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Las pasiones mundanas en las redes sociales. Entre la imagen, el odio y lo efímero

Las redes sociales han convertido al sujeto en un ente cautivo del conocimiento superficial y la sobreexposición reiterativa

voces de la uam

Redes sociales.

Redes sociales.

En una entrevista, el escritor argentino César Aira, un tipo primorosamente anacrónico no tiene smartphone y vive generalmente alejado de dispositivos electrónicos relató que su capacidad de improvisación no es “de la espontánea y veloz, sino de la pensativa y lentísima”; el creador de Ema, la cautiva, se describe como “lento en general” pues si busca apurarse, se le “nubla el entendimiento”. Las palabras de Aira resultan, en nuestros días, una profunda bocanada de aire fresco en medio de los turbios y grisáceos nubarrones de la aceleración y la sobreexposición en las redes sociales.

La exigencia por vivir apresurados persiste gracias a la hipercomunicación digital. Así, la experiencia digital y humana prevalecen en una búsqueda de lo inmediato. Acelerar nuestra supervivencia en el mundo resulta una moneda de cambio tan común y virtualizada que, en todo momento, solemos evitar la pérdida de tiempo. Paradójicamente, las redes sociales son una excesiva merma entre sujetos que detestan perder su tiempo. Más allá del evidente fanatismo efímero por la seducción del chisme, del espectáculo y del entretenimiento ramplón, las redes sociales han convertido al sujeto en un ente cautivo del conocimiento superficial y la sobreexposición reiterativa.

En el nauseabundo habitáculo de las redes sociales, el imperio de la regularidad apresurada de los criterios estéticos y de la sumatoria de imágenes e ideas consecuentes con la normalidad, queda amasado en vicio frívolo de husmear raudamente. Es por esto, tal vez, que la obligatoriedad de estar informados o conocer las vicisitudes del mundo actual, y en tiempo real, buscan acumular datos exorbitantes -e incluso innecesarios- en nuestra limitada memoria ram del recuerdo swipe up. Todo parece volverse prescindible pues la inusitada frecuencia rayana de la información hace que el individuo no tenga el tiempo “suficiente” para detenerse y leer u observar. No es ninguna casualidad que hoy aplicaciones como Tik Tok o los reels de Instagram lleven la batuta de la velocidad expositiva. El medio es el mensaje, como dicta el conocido aforismo de Marshall McLuhan. La cuestión que complejiza lo anterior es que aquí la exacción de la velocidad, en un sistema que acelera todas las vivencias, provoca que lo efímero sea la punta de lanza de la ostentación kitsch en primera persona.

Por otro lado, los mensajes transmitidos con imagen y con su particular prontitud y evanescencia incitan, desde mi punto de vista, a la tensión comercial de la elección apresurada de consumo y aceptación del mensaje. El internauta debe decidir entre comprar o desechar. Dar match en Tinder o rechazar, obliga a la mercantilizada encomienda de elegir entre izquierda o derecha, o simplemente someterse a la democracia del swipe-up provocado por los algoritmos. En definitiva, estamos tan fascinados por la supuesta libertad de elección que la vida, con su condición momentánea, está enteramente agotada entre los dispositivos. La vida real, en consecuencia, no puede prescindir de la vida digital pues ya estamos inmersos en la premura; sin embargo, la dependencia y soporte de los dispositivos transforman nuestra capacidad reflexiva y crítica para afianzarla certeramente en medio de las determinantes funcionales y consumistas del sistema económico de las redes sociales.

Edgar Miguel Juárez Salazar

Edgar Miguel Juárez Salazar

Por otra parte, el hecho de que el mundo digital corra tan vertiginosamente convoca a la nulidad parsimoniosa del buen gusto. Es decir, las redes sociales y en específico aquellas que utilizan la sobreexposición de la imagen están llenas de tanta repetición de contenidos que todo resulta ahí seductoramente vulgar y transitorio. En definitiva ¿Puede resultarnos realmente atractivo que un gran número de personas suban la fotografía de la comida que consumen o el lugar que visitan y lo efímero de ello? Las redes sociales contestarían: ¡Un esfuerzo más si queréis ser Aesthetics! De la República, poco queda.

La sobreexposición, por si fuera poco, anuda perfectamente en la patética necesidad de los sujetos mundanos por hacer de su vida algo un poco más interesante o entretenido. Hoy en día, a muchos profesionales de la pedagogía o de la psicología, les preocupa que les niñes quieran ser influencers o personajes de las redes. Por segunda vez, paradójicamente, lograr ser influencers sigue teniendo la necesidad de los contactos, de la viralización y pocos, muy pocos, logran producir un contenido viral; incluso algunos sujetos se obstinan en viralizarse y resultan ser, tristemente, absurdos.

Hace relativamente poco, existió en la televisión mexicana, auspiciada por Televisa, una serie de cápsulas denominadas: “Qué todo México se entere”. En dichos clips, muchas personas acudían a las afueras de la televisora a recitar comunicaciones sosas y coloquiales que eran transmitidas en televisión abierta nacional. En nuestros días, esas cápsulas ya no necesitan del soporte o sponsor de una cadena televisiva sino están producidas desde la inmediatez de un teléfono inteligente. La urgencia de las redes incentiva, en efecto, el solipsismo de la exposición inmediata. Más allá de esto, el tiempo de las redes sociales muestra su irracional circunstancia carente de contenido y de profusa en rapidez. Un comentario, una imagen, un tweet, producen la promoción individualizada de una velocísima exposición. Una pauta por un mundo ardiente de novedades desechables.

Las redes sociales han conseguido, en lo general, la benévola posibilidad de expresar lo que moralmente consideramos adecuado o correcto. Por tercera vez, paradójicamente, hoy existe muy poca reflexión autocrítica; en el mundillo digital persiste la búsqueda de exposición y admiración capturada por la grandilocuencia de unos cuantos minutos de fama realizando cualquier cosa susceptible de ser viral. Nuevamente, chismes, habladurías o certezas que gozan del placer de quien observa al otro exhibido; poco importa si es certero o equivoco el juicio sobre el otro, lo importante es lo efímero de la exhibición. Tal vez, las redes han conseguido, lo que Andy Warhol dictaminó: que todos sean famosos por quince minutos. La pena y la vida de la exposición es tan efímera que la velocidad termina carcomiendo la existencia en lo digital.

*Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco