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¿Tenemos privilegios los hombres?

El privilegio masculino es omnipresente, sutil y flagrante. Peggy McIntosh fue una de las primeras en describirlo, usando una metáfora interesante: “es como una mochila invisible, que no pesa, llena de provisiones especiales, mapas, pasaportes, libros de códigos, visas, ropa, herramientas y cheques en blanco”

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Es difícil tener autoconciencia del privilegio, pero no imposible

Es difícil tener autoconciencia del privilegio, pero no imposible

El término “privilegio” proviene de la palabra latina “privilegium”, que etimológicamente se refiere a una ley privada para una persona o un reducido grupo de personas. En el lenguaje jurídico se trataba de una ventaja exclusiva o especial que estaba dada por ley; en la sociedad feudal y del Antiguo Régimen se relacionaba con el concepto de “honor”, a diferencia del concepto moderno de “derecho”. Los privilegios se centraban fundamentalmente en tres campos: económico, jurídico y administrativo. Además, estaban dirigidos fundamentalmente a dos grupos minoritarios: la nobleza y el clero.

Por lo anterior, el Diccionario de la RAE define privilegio como “Exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior”; pero inmediatamente añade, dentro de la primera acepción “o por determinada circunstancia propia.” Es decir, existen una serie de privilegios que se manifiestan y operan en la sociedad, no porque tengan una base en leyes que lo permitan, sino porque algunas circunstancias lo hacen posible. En sociedades donde existe un estatus de superioridad de lo masculino respecto de lo femenino, denominadas como “patriarcales”, el poseer cualidades masculinas confiere privilegios en el orden de la sociedad, aparezca o no en el orden jurídico.

Patricia Leavy comenta en su libro “Privilege Through the Looking-Glass” que una expresión común en sociología dice: “No sé quién descubrió el agua, pero dudo que fuera un pez”. Es decir, cuando hemos vivido sumergidos en un determinado entorno resulta casi imposible el percibirlo. Un ejemplo típico es el acento, ese conjunto de particularidades fonéticas, rítmicas y melódicas que caracterizan el habla de un país, región o ciudad, y que terminan expresando personas concretas. Al hablar nadie distingue el propio acento y, sin embargo, al conocer a una persona de otra región puede identificarse que el acento es distinto. Frecuentemente queda la sensación de “yo no tengo acento” o “nuestro acento es mas neutro”, independientemente de cuál persona o grupo lo diga. Así es la esfera de los privilegios, como el acento, ya que en las vivencias cotidianas no nos damos cuenta de los privilegios masculinos. Por ello es tan difícil identificarlos, primero, y buscar un mundo más justo, después.

El privilegio masculino es omnipresente, sutil y flagrante. Peggy McIntosh fue una de las primeras en describirlo, usando una metáfora interesante: “es como una mochila invisible, que no pesa, llena de provisiones especiales, mapas, pasaportes, libros de códigos, visas, ropa, herramientas y cheques en blanco.” (1) Como no se ve y no pesa, el mochilero la porta sin saberlo, y si se le informa, no suele reconocerlo. Por ello, el mochilero suele considerar que su estatus (trabajo, clase socioeconómica, educación, etc.) se deben exclusivamente a logros y méritos individuales. De una forma más descriptiva y menos metafórica, un privilegio masculino es un estatus especial que otorga alguna ventaja, siendo conferido a personas con características asociadas a la masculinidad hegemónica en sociedades patriarcales. Hay que notar que no se habla de “privilegios de hombres”, si bien es cierto que son los hombres quienes en una abrumadora mayoría representan los ideales de la masculinidad.

Robert Connell, Michael Kimmel, Jeff Hearn y otros estudiosos de las masculinidades describen una “norma de masculinidad generalizada”, o “masculinidad hegemónica”, omnipresente y dominante, pero que en su mayor parte es una ficción social inaccesible. La norma generalmente ha sido construida como: blanca, heterosexual, fuerte (física y emocionalmente), dura, estoica, joven, competitiva, rica y autónoma. Un hombre en una sociedad patriarcal tendrá mayor privilegio masculino conforme tenga más características de este ideal; por ello, en la realidad, existen diferentes grados de privilegio masculino. Aunque todos los hombres obtienen algún beneficio del privilegio masculino basado en la masculinidad hegemónica, quienes difieren de la norma (afrodescendientes o de pueblos originarios, homosexuales, mayores, pobres, etc.) pueden no beneficiarse del privilegio masculino completo en algunos contextos o por algunos momentos.

Es difícil tener autoconciencia del privilegio, pero no imposible. Peggy McIntosh analizó su experiencia y se dio cuenta de que había privilegios que, a pesar de ser mujer, podían beneficiarle: ser blanca, heterosexual, con un alto nivel educativo, entre otros, eran factores que le podían favorecer, o bien, evitar perjuicios ante un hombre que representara más cercanamente la masculinidad hegemónica. En otras palabras: el privilegio masculino puede beneficiar a algunas mujeres. Esto es así porque no está asociados al sexo, sino al género, es decir, a la construcción sociocultural que se hace sobre cuáles son los roles y características deseables para hombres y para mujeres. La investigación reciente muestra que la expresión genérica “tomboy” o “butch” (traducida al español como marimacho o machorra), esto es, mujeres con aspecto y modales considerados como “masculinos”, sin tener relación con orientación sexual o identidad de género, puede llegar a proteger a las mujeres al menos de tres formas. Primero, puede protegerlas de las presunciones sobre la reputación sexual; segundo, pueden brindar cierta protección a lesbianas que prefieren no divulgar su orientación sexual; tercero, puede otorgar a las mujeres privilegios limitados a espacios para los cuales la masculinidad es un requisito tácito. Estas protecciones suelen ser limitadas y temporales (2).

La investigación sobre el privilegio masculino no debe buscar solamente describirlo y definirlo; el objetivo debería ser aumentar la conciencia sobre el tema, deconstruirlo, disminuir los comportamientos opresivos, así como disminuir la violencia por razones de género. El privilegio masculino repercute negativamente al generar violencia contra todo aquello que se aparte de la masculinidad hegemónica. Por ello, Kauffman entiende que las expresiones de la violencia por razones de género se manifiesta en violencia de hombres contra mujeres, hombres contra otros hombres (que no representan la masculinidad hegemónica), y hombres contra sí mismos. Pero esto ya es tema de análisis para otra ocasión. No puede haber una sociedad justa si no se elimina la violencia por razones de género.

(1) White Privilege: Unpacking the Invisible Knapsack. https://psychology.umbc.edu/wp-content/uploads/sites/57/2016/10/White-Privilege_McIntosh-1989.pdf

(2) Tomboy as protective identity. https://www.researchgate.net/publication/51698091_Tomboy_as_Protective_Identity

*Profesor del Departamento de Atención a la Salud de la Unidad Xochimilco y Consejero del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de Bioética. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt Nivel II.