claras, la contrainsurgencia discursiva puso en juego un léxico propio para designar y configurar un marco común que pudiera abarcar un amplio alcance de posiciones antagónicas a los intereses del pueblo por parte de los lectores. Una lógica semejante sólo pudo llevarse a cabo con la insistencia por la repetitividad y el control de los contenidos (incluidas las imágenes) en el periódico. De esta manera, tanto las primeras planas como en las notas, los artículos de opinión y de fondo tomaron una dirección argumentativa con frecuencia homogénea y, en efecto, eficaz. Por todo lo anterior resulta imposible pensar que sólo se tratase de simples notas periodísticas sino se trata de complejo entramado de discursos empecinados en remitir a los disidentes como una oposición al pueblo y no a las directrices del Estado mexicano.

*Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco